¿Te suele ocurrir que piensas más en los demás que en lo que te conviene? ¿Renuncias fácilmente a tus impulsos y sueños en favor de los otros?
Aunque no todos somos iguales y, desde luego existen personas narcisistas incapaces de ver a los que les rodean ni de ponerse en su lugar – algo que puede llegar a ser muy destructivo–, también puede ser que tengamos una idea pobre de nosotros mismos, que nos sintamos con poco derecho a pedir y a coger, hasta el punto de creernos inmerecedores de satisfacción.
Nos resulta más fácil atender las necesidades de los demás que las nuestras. Tal vez porque tememos su desaprobación, o nos convencemos de que es mejor para evitar conflictos, o porque detectar las necesidades de quienes nos rodean es lo que sabemos hacer mientras que las propias nos pasan desapercibidas.
Nuestras creencias sobre nosotros mismos pueden llevarnos incluso a autosabotearnos, a exigirnos y a criticarnos cuando al prójimo se lo perdonamos todo.
Si es así, es más que probable que un día experimentes un gran vacío de tanto dar, que te has perdido a ti mismo.
Y puede que sientas que el camino de regreso a casa pasa por casarte primero contigo, comprometerte con tu felicidad y darte un «sí quiero» incondicional.
Potenciar este egoísmo positivo, el que nos pone a nosotros en primer lugar, nos hace protagonistas de nuestra propia vida y nos permite dar desde la plenitud y la honestidad.
la bondad malentendida: primero vamos nosotros
La cultura judeocristiana (que hemos heredado, aunque sea inconscientemente) nos impone la necesidad de ser buenos y de demostrar generosidad, sobre todo a las mujeres.
Si bien es innegable que no hemos parado de evolu- cionar, las mujeres nos volcamos fácilmente en cubrir las necesidades de los que nos rodean erigiéndonos en las cuidadoras universales.
Las estadísticas así lo muestran: el 85% de los cuidadores no profesionales son mujeres, pero también son ellas quienes corren más riesgo de depresión.
Y es que, para cuidar, lo primero es cuidarse, y para atender, atenderse.
El propio Dalai Lama nos invita a practicar un egoísmo sabio, la verdadera semilla que expande la compasión, y afirma que es imposible que las personas que se odian a sí mismas desarrollen la compasión hacia los demás.
Amarse a uno mismo es la base sólida, la semilla que se extiende hacia los demás, dice.
Toma las riendas: te lo mereces
De la misma forma que no podemos transmitir alegría si esta no vibra en nuestro interior, es difícil amar de forma auténtica (pensando en el bien del otro sin buscar nada a cambio), si antes no hemos aprendido a amarnos a nosotros mismos y a darnos felicidad.
Al mismo tiempo, "nuestro bienestar y felicidad pueden ‘contagiar’ a todas las personas que nos rodean y, a su vez, ellas sentirse también contentas y felices por nosotros y por ellas mismas", nos recuerda la psicóloga Dimitra Doumpioti, autora de Historia de lo nuestro.
Sentirnos merecedores de amor y desear que nos vaya bien –lejos de abandonar a los demás– puede darnos una fuerza necesaria para construir, crear y avanzar.
Arriesgarse a apostar por uno mismo, a potenciar el egoísmo en positivo, es declarar nuestro amor a la vida en voz alta.
Es darse el permiso para aprovechar el tiempo que vivimos de la manera más satisfactoria posible, para abrazar experiencias nuevas y desarrollarse más allá de los convencionalismos. Nos hace más conscientes de nuestra singularidad.
Nos permite darnos a luz a nosotros mismos, lo que es fuente de salud. Como dice el médico y psicoterapeuta alemán Rudiger Dahlke: "La verdadera salud siempre tiene que ver con la confianza y la responsabilidad hacia uno mismo, con la voluntad de tomar las riendas de la propia vida y responder de las decisiones".
Esto implica ser capaces de hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra vida como adultos que somos.
Romper con la inercia para aprender a quererse
Este proceso de tomar las riendas requerirá autoconocimiento y autoobservación para descubrir nuestros autoengaños y qué creencias obsoletas nos impiden recorrer nuestro camino personal e individual para sentirnos satisfechos.
Se trata de encontrar nuestra voz para hacerla oír, aunque pueda suponer en ocasiones enfrentarse, poner límites.
Se trata también de hacer emerger y abrazar aquellas partes de nosotros mismos que nos han enseñado a mantener en la oscuridad por miedo al rechazo.
Uno de los padres de la terapia Gestalt, el psiquiatra Claudio Naranjo, denunciaba que nuestra cultura prohíbe el amor a uno mismo y lo ve con malos ojos. En lugar de propiciarlo, la educación nos ha recortado y domesticado para que "encajemos", y eso nos impide "ser".
Esta falta de amor y de respeto hacia a nosotros mismos nos lleva sin darnos siquiera cuenta a odiarnos, a perseguirnos, a juzgarnos y a invalidarnos.
Sentimos a menudo que no somos suficientes y que lo importante no son nuestros impulsos o deseos, sino los "deberías".
Potenciar el egoísmo en positivo significa también librarse de los automatismos adquiridos para convertirnos en nuestro amigo, aquel que siempre está ahí para decirnos lo que necesitamos oír, que nos habla como alguien que piensa en lo que más nos conviene y que se muestra siempre paciente sin exigencias ni castigos.
Esto supone recordar que, más allá de nuestras experiencias, somos responsables de nuestra vida. Somos quien lleva las riendas y estamos al mando de nuestro barco para que no se vaya a la deriva. Para bien o para mal, no podemos ceder el timón a nadie más.
Podemos sentir que nos han tratado injustamente y que nuestros padres no nos han dado lo que necesitábamos en su momento, pero potenciar un egoísmo positivo es también pasar página para decirse: «Esto pasó. Esto es lo que fue. Solo yo puedo protegerme a mí mismo y aquí estoy para hacerlo a partir de ahora. Voy a dejar de perseguirme, para acompañarme. Voy a sentirme merecedor de amor, de paz y bienestar».
Desde este amor a mí mismo podré hacerme visible ante el mundo. Podré decir «no» cuando no deseo algo y decir "síes" sinceros y auténticos.
Procuraré gestionar mis emociones y, al haberme escuchado, amado y entregado a mí mismo, me será más fácil escuchar, amar y entregarme a los demás.
Las relaciones que crearé serán de igual a igual y desde la autenticidad.
Como dice la oración del fundador de la terapia Gestalt Fritz Pearls:"Yo soy yo. Tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas, tú no estás en este mundo para cumplir las mías. Tú eres tú, yo soy yo. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos será maravilloso; si no, no puede remediarse.
Falto de amor a mí mismo cuando intento complacerte me traiciono. Falto de amor a ti cuando intento que seas como yo quiero, en vez de aceptarte como realmente eres. Tú eres tú y yo soy yo".
6 hábitos para aprender a ponerte primero
Conocerse, escucharse, darse permiso, cuidarse, respetar los propios ritmos... ayuda a priorizarse.
A SOLAS CON UNO MISMO
Reservar un tiempo para estar a solas, desde dedicarse una tarde o un fin de semana a meditar cada día unos minutos, ayuda a tomarse el pulso y atenderse sin que los demás sirvan de excusa para alejarse de lo que uno siente. Y resulta regenerador.
VENCER LA CULPA
Nuestra energía no es ilimitada. Atender las obligaciones hacia uno mismo puede disparar la culpa.
Si aparece, uno se puede preguntar: "Si fuera mi hijo o mi mejor amigo quien estuviera en esta misma situación, ¿qué le aconsejaría o qué me gustaría que hiciera?".
DARSE PERMISO
Validar lo que uno siente y permitirse priorizarse, disentir, saltarse las reglas, ser diferente, descansar…
Todo ello es clave, pero sobre todo detectar las señales de estar esforzándose por hacer algo que no se desea o dando más de lo que realmente se puede.
RECONOCER LOS PROPIOS LOGROS
Si tiendes a dar el mérito de tus logros a los demás o a la suerte, por humildad excesiva, elabora una lista de éxitos para tenerla presente en momentos de bajón.
Te será más fácil si la empiezas con "A riesgo de equivocarme, he…"
APRENDER A DECIR NO
Proponte un día a la semana negarte a hacer cualquier cosa que te propongan que no sea positiva para ti.
Y, antes de asentir a algo, pregúntate qué razones te empujan a decir "sí". ¿Actúas así porque lo quieres o lo necesitas o es otra tu motivación?
SER ASERTIVO Y RESPONSABLE
Ser responsables haciéndonos cargo de nosotros mismos y de nuestras acciones (de los aciertos y las equivocaciones), practicar la aservidad, posibilita unas relaciones de igualdad donde reina la interdependencia en lugar de la dependencia.