Hay una famosa anécdota que encarna a la perfección lo que significa el optimismo. La cuenta Viktor Frankl, autor de El hombre en busca del sentido. Sobre la mesa, unas gachas mal cocinadas y una cabeza podrida de pescado. Es su comida, una de las tantas que tuvo que comer durante el tiempo que pasó en Auscwitz.

Pero lo que el autor nos cuenta no tiene nada que ver con el descontento, el terror, ni el miedo, ni siquiera el asco que sentimos al escucharla. Esta es una anécdota sobre la maravilla, el asombro de ver el pez, su estructura, su aspecto. Incluso en los peores momentos, nos explica este superviviente de los campos de concentración nazis, podemos encontrar sentido a la vida. 

Algo muy similar nos comparte el filósofo Rafael Narbona, profesor de filosofía, en una entrevista para Cuerpomente. “El optimismo”, explica, “no es un estado de ánimo, es una valoración positiva de la existencia”. Es precisamente por eso, asegura, que debemos trabajarlo de forma consciente.

El optimismo no es un estado de ánimo

Si vivimos desconectados de nuestras emociones, es fácil pensar que estas campan a sus anchas por nuestra vida. A veces estamos tristes, otras alegres. Pero no percibimos ningún control sobre las mismas. Son azares del destino. Filósofos como Narbona, que ha atravesado depresiones y vivido la lucha de su mujer contra el cáncer, nos dicen lo contrario: las emociones se entrenan y se gestionan. En especial, aquellas que nos hacen mejor la vida.

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“El optimismo no es simplemente un estado de ánimo”, asegura el filósofo en una entrevista para Cuerpomente. “Es una construcción, una manera de afrontar la vida, una creación del ingenio”.

Esta misma enseñanza queda reflejada en uno de los grandes clásicos de la filosofía, y particularmente del estoicismo, las Meditaciones de Marco Aurelio. El emperador romano decía: “cuándo te levantes por la mañana piensa en el privilegio de vivir, respirar, pensar, disfrutar, amar…”. ¿Cuándo fue la última vez que intentaste reflexionar sobre lo que tienes en la vida de forma positiva?

Una construcción adulta

Durante la infancia es fácil vivir en el optimismo. Cualquier cosa nos asombra, cualquier cosa nos maravilla. “Si os borrara la memoria, ver un pájaro sería maravillosos. Por eso los niños son felices”, asegura Emilio Duró, otro gran experto en optimismo. Sin embargo, para Narbona esta visión infantil del optimismo no es suficiente.

“Claro que se puede elegir ser optimista”, asegura el profesor, “pero, eso sí, el optimismo no debe confundirse con un sentimiento pueril. Ha de ser algo elaborado y premeditado que implique una valoración positiva de la existencia”.

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Si bien la capacidad de asombro es clave para el optimismo, como reflejan Frankl o Duró en las reflexiones mencionadas, Narbona nos habla de algo mucho más profundo. El optimismo no consiste solo en ver las maravillas del mundo. De ser así, dejamos en manos del destino nuestra propia felicidad.

No, el optimismo solo puede construirse en base a otra importante emoción: la esperanza. Solo si confiamos y sabemos que sobre las nubes sigue brillando el sol, podemos ser optimistas. Porque solo entonces podremos disfrutar de la lluvia, de los días nublados y las tormentas, sabiendo que tarde o temprano, volveremos a disfrutar del cálido calor del sol. Esta actitud, que no nos resulta natural, debemos trabajarla día tras día.

Una lucha contra el sesgo de negatividad

El cerebro humano está configurado para detectar peligros y amenazas. Esto es lo que explica la teoría del sesgo de negatividad, ampliamente respaldada en el campo de la psicología. En tiempos primitivos, era el que sentía asco, miedo o desagrado el que más posibilidades tenía de sobrevivir, y es esta mente diseñada para el terror la que hemos heredado. Nos resulta más sencillo fijarnos en aquello que nos amenaza que en aquello que nos hace feliz.

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Por suerte, el sesgo de negatividad no es tan necesario para el hombre moderno como lo era para el primitivo. Y podemos, de forma consciente, vencer esta limitación natural del cerebro.

Para hacerlo, contamos con algunas técnicas de eficacia demostrada por la psicología. Ejercicios, como los que haces en el gimnasio para entrenar tus músculos, que pueden ayudarte a desarrollar la más valiosa de las habilidades cognitivas: el optimismo.

Visualiza tu mejor “yo” posible

El primer ejercicio que nos recomienda la psicología para vencer este sesgo de negatividad consiste en imaginar, de forma detallada, el mejor escenario posible de ti misma en el futuro, considerando que todo ha salido bien. De la mejor forma posible.

Los estudios demuestran que si practica esta visualización a diario durante suficiente tiempo (las investigaciones realizadas duraban dos semanas) sentirás como aumenta tu optimismo y tu visión positiva del mundo.

Reestructuración cognitiva

El psicólogo Martin Seligman desarrolló este método que nos ayuda a identificar y cambiar patrones de pensamientos negativos. Su teoría parece compleja, pero se resume en unas siglas: ABCDE

  • Analizar las Adversidades.
  • Identificar las creencias (Beliefs) que surgen.
  • Reconocer las Consecuencias emocionales.
  • Discutir o desafiar esas creencias negativas.
  • Notar la Energía o efecto positivo de esta reflexión.

Puede sonar complicado, pero podemos resumirlo en un ejercicio muy sencillo. La próxima vez que tu mente se plante ante un problema para el que preveas consecuencias catastróficas, rétate a ti misma a imaginar tres resultados diferentes. Por ejemplo, si temes que llegar tarde al trabajo provoque tu despido, estos son tres escenarios alternativos que puedes imaginar:

  1. Nadie se da cuenta, y no pasa nada.
  2. Tu jefe lo percibe, te pregunta y entiende tus razones.
  3. Aunque tu jefe te escucha y te entiende, te regaña por tu actitud, pero no te despide.

Practica la gratitud

El hábito de la gratitud se ha revelado como uno de los más eficaces a la hora de potenciar el optimismo y mejorar la calidad de vida. Tomarte unos minutos al día para reflexionar y anotar aspectos positivos o cosas por las que estás agradecida pueden entrenar a tu mente para que empiece a enfocarse en lo positivo.

Actividad física regular

Para acabar, diversas investigaciones, entre las que se encuentran las realizadas por la famosa Clínica Mayo, aseguran que el ejercicio físico moderado (caminar, correr, nadar) libera endorfinas y reduce el estrés. Esto contribuye considerablemente a nuestra perspectiva del mundo. Los estudios sugieren que la actividad física es muy efectiva para combatir la depresión, mejorar el estado de ánimo y combatir el famoso “sesgo de negatividad”.

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