Sin duda, desde que tomamos la decisión de ser padres, deseamos lo mejor para ellos: que crezcan con salud, que puedan desarrollar libremente aquello que se propongan; que la prosperidad les acompañe, que puedan disfrutar de una vida plena y feliz...

Son nuestros deseos, pero la realidad, a menudo, nos pone contra las cuerdas y nos hace pensar en qué estamos fallando para que nuestro hijo sea tan tímido o solitario, para que no rinda todo lo que puede en los estudios o para que muestre una actitud rebelde y retadora que resulta insoportable para él y para quienes le rodean, máxime cuando le damos todo el afecto y las comodidades que podemos.

¿Entonces qué podemos hacer para que nuestros hijos sean felices? Los especialistas en psicología infantil coinciden en afirmar que el niño con una alta autoestima rara vez resulta un niño problemático. Él camina, habla, trabaja, aprende, juega y vive de forma distinta al que no está a gusto consigo mismo.

autoestima en los niños: de qué depende

¿De qué depende la inseguridad de un niño o las visiones negativas que se forma acerca de sí mismo y que le impiden desarrollar todo su potencial, llevándole a expresarse, muchas veces, a través de la provocación, el pasotismo o el aislamiento?

Dorothy Corkille Briggs, educadora, psicóloga escolar y consejera familiar, en su libro El niño feliz sostiene que uno de los factores determinantes de este fenómeno es la sensibilidad del niño, algo que explica que en una familia con dos o más hijos uno pueda ser especialmente sensible a las experiencias negativas, mientras que los demás lo son menos y encajan mejor la frustración.

Pero, al margen de esta particularidad de carácter, algo que influye de forma decisiva en la imagen adecuada o distorsionada de sí mismo que un niño adquiere en la infancia es la relación con sus padres, educadores, amigos y todas aquellas personas de su entorno más inmediato; es decir, el modelo del que aprenden.

Hay que tener en cuenta que ningún niño puede verse a sí mismo de forma directa, sino que lo hace en el reflejo de sí mismo que le devuelven los demás.

Sus espejos moldean literalmente su autoimagen y el hecho de que el patrón de la inseguridad o la baja autoestima se instale de una forma rígida depende, por otra parte, de cómo hayan sido de tempranos, frecuentes e intensos los reflejos negativos recibidos y de la cantidad de fuentes distintas que hayan producido esos reflejos. Con esto no se pretende culpabilizar a los padres ni dejar que la responsabilidad de la vida de los hijos caiga exclusivamente sobre su entorno emocional, sino invitar a los adultos a que, desde su madurez, revisen y mejoren la relación con sus retoños.

Padres perfectos autoestima

LECTURA RECOMENDADA

"Padres perfectos", hijos heridos

8 consejos para fomentar la autoestima en los niños

Por suerte, aunque un niño crezca en unas pésimas condiciones para elaborar una autoestima adecuada o viva una situación traumática (muerte del padre o de la madre, guerra, accidentes ... ) que le dificultara desarrollar una personalidad equilibrada, no todo está perdido si a partir del reconocimiento del problema se favorece un clima de aceptación y experiencias de éxito.

La recuperación suele resultar asombrosamente rápida en estas edades. Por tanto, no todo se juega antes de los tres años ni todo está decidido ya a los seis.

Los padres podemos hacer mucho por corregir aquellos aspectos en los que posiblemente nos equivocamos. Estamos tan cargados de obligaciones y tan marcados por el reloj y las prisas que a menudo vemos a los hijos crecer sin disfrutar de ellos y sin dedicarles momentos de atención exclusiva; esos tiempos necesarios y fundamentales en los que ellos pueden sentir que no sólo nos ocupamos de su higiene, de su alimentación y de llevarles al colegio, sino también de demostrarles que les queremos, de jugar con ellos y de enseñarles el lado amable de la vida.

En esos momentos cargados de besos, achuchones, cosquillas, risas, placidez y sosiego, los niños ganan confianza y se sienten seguros para hacer frente a cualquier contratiempo. Tienen a sus padres, los pilares de sus cimientos, a favor, algo esencial para su crecimiento.

Sin embargo, cuando el amor hacia los hijos se da por hecho, pero no se expresa y se dedica más tiempo a las tareas de la casa, al trabajo o a otras personas que a ellos, no es extraño que acaben pensando que no son importantes y que por eso no se les hace caso.

La seguridad interna de un niño irradia de todas sus acciones y cuando llega a adulto es más capaz de trabajar constructivamente en las más variadas situaciones.

El sólido núcleo de su personalidad le otorga la libertad necesaria para ser innovador y transformarse en un miembro activo de nuestra sociedad. 

Algunas claves para conseguirlo:

1. afrontar bien  la rebeldía

Las actitudes rebeldes o de retraimiento esconden un anhelo de amor y aceptación. Cuanto más altas son las defensas que construye el niño, más ansioso y alienado está, pero con esa resistencia consigue lo contrario a lo que persigue, reprobación y aislamiento, recreando un círculo vicioso que puede dar lugar a una vida infeliz para él y para toda su familia.

La tarea más importante con un niño que elige la rebeldía como máscara de su debilidad quizá sea la de transmitirle lo mejor de lo que seamos capaces y ayudarle a que encuentre su propia forma de crecer, sin miedo, A partir de esto, él será el responsable de cómo quiere evolucionar.

2. Reforzar el amor

Tan importante como aceptar que nuestro hijo es como es, sin culpabilizarse ni sentirse víctimas de su comportamiento, es tratarle con auténtico amor sin esperar que responda a nuestros objetivos e ilusiones con él. Es fundamental que el niño nos sienta cerca y que nuestras caricias llenen sus vacíos. Saber que el niño no se comporta mal para fastidiarnos ayudará a no tomar su actitud como una ofensa personal.

3. Respetar al niño

Aunque a veces nos lleve a situaciones límite hay que tratar al niño con respeto, evitando la agresión verbal o física, pero también conviene hacerse respetar y si la situación es insostenible se le puede aislar en su cuarto por unos minutos hasta que se calme y hablar con él cuando la tormenta haya cesado, haciéndole entender que su actitud es inaceptable.

4. Ofrecerle un buen modelo

Es positivo crear un buen ambiente en casa en el que domine el amor y la empatía (si no lo había ya); mostrarse tranquilos y actuar con serenidad pero estableciendo límites cuando el niño no quiere colaborar; ser honestos con él, hablando claro, sin ambigüedades y cumpliendo lo que prometemos; hacer que se sienta válido y especial reconociendo sus méritos e inculcarle ciertos valores espirituales que mejoren su concepto de la humanidad y del mundo.

5. no dar mensajes negativos

En ese efecto espejo en el que uno acaba influenciado por lo que los demás ven o creen ver en él, las palabras, las miradas, los gestos, el tono y el volumen de voz ejercen un efecto poderoso.

La repetición machacona y autoritaria de frases como: eres insoportable; siempre la estás liando; no haces nada bien... o comparaciones odiosas como: mira a Fulanito, él sí que es bueno, o ¿por qué no sacas buenas notas, como tu hermano? acaban haciendo mella en el niño de forma que puede llegar a pensar que no sirve para nada y que nunca hará nada importante, lo cual puede reflejarse en la merma de sus habilidades y aptitudes, ya que si uno se ve a sí mismo como perdedor, espera fracasar y se comporta de manera que hace menos probable el éxito.

También resulta decisivo el ambiente familiar que rodea al niño: ¿es sereno la mayor parte de las veces o tormentoso, con discusiones continuas?

El hecho de que los padres se muestren tranquilos y felices propicia la seguridad y la confianza, mientras que cuando domina la tensión entre la pareja el niño siente que el mundo se tambalea a sus pies. Si sus dos modelos pierden los papeles, ¿a quién seguir?

Por ello es importante solucionar los problemas de pareja y analizar cómo queremos que sea el espejo en el que se reflejan nuestros hijos.

6. no exigirles más de lo que pueden dar

Tan peligrosa como la prevalencia de las experiencias y mensajes negativos sobre los positivos o la falta de expresión de amor hacia los hijos es el pedirles más de lo que pueden dar en las diferentes etapas de su maduración.

Nuestras expectativas con los niños a menudo son elevadas. Deseamos que aprendan rápido, que sean brillantes, satisfaciendo de esta manera el aspecto más competitivo de nuestro ego y de la propia sociedad actual.

Y así, la mayoría de las veces, desde el desconocimiento de lo que es normal en cada edad, les sometemos a una presión excesiva que puede hacer que el niño se vea incapaz de salvar el nivel que le marcamos y se bloquee, creyéndose inepto.

Esto sucede cuando pretendemos que cumplan a rajatabla los patrones que dictan los libros de psicología y pediatría, o lo que nosotros creemos que debe ser, olvidando el respeto que deberíamos tener hacia la propia individualidad, ya que, ni todos somos iguales (por suerte) ni maduramos y aprendemos de la misma manera.

Cuando por el contrario los padres no abrigan expectativas respecto a su hijo, éste puede deducir que no se espera nada de él y que no se cree en que pueda ofrecer algo al mundo; una falta de proyectos y de confianza que borra todo sentimiento del propio valor.

La línea correcta en este sentido, como recuerda Dorothy Corkille, consiste en combinar expectativas realistas con una cálida confianza en el niño

7. Dejarles experimentar para fomentar la confianza

Junto a las expectativas desmesuradas, la sobreprotección es uno de los grandes males que aquejan a los niños del mundo desarrollado.

A menudo confundimos cuidado con exceso de celo y facilitamos a nuestros hijos las cosas hasta el punto de no dejarles experimentar por sí mismos.

Con esta actitud, que suele darse más en madres controladoras, provocamos que poco a poco nuestros hijos se vayan convirtiendo en seres acomodados y dependientes que necesitan de la ayuda de los padres para cualquier cosa, pudiendo llegar a comportarse como verdaderos tiranos.

Es preciso destacar que en ocasiones este control excesivo hacia los hijos puede esconder conflictos personales de la madre que se aferra a sus obligaciones maternales como a un salvavidas para sentirse útil, para no ocuparse de su propio crecimiento o para eludir un problema de pareja no resuelto, cuestiones que brotarán con mayor intensidad cuando los hijos se independicen.

La consecuencia de manejar a los hijos como marionetas es que implícitamente les estamos diciendo que no confiamos en que sepan hacer las cosas por sí solos o en que vayan a hacerlas como esperamos: bien, rápido... y que preferimos decidir nosotros por ellos.

Por tanto, en un ambiente en el que domina la sobreprotección, la confianza que da el hacer las cosas por uno mismo no tiene la posibilidad de florecer y el niño no puede saborear la satisfacción de sus pequeños, pero importantes, logros.

Esta situación, que puede resultar asfixiante (no en vano, los especialistas en enfermedades psicosomáticas vinculan el asma con la sobreprotección) necesita para su resolución que los padres se den cuenta del problema y pongan en práctica un desenganche progresivo, otorgando al hijo parcelas de libertad en las que pueda desarrollar su propio yo.

8. Potenciar sus habilidades

Cuando en vez de centrarnos en los aspectos negativos de nuestros hijos para acabar convirtiéndolos en un problema nos fijamos en sus habilidades y virtudes intentando potenciarlas, el niño se siente por un lado emocionalmente fuerte, al saber que dispone de recursos para desenvolverse por sí mismo y, por otra parte, se sabe profundamente amado por sus padres, que tienen la paciencia y la voluntad de que él descubra y trabaje su parte más luminosa y constructiva.

Si además del reconocimiento y el desarrollo de las propias potencialidades el niño integra y aprende a poner en práctica valores altruistas y espirituales, como el amor, la generosidad, la compasión, la tolerancia, la paciencia, la honestidad, la gratitud, el sentido de la justicia, el humor y la confianza, tendrá la oportunidad de compartir y sentirse en unidad con los demás, haciendo que su vida cobre un sentido todavía mayor y que la felicidad le sonría.

Es cierto que llegar a este punto no es algo sencillo¡Un reto realmente fascinante! 

, pero cuesta encontrar mayor gratificación que la de caminar junto a un hijo (con los pros y los contras del viaje) y ayudarle a fijar su propio rumbo.

Libros para fomentar la felicidad de los hijos

  • El niño feliz; Dorothy Corkille. Ed. Gedisa
  • Pórtate bien; Mª Luisa Ferrerós. Ed. Planeta Prácticos
  • Guía práctica de la salud y psicología del niño; Paulina Castells. Ed. Planeta