Paco León es, posiblemente, uno de los actores más divertidos y queridos de nuestro país. El andaluz ha arrancado risas a España entera, y en todas sus entrevistas que concede deja claro que, para él, es fundamental vivir su vida con coherencia, actuando según sus principios y ayudando a los demás siempre que puede. 

En sus redes sociales, el actor compartía una célebre frase de Walt Whitman que dice: "Lo importante es que lo que hagamos produzca felicidad". A continuación, invitaba a sus seguidores a compartir qué es lo que les produce felicidad, porque ese es el verdadero secreto. Crear felicidad para sentirla. 

La felicidad como criterio de acción

La frase que comparte Paco León tiene algo sutil pero poderoso. Nos habla de buscar la felicidad, pero no como un fin lejano, sino como algo que depende de nuestras acciones, de lo que hacemos cada día. Algo que depende de la felicidad que producimos. 

De esta forma, la felicidad adquiere una dimensión moral, como ya advertía unas semanas atrás el profesor Rafael Narbona en nuestra revista. "Solo nos ganamos el derecho a ser felices cuando obramos éticamente", escribía el filósofo. 

Esta idea que comparte también Paco León nos ayuda a entender la felicidad como una brújula. Algo que nos permite preguntarnos cómo nos sentimos mientras vivimos. ¿Lo que hacemos nos nutre, o nos apaga? 

Para el psicólogo humanista Carl Rogers, "la buena vida es un proceso, no un estado del ser". O lo que es lo mismo, el bienestar no tiene nada que ver con los logros o el éxito. El bienestar llega cuando nos alineamos con lo que somos y actuamos desde nuestra verdad. Es así como la felicidad se convierte en una consecuencia de una vida vivida con sentido, y no en un alarde de alegría eléctrica, de placer instantáneo o de ausencia de sufrimiento. 

El lugar que ocupan los demás

Si para ser felices necesitamos darle un sentido a nuestra vida, una dirección, necesitamos a los demás en la ecuación. Porque el sentido siempre implica al otro, inevitablemente. 

Lo vemos, por ejemplo, en el ikigai, el secreto japonés de la longevidad y la felicidad. Este concepto nos invita a buscar el punto en el que confluyen cuatro factores: aquello que se nos da bien, aquello por lo que pueden pagarnos, aquello que amamos y aquello que el mundo necesita. 

En el centro en el que confluyen estos cuatro puntos, se encuentra el ikigai. La razón de ser. Aquello por lo que merece la pena vivir. Aquello con lo que podemos producir felicidad para los demás, como adelanta la cita de Whitman.

El sentido químico de la felicidad

Más allá del sentido filosófico, esta cita que comparte Paco León en sus redes, hay algo de química en su reflexión. Solo podemos sentirnos felices cuando hacemos felices a los demás, porque nuestro cerebro funciona de esta manera. 

El experto en felicidad Arthur Brooks lo explica en uno de sus muchos artículos: "Si quieres hacer feliz a alguien, pídele un favor"

La neurociencia y la psicología han descubierto que cuando hacemos algo por los demás, cuando ayudamos a alguien, le entendemos o empatizamos con esa persona, nuestro cerebro libera una de las muchas hormonas que garantizan nuestro bienestar: la oxitocina. 

Es la misma hormona que libera nuestro organismo durante el parto y la lactancia, una hormona diseñada para unirnos a los demás, para recompensarnos por ser sociables y amables. Un neurotransmisor del amor, si lo queremos. Y uno que nos hace sentir infinitamente felices.

Grandes gestas, pequeños gestos

Lo mejor de todo esto es que, lejos de lo que cabría imaginar, no hacen falta grandes gestas para conseguir activar este sistema de recompensa químico, esta felicidad ética y filosófica. Basta con abrir los ojos, prestar atención y llevar a cabo pequeños gestos de bondad que hagan sentir felices a las personas que nos rodean. 

Desde abrirle la puerta a una persona que va cargada, hasta escuchar a un amigo que lo necesita. Los pequeños gestos son los que nos permiten darle sentido a la vida, son los que garantizan nuestra felicidad diaria. 

Basta con pensar un poco en el otro, con pensar qué puedo hacer ahora para hacerle sentir mejor, sin caer en extremos, en sacrificios o en el mal hábito de anteponer las necesidades ajenas a las propias. 

En un mundo marcado por el individualismo, pensar en el otro es un acto revolucionario y transformador. Porque nos permite salir de nuestra mente egoísta, dejar de sufrir por las trampas de la mente, nos conecta con los demás, estimula los neurotransmisores de la felicidad y nos guía hacia una vida más ética. Y es que, como dice Rafael Narbona, “vivir éticamente no implica protagonizar gestos heroicos. Es suficiente actuar con ternura, delicadeza y generosidad”.

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