En 1999 el director de cine Rob Reiner dirigió Historia de lo nuestro, un drama matrimonial protagonizado por Michelle Pfeiffer y Bruce Willis.

En una escena de la película, los dos protagonistas discuten acaloradamente sentados en la cama, mientras que, a su lado, los padres de ambos van tomando parte activa en el conflicto.

Esta parodia, que es una ficción dentro de la película, nos muestra algo muy real para muchas parejas: familiares que tienen casi más voz y voto en su relación que ellos mismos.

El espacio propio de la pareja

Cuando elegimos a nuestra pareja, no elegimos a su familia.

Sin embargo, se trata de su familia y, dado que existen fuertes lazos afectivos entre ellos –al igual que los tenemos nosotros con los nuestros–, será necesario delimitar y hacer respetar con claridad el mundo privado e íntimo de la pareja, sobre todo en referencia a dos necesidades básicas: un espacio físico y un espacio psicológico propios.

Un espacio físico de intimidad

Existe la necesidad de mantener un espacio físico privativo en el que desarrollar la convivencia y construir la relación.

Recuerdo a Bruno, un paciente argentino muy gracioso, que me comentaba que había comprado un piso en la misma finca en la que vivían sus suegros. Decía no recordar ni un solo día en el que la madre de su mujer no hubiera bajado para visitar a su hija.

A veces, si entraba en la cocina y veía que era él quien estaba cocinando, levantaba la tapadera de la cacerola para probar la comida y condimentarla mejor. “Sergio, ¿sabes cómo se dice suegra en griego? Estorbas”, solía bromear Bruno.

Aprender a respetar el espacio físico y psicológico que se crea con la pareja es esencial para asentar las bases de una nueva familia.

El espacio psicológico: ¿tiene la pareja independencia para tomar sus decisiones?

Asimismo, es necesario disponer de un espacio psicológico en el que tomar con plena libertad y sin presiones todas aquellas determinaciones que corresponden como pareja.

Y es que existe un sinfín de actividades que requieren de una toma de decisiones importantes que suelen verse afectadas por los deseos de los padres. ¿Dónde comer los domingos? Uno prefiere hacerlo en privado con su pareja, el otro no quiere faltar a la comida semanal con todos los hermanos y sus parejas e hijos... ¿Y dónde vamos en Navidad? O a quién invitar a la comunión de nuestro hijo; ellos preferirían algo íntimo, “pero mi madre dice que deberíamos avisar a...”.

He conocido a parejas que incluso han tenido que consensuar con sus familias el nombre de su futuro hijo o hija. Pero donde las parejas son invadidas con mayor frecuencia es, sin lugar a dudas, en la educación de los hijos.

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A mis hijos los crío yo

Una de mis pacientes tiene un niño de dos añitos que suele tener problemas con la comida. Cuando van a comer a casa de sus suegros, ella tiene que llevarse al niño a una habitación en la que estén los dos a solas para que nadie, sobre todo el suegro –al que ella llama el “suegrogro”–, le diga lo que tiene que hacer para que su hijo coma.

¿Cómo poner límites cuando las familias invaden estos espacios?

Estas dos necesidades básicas de toda pareja–tener un espacio físico en el que desarrollar su convivencia y un espacio psicológico en el que poder decidir en libertad– suelen ser vulneradas con bastante facilidad, lo que lleva a poner en peligro la estabilidad de la pareja, especialmente si esta es joven y aún no tiene el grado de madurez necesario para hacerse valer y respetar ante la familia extensa.

A la hora de abordar estos conflictos, la pareja debe tener en cuenta una serie de cuestiones fundamentales:

  • La primera es que, cuando necesitemos afrontar un problema con los padres de alguno de los dos, lo hagamos de mutuo acuerdo y en colaboración. Es así como se asume la plena responsabilidad del cuidado de la relación, pues es esta la que nos servirá de base para la construcción de la propia familia.
  • Una segunda cuestión es manejar el conflicto sin tocar el vínculo de nuestra pareja con sus padres. Se trata de evitar eso de: “Es que tu madre...”. Si no lo hacemos, estaremos agrediendo psicológicamente un vínculo primario y nuestra pareja quedará dividida entre nosotros y sus padres. En lugar de ello, es importante expresar a nuestra pareja cómo nos sentimos con sus padres y qué necesitamos de ella, pero siempre sin realizar valoraciones personales sobre los padres.
  • Y, por último, se trata de no inmiscuir a los padres en los conflictos de la pareja. Muchas veces es uno de los miembros, porque no ha roto debidamente el cordón umbilical, el que llama por teléfono a sus progenitores para explicarles cualquier conflicto, en lugar de consensuar soluciones con su pareja. Cuando esta situación se torna repetitiva, los familiares acaban preocupados y tratan de intervenir constantemente, por lo que terminan teniendo más peso en la pareja que ella misma. Y, entonces, escenas como la de la película de Rob Reiner no resultan tan alejadas de la realidad.