Los minutos que pasabas en el recreo, jugando con tus amigos, se te pasaban volando. Las horas en clase eran eternas. Ahora de adulto, el fin de semana pasa en suspiro. El lunes, en cambio, parece no acabar nunca. Y lo mismo sucede con otras tantas cosas. Prueba de ello es la pandemia del COVID-19. El tiempo pareció congelarse, y muchos todavía nos sobresaltamos al recordar que hace ya cinco años desde ese fatídico 2020. ¿Sientes que ha pasado mucho tiempo desde entonces? ¿Poco? Las respuestas son variadas, y todas ellas nacen desde la sorpresa.
Pero ¿por qué nuestra mente parece medir el tiempo a ritmos tan cambiantes? ¿Cómo es posible que lo bueno pase tan rápido y lo malo parezca no acabar nunca? La psicología lo explica gracias a los conceptos de la asimetría emocional y el tiempo subjetivo. Aprender sus mecanismos puede ser esencial para aprender a disfrutar de lo bueno, y hacer que lo malo se quede en su justa medida.
¿Por qué el sufrimiento deja una huella más profunda?
No es que lo malo pese más, es que lo notamos más. Eso es lo que revelan las investigaciones del psicólogo social Roy F. Baumeister, coautor de The power of Bad. Los acontecimientos negativos tienen un impacto psicológico más duradero, más intenso y complejo que los positivos. Es por eso por lo que cualquier crítica en el trabajo, discusión con alguien cercano o hasta un café que se derrama nos hiere y tiende a quedar más tiempo en nuestra mente, como si nos costara digerirlo del todo.
Esta tendencia tiene raíces evolutivas. Como explica Baumeister y su equipo, durante miles de años, los seres humanos que prestaban más atención a los peligros que a los placeres tenían más probabilidades de sobrevivir. Desde identificar un alimento en mal estado, a un compañero débil o un depredador agazapado, saber ver lo negativo era esencial para sobrevivir.
Esto significa que, biológicamente, nuestra mente está cableada para detectar amenazas, errores o conflictos. El problema es que, en el mundo moderno, no hay ningún depredador esperando tras la puerta del ascensor, por lo que este mecanismo arcaico es una fuente de sufrimiento constante que nos hace sobrevalorar lo negativo de forma constante.
Estas emociones negativas, además, activan con más fuerza el sistema de alerta del cerebro, especialmente la amígdala, que procesa el miedo y la ansiedad. Esta hiperactivación hace que revivamos mentalmente los hechos negativos una y otra vez, fijando todavía más nuestra memoria. De ahí que el malestar emocional persista y se prolongue, incluso cuando ya ha pasado el evento que lo provocó.
El tiempo subjetivo

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Esta primera parte explica por qué las cosas malas nos pesan más, pero sigue faltándonos un factor clave: el tiempo. ¿Por qué sentimos que pasa más lento cuando sufrimos y que pasa más rápido cuando disfrutamos? La respuesta es que, aunque los relojes puedan medir el tiempo de forma objetiva, nosotros lo hacemos siempre de forma subjetiva.
Diversos estudios en neurociencia han demostrado que las emociones intensas modifican la forma en que nuestro cerebro mide el tiempo. En situaciones de peligro o malestar, el sistema nervioso simpático se activa, aumentando la vigilancia, la atención y el ritmo cardíaco. Esto hace que el cerebro procese más información por segundo, generando la ilusión de que el tiempo se ha ralentizado. Es un mecanismo evolutivo diseñado, una vez más, para sobrevivir en entornos hostiles. Si percibes que el tiempo va más lento, puedes reaccionar con mayor rapidez y precisión ante una amenaza.
Es decir, no es que el tiempo se haya parado. Sencillamente, tu cerebro va más rápido, al puro estilo de Flash, dando la vuelta al mundo en un segundo.
Cuando estamos relajados, en cambio, nuestra atención se dispersa, el cuerpo se suelta y el tiempo pasa volando. En el reloj de nuestra mente, el segundero es la atención. Es la que marca la velocidad a la que procesamos las cosas.
Cómo equilibrar esta asimetría

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Ya sabemos que la mente le da más peso al sufrimiento que a la alegría. Y que cuando lo pasamos mal, nuestro cerebro se acelera y nos da la sensación de que el tiempo pasa más rápido. Pero, ¿cómo podemos equilibrar esta asimetría? ¿Podemos hackear el cerebro para saltarnos la barrera del dolor prolongado? La psicología nos dice que sí, al menos en parte, si aplicamos estos trucos:
- Aprende a saborear lo bueno. La psicóloga y experta en emociones positivas Barbara Fredrickson defiende la importancia de ampliar las experiencias agradables. Algo tan sencillo como detenerte unos segundos a disfrutar de un café, una canción o una conversación puede ayudarte a hackear el cerebro. Recuerda que el segundero del tiempo subjetivo es la atención. Si la colocas en lo bueno, el tiempo pasará más lento cuando disfrutas.
- Entrena tu atención para no quedar atrapado en lo negativo. Ejercicios como el mindfulness ayudan a controlar la atención. Y, por tanto, aunque no eliminan el dolor, pueden ayudarnos a evitar la tendencia a la rumiación. Se trata de observar qué sientes sin juzgarlo, sin dejarte arrastrar por pensamientos catastróficos. Ese simple cambio puede aliviar el peso del malestar emocional.
- Reformula lo que vives desde otra perspectiva. La terapia cognitiva-conductual ha demostrado que reinterpretar una situación dolorosa puede reducir su intensidad emocional. Pregúntate, “¿qué podría aprender de esto?”, cuando las cosas se pongan difíciles. Centrarnos en lo que depende de nosotros y dejar de lado lo que no también es esencial para avanzar, nos explicaba la psicóloga María Martínez, creadora del método Kaizen.
Celebra lo pequeño y cotidiano. Por último, la psicología nos recomienda cultivar la gratitud. De esa forma podremos centrarnos en lo positivo, en lo que tenemos y no en lo que nos falta, manipulando ese segundero del que hemos hablado en este artículo, la atención.
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