La razón por la que creemos en fantasmas y no en otros seres sobrenaturales, como los vampiros, es un misterio para la psicología. ¿Quién te dice que ese ruido que has escuchado en medio de la noche no lo ha hecho un hombre lobo, en lugar de un espíritu vengativo? Es un misterio, pero la estadística lo demuestra: mientras que el 46% de los estadounidenses reconocen creer en fantasmas, apenas un 7% cree en los vampiros, informa Ipsos en 2019.
Lejos de bromas, lo cierto es que el mito del fantasma sigue vivo en pleno siglo XXI. De hecho, un estudio realizado por Pew Research en 2015, asegura que el 18% de las personas creemos haber visto un fantasma o haber estado en presencia de uno de ellos.
La realidad tras estos fenómenos, sin embargo, puede ser bastante decepcionante, como explica el psicólogo de fama mundial Christopher French en su libro, The Science of Weird Shit: Why Our Minds Conjure the Paranormal. Casi todos se deben a diferentes sesgos cognitivos.
Hay una explicación para todo esto
“El hecho de que no se te ocurra una explicación no significa que no exista”, explica el profesor emérito de la Universidad de Londres para Live Science, asegurando que esas sombras y fantasmas que vemos por las esquinas no son realmente lo que creemos.
Es difícil que asumas estas palabras si crees haber vivido una experiencia paranormal. Cuando no podemos explicar qué hace que las puertas se abran y se cierran, un vaso caiga irracionalmente al suelo o incluso veas rostros en la oscuridad, lo lógico es asustarse.
Pero el profesor de psicología asegura que los avistamientos de fantasmas son, a menudo, “sinceras malas interpretaciones de cosas que sí tienen una explicación natural”.
Las explicaciones más comunes para este tipo de fenómenos, asegura French, son las siguientes: alucinaciones, falsos recuerdos y la famosa pareidolia, que nos hace ver rostros en toda clase de objetos inanimados, y de la que hablaremos con detalles más adelante.
Podría ser una cuestión médica
Además de estas tres causas habituales, explica French para el citado medio, hay “algunas afecciones médicas que aumentan la probabilidad de percibir encuentros fantasmales”. Son el principal motivo de estudio del psicólogo, y su nombre seguro que te suena: parálisis del sueño.
La parálisis del sueño es una experiencia bastante desagradable que quizá hayas vivido, en la que crees estar despierta, pero no puedes moverte. En estas ocasiones, muchas personas aseguran ver cosas horribles, entre las que destacan las presencias malignas.
“Es como si tu mente se despertara, pero tu cuerpo no”, explica French en su entrevista. “Se produce una interesante mezcla de conciencia, de vigilia y consciencia onírica, y el contenido del sueño se transmite a la consciencia de vigilia. Los resultados pueden ser absolutamente aterradores”.
El experto asegura que las personas que sufren parálisis del sueño, si no son previamente conscientes de lo que les sucede, pueden asumir que han tenido una experiencia sobrenatural. Pero incluso durante este desagradable proceso, lo que vemos es fruto de nuestro cerero, y no algo real.
La pareidolia: ver caras donde no las hay
La pareidolia es otra de esas grandes culpables de que veamos fantasmas, asegura French y confirma otro experto en la materia, el psicólogo clínico y profesor de la Universidad del Sur de Illinois, Stephen Hupp. Este último, en una entrevista para Lives Science, asegura que “una causa común (de las apariciones fantasmales) podría ser la pareidolia, la tendencia de nuestro cerebro a encontrar patrones”, en especial cuando se trata de rostros y figuras humanas, “entre estímulos ambiguos”.
Ejemplos no nos faltan, asegura Hupp, como cuando “vemos rostros o figuras en las nubes”. Otor caso común es “cuando las formas y sombras aleatorias en una casa oscura parecen un fantasma”.
La incertidumbre
Aunque todas estas teorías pueden explicar la experiencia en sí, hay algo más tras el fenómeno del fantasma. Como decíamos al principio, muchos creen en los fantasmas, pero no en los vampiros, por ejemplo.
Para el profesor Hupp, esto se debe a que hemos elegido, cultural y socialmente, al fantasma como el chivo expiatorio de la incertidumbre. “Aún hay mucho en este universo que no entendemos”, explica le profesor, “y es reconfortante llenar ese vacío con explicaciones. Las explicaciones sobrenaturales a menudo se plantean con seguridad, incluso cuando no hay pruebas reales, y esta seguridad proporciona una falsa sensación de verdad”.
Al fin y al cabo, con el fantasma podemos matar dos pájaros de un tiro. Le perdemos el miedo a la muerte, imaginando esta especie de vida segunda, y de paso resolvemos el terror que nos producen los ruidos o las sombras que no nos explicamos.
Hay otro factor más que entra en juego, explica el psicólogo Christopher French, y es que es mucho más fácil que asumamos haber visto a un fantasma cuando queremos creer que lo hemos visto. Por ejemplo, cuando hemos perdido a un familiar, o cuando tenemos una firme fe en su existencia. Y es que el cerebro humano es propenso a pasar por alto aquello que no cuadra con su versión del mundo, y tiene un máster en sacar conclusiones precipitadas al intentar entender cualquier experiencia ambigua.
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