Vivimos en una sociedad edadista, que se enfrenta al paso del tiempo y se aferra a la juventud con garras de acero. Pero la vida pasa inevitablemente, la edad avanza y sus signos se hacen notables, por más que hayamos tratado de frenarla. Podemos disimular la edad, someternos a operaciones para fingir que no ha pasado. Pero no hay nada que podamos hacer para evitar crecer, madurar y envejecer.
Meryl Streep es consciente de ello, y es una de las pocas actrices que, a los 76 años, luce sus arrugas con orgullo. Asegura que no se ha sometido a ninguna operación para revertir los signos de la edad, ni piensa hacerlo. “Que nadie me arrebate mis arrugas”, reclama la actriz de El Diario viste de Prada, cuya personalidad tanto se aleja de la terrible Miranda Priestly. Si algo ha dejado claro la intérprete, es que está a años luz de pensar que la belleza esté en el exterior.
La vida más allá de las cámaras
Bajo los focos de Hollywood puede ser sencillo olvidar que la vida no es una película. Frente a la cámara, Streep se transforma en mujeres muy diferentes, todas ellas especiales, todas ellas cargadas de verdad. Ella misma ha confesado que la empatía es el arsenal que necesita cualquier actor para hacer frente a la batalla de meterse en la piel de su personaje. Solo por medio de las emociones consigue esa metamorfosis que a todos nos asombra.
Pero cuando las cámaras se apagan, la vida sigue. Y Hollywood ha castigado sistemáticamente el envejecimiento femenino. Los papeles desaparecen cuando pasas de los 40. Y si no lo hacen, es porque has pasado por el quirófano o te has sometido a tratamientos que te permitan seguir pareciendo joven, como critica la cinta de La sustancia, en la que Demi Moore encarna en su propia piel el monstruo del deseo de la juventud y la belleza eterna.
Nuestra Donna lo sabe. Ella es la excepción a la regla. Porque ha sabido abrirse camino en un mundo en el que las mujeres de su edad no tienen cabida. Porque está decidida a que Hollywood cambie y sea un lugar en el que haya espacio para todas. “Si tienes un cerebro, estás obligado a usarlo”, decía al dar la noticia de su fundación, Writers Labs, un proyecto en el que busca mejorar las oportunidades laborales de las actrices.
El inevitable paso del tiempo
Más allá del ajetreo de Hollywood, y de la capacidad de Streep de permanecer firme en su lugar, pese a que la industria le juegue en contra, ella conserva una actitud positiva hacia la edad que da ejemplo. “Debes aceptar que envejecerás”, explicaba la actriz, “la vida es valiosa, y cuando has perdido a mucha gente, te das cuenta de que cada día es un regalo”.
Esta actitud puede ser la clave para enfrentarse al miedo al envejecimiento. No pensar que cada mañana representa un día menos, sino un día más. Un nuevo amanecer vivido, una nueva experiencia disfrutada. La vida es un regalo, como expresa la oscarizada, y entenderlo es el primer paso para dejar de sufrir por el paso del tiempo.
Si ella, a quien la edad le juega en contra por su profesión más a que muchas de nosotras, es capaz de adoptar esta visión, tenemos al alcance este cambio de perspectiva. Uno que nos permita mirarnos al espejo sin buscar imperfecciones, sino memorias grabadas sobre la piel.
El mapa de tu vida
Desde la perspectiva de la actriz, sobre la piel no quedan rastros de la edad, sino de las memorias vividas. Cuando se mira al espejo no ve a una mujer anciana, no se califica, como hace la sociedad, de alguien invisible y desechable. Porque, por desgracia, así hace sentir nuestra sociedad a los adultos mayores.
Para Meryl Streep su piel no es un cuadro de imperfecciones, sino un mapa de vida que le permite revivir sus memorias. Y al igual que cada día nos levantamos con la firme intención de comer bien, mantenernos activos y cuidarnos para no ver deteriorado nuestro cuerpo ni nuestra mente, ella reclama sus signos de la edad como parte de su recuerdo.
“Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente”, reclama en una de sus citas más célebres, “conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida. O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado. Y tampoco las bolsas de mis ojos, en ellas está el recuerdo de cuánto he llorado. Son mías y son bellas”.
Para Meryl Streep, el paso del tiempo no es algo de lo que avergonzarse. Es algo que lucir con orgullo. Porque solo con el camino recorrido y una mirada hacia atrás, hacia ese mapa que dibujan las arrugas, puedes comprender que lo importante no era la belleza, no era el dinero, no era el éxito. Eran los besos, las risas, los momentos de asombro y hasta las lágrimas. Porque la vida no está para lucirla, está para vivirla.
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