A veces pareciera que señalar la toxicidad ajena nos convierte en personas libres de ella.
Como si los seres humanos nos produjéramos según nuestra voluntad.
Y no fuéramos personas complejas, llenas de aristas, contradicciones.
Como si no fuéramos seres que se relacionan y en base a esa relación actúan.
Pareciera que estamos intentando que el mundo fuera de una manera que no es.
Que a fuerza de decir algo, ese algo se cumple.

Una cosa es pretender algo.
Y otra muy distinta es que ese algo sea una realidad.
Yo puedo decir cómo es el amor para mí.
Puedo entenderlo.
Pero al pasar el amor por mi cuerpo puede ser que sienta lo contrario a lo que pienso.
Reconocer eso no nos hace ser personas que no son útiles o no sirven.
Nos hace ser humanas.
Tener dudas, no saber, equivocarte, cambiar de opinión.

En este vídeo puedes escuchar el podcast completo con la maravillosa voz de Roy Galán.

Qué maravilla es llegar a un sitio en el que esperabas comportarte de una manera.
Y que la vida te sorprenda.
Y que te estés conociendo en ese momento.
Y que estés creciendo porque te quitas la razón.
Porque eres capaz de ampliar tu mirada.
De aprender.
De comprender al otro.
Porque de eso se trataba.

A veces pareciera que señalando la sombra ajena nos libramos de la propia.
Que decimos: Es tóxico o es tóxica.
En una esencia, en un «ser», que es inmutable, que no puede moverse.
Que no puede ser mejor.
Obviando también que a veces nosotros podemos chantajear a las personas.
Que hacemos cosas mal.
Obviando que lo que vemos en los demás también nos habita.
Es imposible que no lo haga.

Otra cosa es nuestra voluntad porque eso se manifieste.
Otra cosa es nuestra decisión de qué hacer con eso.
Es imposible no sentir celos o miedo.
Son emociones humanas.

La cuestión es qué haces tú con aquello que sientes.
Hay que poner límites, claro. Hay que estar con la gente que te quiere bien, claro.
Pero pareciera que ahora queremos extirpar cualquier incomodidad de nuestras vidas.
Cualquier «cosa» que no me aporte.
Dicen: si no aportas, aparta.
Como si la existencia del otro tuviera su razón de ser en lo que puedo sacar de ella.
Como si solo de las cosas de las que puedes sacar provecho fueran las buenas.

A veces no sacas nada de alguien y está bien así.
Y a veces no necesitas que alguien dé.
Necesitas que esté.

Equivócate, cambia de opinión...¡evoluciona!

La coherencia es una cárcel impuesta.
Una manera de marcarnos un camino imposible.
Porque nadie puede ser totalmente coherente.
Sin engañarse.

Porque el mundo, cambia.
Porque los seres humanos, cambiamos.
Porque nos equivocamos.
Fallamos.
Cometemos errores.
Eso es una realidad incuestionable.

Quien intenta no errar nunca no está siendo honesto.
Porque los seres humanos somos un cúmulo de circunstancias.
Dudas, miedos y esperanzas.

Porque el querer tener siempre la razón.
Querer ganar.
Es una prisión.

Deberíamos elogiar más la incoherencia.
Porque la incoherencia de lo único que habla es del movimiento.
Es de aquello que está vivo.
Y como está vivo.
Puede tomar otra dirección.

La posibilidad de cambiar de idea.
De contradecirse.
De pensar distinto.
Es lo que nos hace humanos.

Es lo que marca la evolución.
Si jamás podemos desandar lo andado.
Estaremos muertos.

Por eso seamos menos estrictos con las incoherencias ajenas.
También con las propias.
Tengamos compasión con la construcción de nuestras identidades.
Porque nadie nace sabiendo nada.
Llegamos desconociendo todo.

Y el poder aprender.
El poder ver las cosas de otra manera.
El poder debatirlas, analizarlas.
El poder disentir de uno mismo.
Es todo aquello.
Que está bien.
En la vida.