Hace algunos años los expertos lanzaron un mensaje que alarmó a toda la población: el estrés era contagioso. Literalmente. Estar rodeada de personas que están estresadas, sobrepasadas, puede hacer que tú misma te sientas estresada y sobrepasada. Este estudio aterrizó en el atril del curso de Ciencia del Estrés que la experta en psicología, Kelly McGonigal, impartía en la Universidad de Stanford.

Muchos de sus estudiantes le lanzaron entonces una pregunta que muchos se hicieron en aquel momento. ¿Es malo ser empáticos? ¿Es mejor alzar las barreras e impedir que las emociones de los demás nos afecten? La respuesta de McGonigal dejó a todos sin palabras: “En lugar de intentar volverte inmune al estrés ajeno, aumenta tu susceptibilidad para contagiarte de la alegría ajena. Redobla tu empatía”.

La empatía positiva

“La ciencia de la psicología moderna se ha centrado en gran medida en la empatía por los estados negativos”, escribe McGonigal en un artículo que comparte Daily Good. Por suerte, ha surgido “un nuevo campo de investigación, denominado ‘empatía positiva’ que muestra que también es posible contagiarse de la felicidad”.

Este es el secreto de la profesora de Stanford para acabar con el estrés. O, al menos, para aprender a gestionarlo mejor. No se trata de hacernos inmunes a las emociones externas, sino volvernos tan sensibles a ellas que podamos disfrutar de la alegría de quienes nos rodean. Es decir, que “el estrés no es malo, lo malo es cómo lo percibimos”.

“Quienes te rodean también pueden beneficiarse de tu alegría empática”, asegura McGonigal. Cita la experta a un estudio realizado con docentes de catorce estados de EE.UU. “Los docentes que experimentaron empatía positiva con mayor frecuencia hacia sus alumnos se sintieron más conectados con ellos”, asegura, “esta actitud positiva condujo a interacciones más positivas con los estudiantes, según observaron los evaluadores del aula, y un mayor rendimiento académico de sus alumnos”.

El ser humano tiene el don y el castigo de transmitir y recibir las emociones de los demás. Si nos centramos en el lado positivo de esta capacidad empática, podemos construir un mundo más sensible y alegre. La clave está precisamente en esta palabra. En la alegría.

 

Los pequeños momentos de alegría

Desde la perspectiva moderna, explica McGonigal, “alegría es una palabra que suena grandilocuente”. La asociamos a los grandes eventos, a los momentos de euforia colectiva, a las victorias, las bodas y los momentos inolvidables. ¡Los vítores, el confeti, los fuegos artificiales! Hay, sin embargo, “otras formas de alegría a nuestro alrededor”, nos advierte la experta en psicología positiva. Y son fuentes mucho más fiables de felicidad.

“Está la alegría de los placeres simples o sublimes, como disfrutar de una comida deliciosa, escuchar música o saborear la sensación de sostener un bebé en brazos”, escriba la experta. “Está la alegría del propósito y la sensación de contribuir, trabajar duro, aprender y crecer. Está la alegría de estar conectado con algo más grande que uno mismo, ya sea la naturaleza, la familia o la fe. Está la alegría de la maravilla: sentir curiosidad, experimentar cosas nuevas y sentir asombro o sorpresa”.

Cuando nos centramos en estas alegrías, asegura, empezamos a verlas por todas partes. Y contagiarnos de ellas es la mejor forma de vivir con plenitud y sin estrés. Porque, como explica la experta, estas pequeñas alegrías “nos permite seguir comprometidos con la vida no solo cuando las cosas van bien, sino también cuando se ponen difíciles. No se trata solo de celebrar y amplificar lo bueno; también nos permite mantener la esperanza ante la realidad del sufrimiento sin alivios y las necesidades aún insatisfechas”.

Atrapa la alegría de lo cotidiano

Esta empatía positiva de la que nos habla McGonigal es, en cierta medida, innata. Pero en el discurrir del día a día, parecemos bloquearla u olvidarla. Por eso, la experta nos recomienda cinco técnicas muy sencillas que te pueden ayudar a cultivar en tu día a día y a no perder esa alegría de lo cotidiano que es la cura infalible para el estrés.

  • Disfruta del juego. Observar a un niño o a un animal jugar, asegura McGonigal, es la mejor forma de cultivar la empatía positiva. “Deléitate con su alegría, energía y asombro. Sonríe o ríe mientras su alegría despierta en ti un espíritu similar”, escribe en su artículo.
  • Ve los deportes sin implicarte. No se trata de que gane tu equipo. Se trata de que aprecies “el esfuerzo, la habilidad o el arte de todos los competidores y celebrar la alegría del ganador”. Alegrarte por el éxito ajeno, contagiarte de la celebración de quienes te rodean, hará que tu empatía positiva se active y te conecte con la alegría cotidiana.
  • Participa en la felicidad de los demás. “Si alguien comparte buenas noticias contigo, pídele que te cuente más y escúchalo con atención”, recomienda la profesora de Stanford. Este simple gesto te ayudará a contagiarte de las alegrías ajenas, de la felicidad de quienes te rodean. “Ve más allá de las felicitaciones formales y siente la alegría de ayudar a alguien a disfrutar de algo positivo”.
  • Fíjate en lo bueno que tienen los demás. El siguiente consejo de McGonigal consiste en ponerte “como meta observar cuándo otros muestran fortalezas de carácter como la amabilidad, la honestidad, la valentía o la perseverancia”. Esto, asegura, nos permitirá “inspirarnos en sus acciones para hacer el bien”.
  • Deja que alguien te haga un favor. No es la primera experta que lo recomienda. El famosísismo Arthur Brooks también lo hacía en su columna para The Atlantic. Y es que dejar que otra persona te haga un favor es una poderosa forma de “prestar atención a la felicidad que le produce a la otra persona”, escribe McGonigal. Y es que, como advierte la experta, “a veces, nuestra propia incomodidad al recibir amabilidad, o el miedo a ser una carga para los demás, nos impide ver esa alegría”.

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