Uno de los mayores deseos de los padres es que sus hijos sean niños felices y que de mayores puedan llegar a ser personas seguras con capacidad para afrontar los retos que irán apareciendo a lo largo de su vida. Desean que puedan tener éxito en sus relaciones personales, en la escuela y más tarde en su profesión.

Para que un niño pueda alcanzar estos objetivos resulta fundamental que posea un buen grado de autoestima. ¿Y de que hablamos cuando decimos "autoestima"? Hablamos de lo que la persona siente y piensa de sí misma, de la valoración que se da y del grado de confianza y seguridad que tiene en sus acciones. Es lo que permite a un niño, y después al adulto, sentirse satisfecho con las propias habilidades y aptitudes, y también lo que permite desarrollarlas. 

Todos queremos eso para los hijos o los niños de nuestro entorno, e intentamos hacerlo lo mejor que sabemos, recurriendo a lo que sabemos sobre cómo mejorar la autoestima de los niños, pero ¿cuáles son los peores errores que podemos cometer, o los errores más frecuentes? Y lo más importante, ¿cómo podemos corregirlos?

Cómo se forja nuestra imagen y cómo nos afecta

Para poder comprender qué actitudes y estrategias son las más acertadas y cuáles son los errores más comunes, primero hay que comprender cómo se forma en el niño la imagen que tendrá de sí mismo en el futuro y cómo le condicionará. 

La autoestima se va formando poco a poco desde la más tierna infancia y, en su desarrollo, tienen gran importancia los estímulos que se reciben de las personas más importantes del entorno: familiares, amigos, maestros... Todos con su aliento, comentarios y valoración contribuyen a forjar la propia imagen.

El nivel de valoración y de confianza que un niño tenga influye en todos los aspectos de su vida. Puede ser determinante:

  • En la elección de amistades y en la forma de relacionarse con ellas: un niño seguro de sí mismo es menos manipulable y tiene más capacidad para plantear sus desacuerdos y puntos de vista sin miedos ni temores.
  • En la estabilidad emocional, porque un niño con autoestima podrá enfrentarse mejor a las nuevas situaciones y tolerará más las dificultades sin caer en el desánimo y la frustración.
  • En el aprendizaje y desarrollo de sus habilidades y potenciales positivos.

Aunque un niño con una baja autoestima puede llegar a ser un adulto adaptado y con un buen nivel de confianza en sí mismo, es más probable que llegue a serlo si desde pequeño se le han fomentado sus valores.

Para el desarrollo de una personalidad equilibrada es muy importante poder quererse y aceptarse con cualidades, pero también aceptarnos con nuestras carencias y defectos.

La autoestima allana el camino hacia la felicidad

Los niños que poseen un buen nivel de autoestima se muestran felices y activos y en general pueden expresar sus sentimientos de forma espontánea. Asimismo toleran bien las contrariedades y no tienden a la culpabilidad.

Al sentirse valorados tienen deseos de hacer cosas nuevas y afrontan mejor las situaciones desconocidas como aprender idiomas, cambiar de profesores o ir a campamentos de verano. Aunque no logren lo que persiguen, lo viven positivamente y son capaces de abordar nuevos retos tratando de buscar alternativas que les ayuden a superarse. Se mueven por un impulso que les dice: creo que puedes, prueba de nuevo.

Socialmente son niños aceptados y queridos por el grupo porque suelen transmitir confianza y establecen relaciones francas y abiertas con sus compañeros. Dan una buena imagen de sí mismos.

En cambio los niños con poca autoestima son críticos consigo mismos, porque tienen poca confianza en sus posibilidades. Al contrario que los otros, su pensamiento parece resumirse en la expresión “no puedo... fracasaré” y, aunque en realidad posean suficientes recursos intelectuales y aptitudes válidas, les cuesta utilizarlos porque ellos mismos no se los reconocen.

Este hecho se convierte en un gran obstáculo para avanzar y enfrentarse a los cambios. También dificulta la felicidad porque el sentimiento de fracaso que poseen les comporta un gran sufrimiento interno que puede aparecer bajo cierta apatía, depresión, timidez...

El sentimiento de poca valía personal dificulta las relaciones con los demás y habitualmente crea niños retraídos con pocos amigos y un tanto marginados del grupo. En lugar de ir hacia adelante evitan nuevas situaciones y se encierran en sí mismos.

A menudo los niños con una baja autoestima son agresivos o utilizan modos de expresión y de relación poco adecuados, lo que agrava aún más el problema porque son rechazados por los demás y la situación puede convertirse en un círculo vicioso.

Los errores más comunes: cuáles son y cómo evitarlos

¿Qué hace que un niño tenga baja autoestima? ¿Cuáles son los errores que cometemos que hace más difícil para ellos desarrollar todo su potencial?

1. Querer al niño pero no demostrárselo

La falta de cariño tiene graves consecuencias en los niños. Para que un niño pueda quererse y valorarse a sí mismo ante todo ha de sentirse querido y valorado desde que nace los que le rodean y especialmente por sus propios padres. Partiendo de la idea de que todos los padres quieren a sus hijos es difícil entender por qué hay niños inseguros que no confían en sus posibilidades y que se sienten incapaces de tomar iniciativas.

En realidad no se trata solamente de que los padres quieran a sus hijos, sino de que sean capaces de demostrárselo y de hacerles llegar con palabras de aliento, caricias, besos y abrazos este sentimiento para que ellos perciban que se les ama y se les valora como son y en su propia individualidad.

2. No trabajar la propia autoestima

En ocasiones los padres pueden tener una baja autoestima y los niños, que los toman como su primer modelo, les imitan. Entonces es difícil que los pequeños puedan llegar a aprender a creer en sus cualidades y que se les transmita algo que uno mismo no tiene.

Por tanto, lo primero que deben plantearse los padres es analizar su nivel de autoestima e intentar incrementarlo si es preciso. Si se sienten bien consigo mismos no tratarán de que sus hijos se erijan en un instrumento de satisfacción y les darán más libertad para decidir.

Si los adultos mantienen una actitud cerrada y negativa en su vida será difícil que puedan transmitir entusiasmo y seguridad. Si por el contrario son personas optimistas que valoran la vida a pesar de los contratiempos, es más probable que los hijos puedan seguir esa misma línea. Cuantas más experiencias positivas y menos prejuicios tengan los padres más seguridad podrán transferir a sus hijos.

Por todo ello, conviene tener en cuenta que:

  • Es preciso alejar los pensamientos negativos del estilo “no sé si lo estoy haciendo bien con mi hijo", así como las autocríticas exageradas como "creo que no valemos como padres”. De esta forma se proyecta a los hijos lo que no gusta de uno mismo. Es preferible pensar: “hemos de cambiar de actitud para acercarnos más a nuestros hijos”.
  • No debe caerse en la frustración por el hecho de que se vaya muy agobiado de trabajo y al llegar a casa haya que cumplir con las obligaciones familiares y domésticas. Se deben valorar los esfuerzos y logros que se van alcanzando cotidianamente tanto a nivel personal como en las funciones paternas.
  • Evitar los sentimientos de decepción ante determinados comportamiento de los hijos, ya que muchas veces sentimos como un ataque personal algunos fracasos o ciertas muestras de rebeldía que son normales que aparezcan a lo largo de su desarrollo.

3. Tener expectativas exageradas sobre los hijos

Es inevitable que los padres tengan expectativas respecto al futuro de sus hijos incluso antes de que nazcan, pero hay que tener cuidado con ellas porque muchas veces las pautas sociales establecidas se imponen más de lo debido lo que lleva a desear niños que no cometan errores.

Con la excusa de la competitividad social en que se vive muchas veces se proponen a los niños metas para las que quizá no están preparados o no son de su interés.

Esto se realiza de una manera inconsciente buscando la propia satisfacción, con fórmulas del tipo “quiero que estudies música” y otras parecidas, o bien para exigirles lo que uno no logró. De este modo sólo se pretende cubrir el propio vacío y frustración sin tener en cuenta las aptitudes o aficiones del niño.

Ante demandas de este tipo los niños se sienten obligados a cumplir para mantener a sus padres satisfechos y felices, pero a menudo estas exigencias no hacen más que bloquearles y hacerles sentir impotentes, lo que también merma su autoestima.

Tener expectativas elevadas e inaccesibles sobre un hijo puede convertirlo en un inútil a los ojos de los padres. Cuando se les dice: «si yo hubiera tenido estas oportunidades” o “yo de pequeño…” se somete al pequeño a una presión imposible de asumir.

Otro ejemplo lo encontramos en actitudes de insatisfacción ante los logros de los hijos, como cuando aprueban un examen con un 6 y en lugar de valorarlo se les lanza un reproche como: “si te hubieras esforzado más hubieras sacado un 8”.

4. No respetar su libertad

Conviene que los hijos se sepan importantes y se sientan queridos. Para ello, además de ofrecerles el cariño, es necesario que los padres les guíen y les asesoren, dejándoles al mismo tiempo un importante margen de libertad.

Conviene que ensayen y ejerciten sus propias iniciativas. Para ello no se les puede ni coartar ni determinar con exageradas expectativas paternas.

5. No respetar su ritmo madurativo

Para que sean felices tanto de niños como de adultos es importante ajustarse a la realidad del niño, teniendo en cuenta su edad, pero también su nivel de desarrollo y madurez que puede variar en cada caso. Por ejemplo, no se le puede exigir a un niño que aprenda a columpiarse o atarse los cordones si su psicomotricidad no ha adquirido el correspondiente nivel evolutivo. Es recomendable respetar las características personales de cada niño, sus gustos y en la medida de lo razonable sus deseos.

En definitiva, las expectativas sobre el futuro de los niños deben ajustarse a aquello que es posible. Conviene huir del perfeccionismo y de los sueños inalcanzables. 

6. Poner el acento en lo negativo

El niño se crea una idea de si mismo a partir de los mensajes que recibe del exterior. De éstos depende el amor que se tendrá. Por eso resulta crucial entenderlo y educarlo valorando lo positivo de su persona.

El afecto es el principal alimento para la autoestima y por ello el adulto debe adaptarse a las necesidades del niño y no a la inversa. Aunque no hay padres perfectos, si hay padres afectuosos que saben transmitir a sus hijos, desde que son bebés, su amor y cariño.

Es fácil quedarse solo con las cosas negativas para rebatirlas con reproches; sin embargo, hay que aprender a pensar en positivo y poder valorar las cualidades de nuestros hijos. Un buen ejercicio para empezar es el de hacer una lista de las cualidades que a buen seguro debe tener: es simpático, cariñoso, divertido...

Si vemos que precisa autoestima conviene valorar sus cualidades o recordarle cuánto se le quiere y lo bueno que es estar a su lado. Esto puede hacerse diciendo: “estoy muy contenta de ser tu madre” o mediante otras formas de expresión como un abrazo o masaje.

Antes de entender el significado de las palabras, los niños perciben el modo de decirlo, el tono de voz y la mirada. Hacerles sentir como alguien especial es primordial.

Ejemplos de cómo se traducen estos errores en la práctica

En la educación infantil se repiten con frecuencia una serie de errores que perjudican el nivel de autoestima de los individuos. Son actitudes que se imitan y reproducen sin pensar, pero que es importante corregir.

  • Cuando los niños vienen a explicarnos algo no hay que decirles sin más que vuelvan más tarde. Es mejor informarles de que estamos ocupados o simplemente fatigados y asegurarles que dentro de un rato podremos escucharles.
  • Deben evitarse etiquetas como “torpe” o “malo”. Provocan un sentimiento negativo que se extiende a toda su conducta.
  • No es recomendable utilizar más el castigo que la valoración. En demasiadas ocasiones se tiende a castigarles cuando no hacen bien algo, pero se olvida valorar los buenos comportamientos y actitudes.
  • No conviene reprimir comportamientos espontáneos por temor a que se dañen o por considerar que no son cosas importantes. 
  • No hay que descalificar a un niño con un “no sabes hacerlo” o “a ver si aprendes de una vez”. Esa es una de las frases habituales que dañan la autoestima de los niños. En lugar de esta descalificación se le debe animar a que rectifique y ayudarle para que mejore.
  • No es conveniente compararle repetidamente con alguno de sus hermanos o amigos. Estas comparaciones sólo le harán sentirse inferior. Se debe procurar que cambie algunos aspectos de su conducta por sí mismo.