En el salón de los Fromm solo se escucha el tictac del reloj de pared. La madre está pasando por uno de sus habituales episodios de depresión. Para el padre, no es algo circunstancial; su carácter es siempre taciturno y angustiado.

Erich, de doce años, está impaciente por que llegue la hora de la visita: una joven pintora de unos 25 años, hermosa, magnética, acompaña siempre a su padre viudo; vienen cada semana. Pero la visita no se presenta, y alguien les hace llegar un mensaje: el anciano ha fallecido, y la joven pintora se ha quitado la vida y dejado una nota expresando su deseo de que la entierren con él.

Buscando respuestas en el psicoanálisis

Cinco décadas más tarde, en su libro Las cadenas de la ilusión (1962), el ya reputado psicoanalista Erich Fromm dejaría constancia de que aquel suceso le había conmovido profundamente, hasta el punto de desencadenar su interés por el psicoanálisis y la fecunda carrera que emprendería después:

“¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que una joven y bella mujer pudiese amar tanto a su padre que prefiriese ser enterrada junto a él a vivir para los placeres de la vida y del arte? Ciertamente no pude contestar, pero el cómo se me quedó grabado. Y cuando conocí las teorías freudianas, estas parecieron encerrar la respuesta a una experiencia aterradora y enigmática”.

En 1920, a los veinte años, inició la carrera de Sociología en la universidad de Heidelberg. En la misma ciudad se había fundado un instituto psicoanalítico, y Fromm acudió para recibir formación como psicoanalista.

El impacto de la guerra

Si el complejo de Edipo estuvo tras el acontecimiento que dictó su interés por las teorías de Sigmund Freud, otros hechos lo empujaron hacia dos otras grandes influencias de su vida: el pacifismo y las teorías de Karl Marx.

También en el Antiguo Testamento, al que se vio abocado desde temprano debido a su entorno familiar, de judíos ortodoxos, le ofreció inspiración; “la visión de paz universal y armonía entre todas las naciones me conmovió profundamente”, escribió Fromm.

Pero seguramente nada de todo esto hubiera cristalizado en una obra como la suya si no hubiera estallado la primera guerra mundial: “Cuando la guerra terminó en 1918 yo era un joven profundamente preocupado, obsesionado por la pregunta de cómo era posible la guerra, por el deseo de comprender la irracionalidad de la conducta de las masas humanas, por un deseo apasionado de paz y comprensión internacional. Además, me había vuelto profundamente desconfiado con respecto a todas las ideologías y declaraciones oficiales, y estaba imbuido de la convicción de que hay que dudar de todo”.

En el Instituto de Frankfurt de Investigaciones Sociales se forjaron sus teorías sobre el papel del individuo en la sociedad capitalista. Con el ascenso del nazismo en Alemania, todo se precipitó: Fromm emigró primero a Suiza y después a Estados Unidos.

Cuando desembarcó, sus principales intereses ya estaban consolidados: la relación entre fascismo y libertad, el papel del individuo en la sociedad capitalista de masas, y el aprendizaje del amor.

¿Cómo veía Fromm la libertad?

Combinando observaciones sociológicas y psicoanalíticas llegó a la conclusión de que los seres humanos a menudo sentimos un miedo profundo a asumir la libertad y cedemos nuestros derechos sobre ella.

Para desarrollar su teoría, partió de la imagen bíblica de la expulsión del paraíso: “El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón. El mito se refiere a otras consecuencias del primer acto de libertad. Se rompe la armonía entre el hombre y la naturaleza. Dios proclama la guerra entre el hombre y la mujer, entre la naturaleza y el hombre. (...). La libertad recién conquistada aparece como una maldición; se ha liberado de los dulces lazos del Paraíso, pero no es libre para gobernarse”.

Frente a este miedo original a la libertad, el ser humano suele ceder su responsabilidad mediante tres mecanismos.

  • Conformidad automática: conformar la propia personalidad a lo que la sociedad prefiere y espera de ella, sacrificando el verdadero yo.
  • Autoritarismo: ceder el control de uno mismo a otra persona (actitud sadomasoquista).
  • Destructividad: destruir a los demás y en última instancia al mundo para que los otros no lo arrollen a uno.

Es decir, terreno abonado para el totalitarismo, por un lado, y el consumismo escapista, por el otro.

Los sentimientos de culpa y vergüenza, que están en el origen del miedo a la libertad, solo pueden trascenderse desarrollando lo mejor de uno mismo, lo que nos hace únicos, todo nuestro potencial humano: la capacidad de raciocinio, de producción y de amor.

Pero, ¿pueden estas potencialidades desarrollarse plenamente en el mundo capitalista?

El contexto social fue siempre importante para Fromm y, de hecho, supuso el punto de disensión con la teoría freudiana. Si para Freud el malestar individual provenía de la represión de los impulsos sexuales del individuo, imprescindible para poder convivir en sociedad, para Fromm era el hecho de que la sociedad no ofreciera a los individuos todos los medios para desarrollar su potencial de trabajo y amor lo que causaba frustración y malestar.

En Miedo a la libertad, dice: “Hay tan solo una solución creadora posible que pueda fundamentar las relaciones entre el hombre individualizado y el mundo: su solidaridad activa con todos los hombres, y su actividad, trabajo y amor espontáneos, capaces de volverlo a unir con el mundo, no ya por medio de los vínculos primarios, sino salvando su carácter de individuo libre e independiente.

El individuo moderno, al contrario que el feudal, sabe que es dueño de su libertad, y sin embargo no puede ejercerla debido a un contexto que convierte su trabajo, su energía y su amor, y por tanto, a sí mismo, en mercancía. El que no entra en la cadena se queda al margen.

En consecuencia, según Fromm, el precio de la libertad individual en un contexto capitalista es sentirse solo, aislado, impotente y angustiado, privado de aquellos vínculos que les otorgaban seguridad. Esto transforma la libertad en una carga insoportable que se identifica con un tipo de vida que carece de significado y dirección.

El amor como arte

Tras tres matrimonios, había llegado el momento de reflexionar sobre uno de los temas centrales en su vida: el amor. El arte de amar (1956) se convirtió rápidamente en un bestseller mundial.

Fromm defiende que amar no es una emoción sino una capacidad que puede desarrollarse, y que está íntimamente ligada a la responsabilidad, el respeto y el cuidado de los demás. Esto es, con verdadero conocimiento de lo que realmente necesita y desea la otra persona.

Para Fromm, igual que la libertad, el amor es un acto de la voluntad: la decisión de amar (cuidar, responsabilizarse, respetar y conocer) a una persona. Es indisoluble de su idea de libertad, que implica ser capaces de obedecer a la razón y al conocimiento, y no a las pasiones irracionales.

El amor es la llave para abrir las puertas al “crecimiento” del hombre. Permite trabar relación con otros, sentirse uno con otros, sin reducir el sentido de integridad e independencia.

Para que sea así, el amor requiere que se hallen presentes al mismo tiempo la solicitud, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento del objeto de unión. Cuando esto se cumple, para Fromm "la experiencia del amor es el acto más humano y humanizador".