Las investigaciones actuales en el campo de la psicología evidencian que el asombro es una de las emociones positivas que se correlacionan con el bienestar y el florecimiento humano.

Albert Einstein ya lo predijo: “Uno no puede dejar de asombrarse cuando contempla los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad. Es suficiente tratar de comprender un poquito de este misterio cada día; nunca perder esa sagrada curiosidad”.

¿Qué ocurre cuando nos asombramos?

La investigadora Barbara Fredrickson, de la Universidad de Carolina del Norte, afirma que el asombro se relaciona con la inspiración y explica que sentimos asombro cuando nos topamos con “lo bueno a gran escala”, cuando nos sentimos sobrecogidos por lo grandioso.

Nos puede asombrar la naturaleza, por ejemplo, la vastedad del océano o la perfección de una colmena. También nos puede asombrar la naturaleza humana cuando contemplamos su mejor cara: al observar unas pinturas rupestres pintadas hace miles de años, o cuando un cirujano puede operar con éxito el corazón de un feto que todavía está en la matriz de la madre para corregir un mal congénito.

Barbara Fredrickson, autora de Vida positiva (Norma Editorial), explica también que el asombro hace que nos detengamos por un momento y nos sintamos pequeños y humildes al sabernos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos.

Por eso, el asombro, junto con la gratitud y la inspiración, están considerados por los psicólogos como emociones trascendentes, es decir, que nos llevan a ver más allá de nuestro propio yo, a sentirnos parte de la creación divina, o de la naturaleza, o de una nación, o de la humanidad…

Qué puede producirnos este efecto

Los profesores estadounidenses Dacher Keltner y Jonathan Haidt descubrieron en un estudio conjunto que el asombro incluye tanto la sensación de vastedad –lo enorme de una montaña o de la bóveda celeste, por ejemplo– como la “colocación”.

Esto se refiere a que, a veces, la magnitud de lo que presenciamos no “cabe” en nuestras estructuras mentales y necesitamos ampliarlas o cambiarlas. Este reto pude causarnos una confusión o desorientación temporal, pero también una sensación de “renacer” o incluso de “iluminación” al llegara una nueva comprensión expandida sobre el mundo o sobre nosotros.

Keltner y Haidt han observado que tener experiencias de asombro tiene un profundo impacto en las personas y las motiva para ser mejores, más altruistas y entregadas a su prójimo.

Aunque la sensación de asombro se asocia principalmente a cosas “enormes”, como una lluvia de estrellas fugaces, y a acontecimientos especiales, como ver a un atleta superar una marca olímpica, no olvidemos que también nos pueden asombrar las cosas pequeñas, desde la perfección de la tela de una araña hasta el funcionamiento perfectamente orquestado de nuestro propio cuerpo.

No es difícil asombrarse ante lo grandioso, pero a veces nos olvidamos de ver, oír, oler y sentir con atención nuestro mundo día a día, que también está lleno de oportunidades para asombrarnos.

Otra fuente de asombro que a menudo se queda sin explorar es la de la gente que nos rodea. Pensamos que alguien es una persona “común y corriente” o incluso aburrida, pero si hablamos con ella, si nos interesamos por sus historias y experiencias, nos podemos encontrar con sorpresas sobre lo que ha hecho, lo que sabe, sus cualidades o sus talentos.

Un día me enteré de que una de mis compañeras de trabajo va a donar un riñón a alguien que no es un familiar cercano. Me asombró su amorosa generosidad. Otro día supe que el taxista que habitualmente me lleva a la oficina es músico y toca en una banda de rock, además de ser fontanero, carpintero y electricista. Me asombró su versatilidad.

Ritual para cultivar la capacidad de asombro

Como sucede con el resto de las emociones positivas, no solo podemos gozar de los momentos de asombro en nuestras vidas sino que podemos cultivar el asombro cotidiano. David Pollay, director ejecutivo de la IPPA (siglas en inglés de la Asociación Internacional de Psicología Positiva), ha escrito sobre un ritual de asombro que realiza diariamente desde hace más de doce años.

  • Empieza el día acercándose a la ventana, abre la cortina y mira al exterior.
  • Comienza por observar las cosas del medio ambiente que le llaman la atención y se deja llevar por esa fascinación.
  • Esté donde esté, David Pollay siempre encuentra algo digno de asombro que le recuerda que el mundo es mucho más grande que él y sus problemas. Lo expresa muy bien: “Cada vez que miro por la ventana, me doy cuenta de que el universo no gira en torno a mí sino que me incluye”.

Ahora te toca a ti: si pudieras diseñar un ritual personal de asombro, ¿qué harías? ¿Qué es lo que te ayuda a conectar con lo extenso y maravilloso del mundo? ¿Cuándo tiendes a sentirte asombrado? ¿Puedes incluir estas experiencias deliberadamente en el día? ¿Qué pasaría si toda una familia, o un grupo de trabajo, o una escuela, comenzara el día, como David Pollay, con una dosis de asombro? Te invito a que hagas la prueba.