A lo largo de los años de crianza es muy habitual tener que afrontar situaciones de mucha tensión y de frustración en las que los niños se enfadan. Al no tener aún las herramientas emocionales necesarias para expresar lo que les pasa, acaban gritando, golpeando o rompiendo algo.

Muchos padres, desbordados por las circunstancias, tampoco saben cómo reaccionar ante estas situaciones, por lo que, en vez de ayudar a calmarse a los pequeños, terminan alimentando mucho más su enfado.

Estos enfados, a veces mal llamados rabietas, no son más que frustraciones de los niños que no han sabido expresar y/o que los adultos no han sabido comprender y acompañar de la forma más oportuna.

A medida que crecen, maduran y aprenden a comunicar mejor su mundo interior, la frecuencia de estos momentos disminuyen, pero aún así, son situaciones que suelen desbordar a padres y madres por su intensidad emocional.

Qué hacer cuando los hijos presentan frustración

Me ha parecido interesante realizar un resumen de las ideas principales que trabajo cuando las familias me consultan desesperadas por no saber cómo manejar las frustraciones de sus hijos. Veamos los puntos más importantes:

  • Analizar las historias personales de los padres

Cada padre y cada madre arrastra una mochila en la que guarda los patrones acumulados durante toda su vida. Dependiendo de cómo hayan sido tratados y de cómo hayan aprendido (o no) a manejar sus propias frustraciones, podrán afrontar las de sus hijos de forma equilibrada o descontrolada.

Es importante ser conscientes de que siempre se puede trabajar para cambiar estos patrones automáticos y no seguir repitiendo el daño en las futuras generaciones.

  • No repetir aquello que no nos gustaba de pequeños

Muchos padres se prometieron no repetir ciertas actitudes tóxicas, sufridas en sus infancias, con sus propios hijos, pero se encuentran reaccionando exactamente igual que sus propios padres.

Por ejemplo, si de pequeños sufrieron mucha represión, se escucharán repitiendo frases literales de ellos: “Anda, no seas caprichosa” o “los niños, mejor calladitos”.

Si se identifican algunas de estas respuestas automáticas, en terapia trabajamos la técnica del “parar y girar”. Se trata de cortar el torrente descontrolado de pensamiento negativo, realizando una pausa para respirar y recapacitar.

En este intervalo, deben recordar cómo se sentían ellos mismos de pequeños en esas situaciones y pensar en como les hubiera gustado que reaccionaran los adultos ante sus frustraciones.

  • No culparse

Muchas madres/padres, se castigan pensando que sus hijos reaccionan de esa forma tan desmesurada por algún fallo que han cometido o porque no han seguido una crianza perfecta. Sin embargo, la culpa nunca es útil ni ayuda a solucionar nada.

Cada niño está en un momento madurativo diferente, tiene su carácter, sus peculiaridades y, también, ha ido recibiendo otras muchas influencias externas a lo largo de su vida (colegio, amigos, otros familiares, etc.). La suma de todo esto hace que se frustren más o menos, o que tengan menos herramientas para manejar sus enfados.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que los niños van madurando progresivamente y que no le podemos pedir a un niño de 5 años un nivel de autocontrol para el que no está preparado.

En lugar de dar vueltas en la culpa, es más sano enfocarse en trabajar y buscar soluciones reales a los problemas.

  • No reaccionar desmesuradamente

Si, cuando un niño comienza a mostrar enfado por alguna situación, sus padres se tensan, les amenazan con algún tipo de castigo o les gritan, no están ayudando a calmar la situación. Al contrario, se entra en una espiral negativa en la que los niños se ponen cada vez más nerviosos y los adultos, a su vez, también se van tensando cada vez más.

Es en los momentos de tensión cuando hay que mostrar más calma.

Existen muchos ejercicios rápidos de relajación para cortar la tensión. Por ejemplo, uno muy sencillo es el de contar hasta diez respirando de forma pausada y consciente. En cada número, realizas una inspiración larga y profunda y sueltas el aire muy muy despacio. Esta es una forma muy eficaz de romper la espiral de tensión causada por la frustración.

  • Permitir que ellos expresen lo que sienten

Las frustraciones se reducen a medida que los pequeños pueden expresar sus emociones y sus motivos. Si se sienten escuchados y comprendidos, su nivel de tensión disminuirá y, además, aprenderán que la comunicación es una alternativa válida al enfado.

Para lograrlo, los adultos tenemos que ser conscientes de que los niños necesitan tiempo para madurar y adquirir el vocabulario necesario para expresar sus emociones.

  • Buscar alternativas para el futuro

Cada episodio de enfado o frustración debe ser aprovechado como una oportunidad de aprendizaje. Ya en calma, se puede hablar de lo que provocó el enfado, de cómo se sintió cada uno (niños y adultos), de cómo le hubiera gustado que reaccionasen los demás y, también, se pueden planificar estrategias para reaccionar de una forma más pausada si la situación se repite en el futuro.