Como psiquiatra, siempre me han impactado los casos de pacientes que se maltratan a sí mismos.

Por supuesto, son conocidos los malos tratos físicos (incisiones, golpes...) con que se autolesionan las personas borderline. Pero más sorprendentes son las agresiones psicológicas que muchos pacientes se infligen cuando exteriormente no parecen estar tan mal.

Estas violencias invisibles pueden tomar la forma de insultos (“¡qué idiota!”), autodesvalorizaciones (“eres un desastre”) o autoataques desencadenados por una decepción ligada a un fracaso. O presentar el rostro de una autopersecución insidiosa y constante: hacerse reproches, denigrarse ante el menor incidente.

interiorizar misoginia

LECTURA RECOMENDADA

La maltratadora que llevas dentro

Sobre esto me escribió un día uno de mis pacientes: “En cuanto tengo dificultades, empiezo inmediatamente a culparme, a acusarme, a sentirme responsable, incapaz, patético; luego, una vez que me he calmado, intento reflexionar. A menudo continúo encontrando razones para acusarme, pero soy un poco menos violento, mientras que, al principio, estoy dispuesto a golpearme o a tirarme por la ventana”.

¿Por qué aumentar los sufrimientos que nos trae la vida agrediéndonos?

¿Por qué a una adversidad externa le sumamos una agresividad que viene del interior? ¿Por qué no conseguimos decirnos: “No te hagas daño. Nunca. La vida ya se ocupa de eso”?

Porque nos falta autocompasión. Porque no solemos estar lo suficientemente atentos a esta dimensión fundamental de nuestro bienestar.

Las consecuencias de no ser autocompasivos

La autocompasión consiste en estar atento a nuestros sufrimientos (en lugar de ignorarlos), en tratar de aliviarlos (y no autocastigarnos o hundirnos en ellos), en mostrarse amable y comprensivo con uno mismo (en vez de tratarse con distancia, dureza, desprecio o violencia).

La autocompasión es una de las tres claves del equilibrio interior, junto a la estima y la aceptación de uno mismo:

  • Estima: “Tengo valía y capacidad”.
  • Aceptación: “Aunque sea imperfecto, más allá de lo que hago merezco existir y ser amado.
  • Autocompasión: “No debo hacerme daño cuando sufro, ni castigarme cuando fracaso. Por el contrario, en esos momentos merezco atención y consuelo

La falta de autocompasión es una importante fuente de angustia, porque añade sufrimiento a los problemas que ya plantea la existencia cotidiana. Además, se acompaña generalmente de resentimiento hacia uno mismo, vergüenza y culpabilidad, que producen una especie de “sobreinfección”, de “supuración” del sufrimiento.

Esta falta es un auténtico obstáculo para los procesos de reparación y cicatrización de nuestras heridas psíquicas, porque ni nos ofrecemos consuelo ni tampoco aceptamos el de otros.

Nos esforzamos en conservar nuestras heridas y no dejamos que otros las curen.

Los estados de ánimo autoagresivos impiden también que el tiempo pueda jugar un papel calmante porque traen siempre a nuestra conciencia supuestos fracasos o carencias pasadas, nos devuelven una y otra vez a nuestros malestares. También nos incitan a no tener en cuenta, no aceptar ni respetar nuestro sufrimiento.

Mucho antes que los psiquiatras, los filósofos habían identificado el fenómeno.

  • Montaigne lo expresaba así: “De todas las enfermedades, la más salvaje es despreciar nuestro ser”.
  • Y hace todavía más tiempo, el poeta latino Lucrecio anotaba: “Todo el mundo quiere huir de sí mismo, pero nadie lo consigue. Quedamos prisioneros de un yo que detestamos”.

¿En qué se basa la autocompasión?

Se trata simplemente de entender que es normal cuidar de uno mismo; de comprender que tener el sentimiento de fracaso o de sentirse inferior es una experiencia humana universal (por lo que resulta inútil juzgarse, castigarse); de ser capaz de aceptarse y tomar distancia de los propios fracasos o dificultades (no hay que juzgarse demasiado rápido ni identificarse con los problemas).

Hay muchas estrategias terapéuticas para desarrollar la autocompasión.

Yo a veces recomiendo a mis pacientes utilizar pequeños mantras. En las tradiciones budistas e hinduistas, el mantra es una frase muy corta que se repite con regularidad para impregnarse de ella. Es un término procedente del sánscrito que significa “instrumento para proteger la mente”.

Podemos emplear mantras personales, como: “Cuida de ti”, “No te hagas daño”, “De nada sirve agredirse”, “Nada de doble castigo”, “Hazlo simplemente lo mejor que puedas”, “No te detestes”.

Sé que puede parecer un poco ingenuo, o tal vez rígido; pero, en la práctica, frases como estas son pequeños automatismos de llamada al orden cuando nuestros demonios interiores traen a nuestra mente fórmulas autodestructivas como: “Eres un inútil”, “No lo conseguirás”, “No lo mereces”...

Haber repetido con regularidad los mantras de autocuidado, por ejemplo durante ejercicios de relajación o meditación, puede ayudarnos a transformarlos en automatismos mentales. No para que nos convirtamos en robots, sino para limitar otros automatismos, los que nuestro pasado ha sembrado en nosotros, y ofrecernos el tiempo de reflexionar con tranquilidad.

Este enfoque no ha sido objeto, que yo sepa, de ningún estudio científico que lo valide (ni tampoco que lo invalide). Simplemente, muchos de mis pacientes lo han adoptado espontáneamente y me dicen: “Ahora, cada vez que fracaso, hay una pequeña voz en mi cabeza que me dice: ‘No te hagas daño’. Y eso lo cambia todo”.

¿Practicando la autocompasión existe el riesgo de autocomplacerse o de acabar sintiendo piedad por uno mismo? Aparentemente, no. La autocompasión suele conllevar más sentimientos de responsabilidad personal (admitimos los problemas si es necesario, en lugar de defendernos o negarlos), pero sin caer en la culpabilidad abusiva e inútil.