No es que queramos echarles siempre la culpa a los padres, pero la infancia es el periodo de la vida que más nos marca como individuos. Es la etapa en la que se forja nuestra autoestima, nuestra autopercepción y nuestro amor propio. Con la edad puede reforzarse, pero no cabe duda de que es una etapa crucial en la vida de cualquiera.

Precisamente por eso, la psicología señala en esta dirección cuando, por ejemplo, nos encontramos con alguien que parece incapaz de mirar a los ojos. ¿Por qué lo hace? No, no está mintiendo, como nos explica la experta en sinergología Eva García Ruiz. La razón por la que no te mira podría estar en estas experiencias que tuvo durante la infancia.

Un entorno familiar muy crítico

La Asociación Americana de Psicología asegura que la autoestima de un niño se construye, en buena medida, gracias a la retroalimentación que recibe en casa. Por tanto, si en casa solo recibías críticas, castigos y broncas, es muy probable que no hayas forjado una autoestima fuerte.

Esto, con el paso del tiempo, puede haber derivado en este gesto que nos resulta tan peculiar, el de no mirar jamás a los ojos. Es un mecanismo de defensa. Evitar el contacto visual para evadir la crítica.

Este hábito se puede cronificar y persistir en la edad adulta. En cuanto sientes que alguien puede criticarte o hacerte sentir mal, evitas la mirada. Te encierras en ti misma. Y mirar hacia otro lado parece la forma más sencilla de protegerte, de forma que puedas distanciarte emocionalmente de lo que va a decir el otro.

Vivieron conflictos con las figuras de autoridad

El Dr. Gabor Maté, experto en trauma, explica que las interacciones negativas tempranas pueden afectar gravemente a nuestra capacidad de expresarnos en la edad adulta. ¿Y qué puede ser un trauma en la infancia? Cualquier conflicto significativo con una autoridad, sean tus padres o tus profesores.

Imagina a una niña que, sentada en el aula, levanta la mano para preguntar y lo que recibe son gritos. O que intenta hablar en la mesa y es mandada a callar con dureza. Es habitual que cualquier pequeño gesto haga que se repliegue en sí misma.

Con el paso de tiempo, cualquier figura que le recuerde a esa autoridad hará que se encierre en sí misma. Y siendo adulta, preferirá apartar la mirada, por miedo al enfrentamiento. Su cerebro se ha configurado para huir de aquello que la intimida.

No les dejaron expresar sus emociones

En ciertos hogares, las emociones están prohibidas. Ante una risa, llega un “no hagas tanto ruido” y cuando el llanto aparece, lo corta un “deja de llorar”. A veces, con palabras mucho más crueles.

Cuando un niño no puede expresar lo que siente, comienza a enmascarar sus emociones inconscientemente. Y lo sigue haciendo en la edad adulta, según un estudio publicado en Frontiers in Psychology.

Ahora piensa en el momento más triste de tu vida. ¿No fue al mirar a quien te acompañaba, o a cualquier desconocido, cuando se te vino el mundo a los pies? El contacto visual es un detonante emocional, y si has aprendido a ocultar tus emociones a cal y canto, lo más seguro es evitarlo a toda costa para no quedar expuesto. Así de simple.

Vivieron en un clima de conflicto constante

Pensemos ahora en un niño que, si bien no ha sido regañado en exceso o no ha tenido problemas con ninguna figura de autoridad, sí que ha vivido en un entorno muy conflictivo. Quizá en una escuela en la que el bullying campaba a sus anchas, o en una casa en la que dos padres discutían constantemente.

En estos casos, apartar la mirada es una forma segura de protegerse. Un gesto que dice “no me meto”. Una técnica aprendida por las malas de mantener un perfil bajo para no convertirse en víctima de ese clima de tensión.

Con el paso del tiempo, el gesto se vuelve hábito y nos encontramos con personas que evitan la mirada, en cualquier caso. Y no es porque no quieran mirarte a los ojos, sino porque han aprendido que es más seguro mantenerse apartados de las interacciones intensas. Es más seguro evitar las confrontaciones directas, incluso si son algo tan sencillo como mirar al otro a los ojos.

Lo hicieron sentir indigno o rechazado

Todas las situaciones que hemos mencionado antes, sumadas a otras como poco afecto físico, negligencia parental y otras formas de menosprecio, pueden haber hecho sentir a ese niño o niña indigno de amor, rechazado por sistema. Y cuando eso pasa, solo esperas rechazo por parte de los demás.

Si crees que todo el mundo te va a rechazar, que no te mereces la simpatía de nadie, ¿por qué mirar a los ojos? Es solo una forma de exponerte a lo que crees inevitable.

Normas culturales o familiares

Cabe una posibilidad menos dramática. Quizá estás hablando con alguien que creció en una cultura o en una familia en la que mirar directamente a los ojos no es algo habitual.

En Japón, por ejemplo, mirar fijamente a los ojos se puede percibir como una falta de respeto o incluso con una actitud desafiante. Y lo mismo puede suceder en familias que, si bien no pertenecen a esta u otras culturas similares, no acostumbran a mirar a los ojos.

Si te ha interesado este artículo y te gustaría recibir más sobre estilo de vida saludable, únete al canal de WhatsApp de Cuerpomente.

Descarga gratis el eBook "Recetas antiinflamatorias"  y empieza hoy mismo  tu plan de comidas antiinflamatorias. Un contenido exclusivo creado por los expertos de Cuerpomente.