Vivimos en una era de ruido constante, en el que la inmediatez nos aleja del pensamiento profundo y la filosofía adquiere un papel más importante que nunca. No como asignatura lejana de nombres difíciles y conceptos abstractos, sino como una herramienta viva, capaz de orientarnos en medio del caos. ¿Cómo podemos vivir con sentido? ¿Es posible encontrar la paz interior en un mundo tan acelerado? ¿Pueden enseñarnos aquellos filósofos de barbas blancas cómo vivir en el mundo moderno?
Víctor Ballesteros Sánchez-Molina, profesor de filosofía y autor de La vida pensada, nos recuerda que pensar bien es el primer paso para vivir mejor. Con un lenguaje claro y cercano, repasa en esta entrevista las enseñanzas más vigentes de los grandes pensadores y desmonta algunos de los mitos actuales en torno al estoicismo. Una conversación esencial para reencontrarse con lo importante.
Esos filósofos que todos conocemos: los estoicos
-En tu libro repasas las enseñanzas de grandes filósofos. De todos ellos, o si quieres otros, ¿cuál crees que tiene más vigencia en la actualidad y por qué?
Es una pregunta que sonaría a la de “¿Quién es tu filósofo favorito?” y siempre me gusta responder: “¿A quién quieres más, a mamá o a papá?”. Cada uno te aporta lo suyo. Fíjate, en el libro tenemos a Platón y Aristóteles, que nos llevan muchos años de diferencia. Y todavía nos asomamos, por ejemplo, a la Apología de Sócrates, y es elocuente.
Sócrates dice que prefiere ser víctima de la injusticia que ser injusto, y prefiere ser coherente con su vida. A mí me gustaría que mucha gente fuera así. Yo creo que la vida de Sócrates nos habla rabiosamente al presente.
La clave, yo creo, es encontrar esa parcelita en la cual todavía es vigente. Por ejemplo, ¿es vigente el pensamiento de Aristóteles respecto de la esclavitud? Evidentemente, no.
Pero sí que creo que habría que encontrar esas nociones que nos da Aristóteles, por ejemplo, respecto de la amistad. Por eso me parecía muy útil rescatar obras suyas como Ética a Nicómaco o Ética a Eudemo, que para mí siguen siendo de mucha actualidad.
-Unos que están ahora de moda, digamos que son influencers en la actualidad, son los estoicos. ¿Por qué están tan de moda los estoicos?
Con los estoicos compartimos un contexto parecido. Si nos asomamos al tiempo de los estoicos, vemos que sucede justo después de la muerte de Aristóteles y después de Alejandro Magno.
Es como si dijéramos hoy que Estados Unidos va a dejar de ser la primera potencia mundial, que va a empezar a gobernar otro sistema, que estamos en un sálvese quien pueda.
Ese es el momento en el que viven los estoicos. Los estoicos viven un momento de inquietud general, una sensación de que nada funciona. Y ante eso, los estoicos, y también los epicúreos, los escépticos y otras tantas escuelas del helenismo, se plantean la pregunta moral desde el análisis de la naturaleza. ¿Cómo es el mundo que me rodea? ¿Cómo puedo ser feliz?
Aunque debo decir que lo que se ha puesto de moda es la pseudoética estoica, si quieres, porque no es estoicismo de verdad. Hoy en día, necesitamos encontrar la forma de ser felices en un tiempo convulso e intentamos encontrar esas respuestas basándonos en frasecillas de los estoicos. Pero habría que leerles y valorar bien el tema. Leer a Séneca hoy, por ejemplo, sigue siendo muy revolucionario, pero a la vez hay que tomarlo con cautela.
-Entonces, ¿qué deberíamos aprender de los estoicos? ¿Qué podemos rescatar de ellos?
De Séneca, sin duda, uno de los textos quizá más próximos a nuestro presente, es De la brevedad de la vida. Pensemos por un momento —dice Séneca— cuánto tiempo se nos escapa en discusiones tontas, en discutir con alguien. Se nos va mucho tiempo, y, aun así, luego parece que tememos que llegue el último momento.
Séneca tiene también un texto precioso que es Sobre la clemencia y se lo dedica a su pupilo, al que estaba instruyendo, que era el emperador Nerón. Poca clemencia aprendió, pero bueno, él se lo dedica. Y dice aquello de que ojalá, igual que las abejas solo pueden ser rabiosas una vez —solo pueden enfadarse una vez, y una vez se enfadan, mueren—, que ojalá nuestras armas solo sirvieran una vez en nuestra vida, y a partir de ahí pudiéramos ya morir. Relativizaríamos mucho más la realidad. tendríamos otra perspectiva.
Recomiendo también las Cartas a Lucilio, de las cuales salen algunas recomendaciones preciosas. Y también se ve el Séneca más íntimo, el Séneca más anciano, despidiéndose de la vida. Son textos muy bonitos.
La incertidumbre en tiempos modernos
-En este mundo de incertidumbre, ¿cómo podemos usar la filosofía para afrontar este miedo de una forma más positiva?
Probablemente como consolación. Boecio es conocido por escribir La consolación de la filosofía, y la escribe en la cárcel, en la que dice que se le aparece la Filosofía en forma de mujer y lo ayuda a hacer una especie de oración. Si nosotros miramos otros tantos textos y otros tantos testimonios vitales, vemos que la filosofía es útil.
Fue así para Epicteto, también estoico, cuyo nombre significa “el adquirido”. Es decir, era un esclavo que se adquirió por allí y que escribió unos textitos que hoy conservamos.
Hizo feliz también a Marco Aurelio, siendo emperador romano, la autoridad más alta del imperio. Él nos dice que la filosofía le hace feliz y le hace prudente en el gobierno, que es una cosa que quería: tener esa capacidad de discernir qué cosas hacer y qué cosas no.
La filosofía hace feliz a Epicuro, por ejemplo. Lo vemos cuando en esa carta a Meneceo dice que nadie se muestre remiso a filosofar, sea viejo o joven, porque sería como decir que es demasiado pronto o que es demasiado tarde para ser feliz.
Entonces yo creo que efectivamente la filosofía podría servir como consolación.
Aunque, ojo, la filosofía no tiene que ser como autoayuda. Es decir, no tiene que ser el sistema de la autoayuda según la cual nosotros parece que vamos a la estantería y cogemos, así como el que coge un medicamento, un libro que me llevo a casa y me sana. No.
Pero sí que nos da esas condiciones a partir de las cuales podríamos empezar a ser felices. Pero no es un “abracadabra” y “hocus pocus” y empezamos a funcionar, cuidado.
La filosofía nos habla mucho del sentido de la vida. Pero, ¿qué es en realidad? ¿Es un propósito mayor a nosotros o es algo que tenemos que encontrar en el día a día?
Pondrían ser ambas, porque podríamos decir que el sentido es algo que nosotros descubrimos, porque en nuestro día a día nuestra vida va adquiriendo un sentido, porque adquiere una dirección. Si lo trasladamos, por ejemplo, a la conducción, sabemos que, las carreteras tienen un sentido u otro, y circulamos por ella en la dirección en la que nos digan. Nos llevan hacia el norte, hacia el sur, hacia cualquier sitio, ¿no? Ahí está el sentido de lo cotidiano.
Y a la vez, sí que se puede dejar la puerta abierta a que ese sentido sea algo externo. Y eso en castellano lo llamamos “vocación”, y tiene también un componente trascendente o religioso. No puede haber vocación si yo no estoy llamado a ser algo, y cuando yo estoy llamado a ser algo o a hacer algo es porque algo o alguien me llama.
Entonces yo creo que ahí hay un remix, podríamos decir. Hay gente que lo tomará desde un punto de vista existencialista o materialista y dirá: “Yo lo decido y punto. Yo soy el dueño de mi vida y se acabó.” Y conviene no buscar terceras personas a las que echarles el muerto de haber decidido hacia dónde va mi vida.
A la vez hay gente que sí considera que tendría esa apertura a la trascendencia. Que piensan “pues en efecto, yo estoy llamado a ser algo.” Del mismo modo que Aristóteles dice con la causa final “nosotros creamos cuchillos para que corten muy bien”, y esa es su causa final, es su vocación, es lo que está llamado a ser. En el momento en el que el cuchillo deja de cortar bien, ya no es un cuchillo útil. Esa vocación se la hemos dado nosotros, y hay gente que tiene ese sentido de trascendencia o religiosidad, de decir: “Yo estoy llamado a ser algo.”
En el caso de Aristóteles, por ejemplo, tiene un sentido teológico cristiano, porque dice: el ser humano está llamado a ser racional, a tener ese raciocinio, al desarrollo del logos. Está llamado, por tanto, a desarrollarlo hasta las últimas consecuencias.
La filosofía en la educación
-Como profesor de filosofía, ¿crees que la filosofía ocupa el espacio que debería en el currículo de los estudiantes?
Pues mira, es una pregunta que tiene mucho sentido. Sí, ahora mismo tenemos una legislación que vuelve a hacer que en el Bachillerato sea obligatoria y luego tienes que elegir entre Historia de España o Filosofía para la PAU. Pero fíjate que bonito. En la legislación anterior se quitó de Bachillerato la obligatoriedad, pero se puso como optativa en cuarto de la ESO. Y ahora, cuando ha entrado en vigor la nueva ley, se ha quedado como optativa. Todas las autonomías han decidido: “Pues hemos visto que es bueno y la mantenemos.”
Que los colegios, los equipos directivos, las AMPAS, y todo lo que participa del diseño curricular del colegio, decidan tener Filosofía optativa en cuarto o no, eso ya depende de ellos. Personalmente, me gustaría que decidieran que sí. Porque creo que tener esa formación filosófica, a esta edad, antes de la formación preuniversitaria es muy lícito y muy lógico.
-Porque, ¿cómo beneficia en esta etapa a los adolescentes, más allá de lo académico, enfrentarse a la filosofía?
Creo que lo primero por lo que les beneficia es porque seguramente sea la única disciplina que tenga que justificar su utilidad.
Es decir, nosotros en Bachillerato estudiamos Biología, estudiamos Química o Latín o Griego, y no estudiamos la utilidad del Latín, del Griego o de la Biología. Nosotros, los profesores de filosofía, sin embargo, entramos pidiendo perdón. Tenemos que justificar por qué es útil.
En segundo lugar, porque la filosofía es un buen manual para afrontar una vida. Mi labor como profesor es ser un poco Sócrates. Ser el tábano que les va aguijoneando, haciéndoles preguntas y sacándoles de su zona de confort. Incomodarles un poco en el pensamiento y asomarles a ventanas que a veces no les gustaría.
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