¿De dónde surge la incapacidad para comprometerse? ¿Por qué a veces huimos ante la posibilidad de iniciar una relación estable? El miedo al abandono o a la invasión son las emociones que oculta este problema.

Teresa viene a verme a mi consulta algún tiempo después de haberse separado. Tiene 38 años y se queja de que los hombres con los que se relaciona, y que están en su misma situación, reconocen llevarse muy bien con ella, pero no dan un paso más allá. No terminan de comprometerse con la relación como a ella le gustaría.

Es lo que le acaba de pasar con Luis: salían, se divertían juntos pero, cuando Teresa le insinuó que se implicara un poco más en su vida, por ejemplo que se sumara alguna vez a las cenas con sus compañeros de trabajo, él no volvió a aparecer.

Escucho muy a menudo quejas de este tipo, sobre todo en boca de mujeres, pero también de algunos hombres. Es la queja constante en las consultas terapéuticas y, por supuesto, también en las charlas “entre amigas”.

Miedo a comprometerse sentimentalmente: ¿por qué ocurre?

Pero, ¿es realmente así? ¿Qué entienden los hombres cuando las mujeres les piden mayor implicación en sus vidas? ¿Por qué reaccionan al revés de como ellas esperan, es decir, alejándose? Cuando las mujeres se dan cuenta de esta “falta de compromiso”, recurren a veces a ciertas técnicas para “atrapar” al hombre que, al advertir estas presiones, huye. Y la consecuencia es que, tanto el hombre como la mujer, sufren más.

Como terapeuta de parejas sé que, detrás de esa “falta de compromiso” y de esa “queja” por la aparente distancia que pone el otro, lo que hay es miedo a sufrir. Vamos a tratar de clarificar esta cuestión, dando algunas pautas que ayuden a ver qué se oculta detrás de esas actitudes, de esos intentos comprensibles de prevenir el dolor.

El miedo al compromiso es ni más ni menos que miedo a lo que el amor implica, al desafío que nos impone. Generalmente, si la mujer se queja de falta de compromiso, el hombre protesta porque se siente presionado. Esta queja por la falta de implicación se debe, en la mayoría de los casos, al miedo al abandono. Y la resistencia a la entrega responde, en general, al temor a ser invadido.

Miedos que se retroalimentan

Son miedos complementarios, que se potencian mutuamente, en un círculo vicioso que puede llevar a la pareja a una crisis y tal vez a una separación. Si no comprenden qué sucede en el fondo, pueden llegar a esta situación que ninguno de los dos desea.

Lo primero es entender en qué consiste el amor. Qué pone en juego de nosotros mismos. Cuánto y cómo nos afecta lo que el otro hace y dice. Y por qué. Ni la relación más intensa y feliz nos salva de sentirnos indefensos. Al contrario, porque el temor a la pérdida también es más fuerte. Y puede teñir con colores sombríos cualquier gesto del otro que no sea exactamente el que esperamos.

El otro es realmente “otro”, no un mero apéndice o prolongación de nosotros mismos, y por eso el menor de sus gestos puede herirnos. Y es posible que llamemos “falta de compromiso” a una actitud que en realidad estamos percibiendo como una señal de alarma, como un “peligro de abandono”. Pero no es “el otro” quien ha enviado esa señal, sino la propia intensidad de la relación, que reaviva sentimientos muy profundos.

Cada vez que nos enamoramos, todas las emociones que quedaron grabadas en la infancia vuelven a la actualidad, no sólo las felices sino también los momentos en que hemos sentido miedos, frustraciones, controles demasiado rígidos...

El caso de una pareja cualquiera: Juan y Ana

Recuerdo el caso de Juan, porque es muy representativo del problema que tratamos de aclarar. “Ana me invade con sus requerimientos. Me manipula de tal forma que hasta he dejado de ir a reuniones de trabajo, para que no se enfade. Si hago algo que a ella no le gusta, me siento como si fuera una mala persona. He ido concediendo, concediendo, y ahora yo también estoy enfadado.”

Cualquier acto de Ana era interpretado por él como manipulación, y ella sentía como abandono cualquier cosa que Juan hiciera. La convivencia se hizo tan difícil que Juan decidió irse de casa por un tiempo. Curiosamente, ahora que vivía solo había cambiado su coche por el modelo que más le gustaba a Ana, con lo cual estaba manifestando que la supuesta “manipulación” era más un problema de él que de su mujer.

Causas: las huellas del pasado

Juan pasó a contarme que su madre le había preguntado varias veces, en tono imperativo, cuándo volvería a su casa. La reacción de Juan era enredarse en explicaciones y justificaciones interminables. Le hice notar que, a los 40 años, no necesitaba justificarse así y que podía ponerle un límite. “Pero, ¿cómo quiere que lo haga? Es mi madre”, me dijo.

Así surgieron escenas de su niñez, y a través de ellas pudo expresar viejos sentimientos que mantenía congelados con respecto a su madre. Cuánto lo controlaba, cómo se creía dueña absoluta de la verdad, y cómo él se afanaba por complacerla.

Aquella situación lo había convertido en una persona hipersensible a la manipulación, lo veía todo a través de esa lente y sus relaciones se resentían. Cuando percibía que la demanda era excesiva, se alejaba. Se pertrechaba contra lo que podía hacerle sufrir.

El miedo a la invasión es en el fondo el miedo a dejar de ser uno mismo.

Un conflicto de roles

Esta situación la viven sobre todo los hombres, porque tradicionalmente se les ha adjudicado el deber de responsabilizarse del bienestar material y emocional del “clan”. La preocupación por cumplir con ese papel puede invadir hasta tal punto que se tiene miedo a dejar de ser “uno mismo”. Lo que Ana percibía como “falta de compromiso” era un intento por defender un espacio donde no sentir ese miedo. Juan había llegado a un callejón sin salida: no podía hacer ni lo que él deseaba ni lo que deseaba su mujer.

Pero hay formas de salir de ese callejón. El camino que propongo es el de aprender a tolerar el disgusto del otro, a marcar límites y atreverse a decir “no”. Para lograrlo es necesario aceptar que nadie es omnipotente, algo que a la mayoría de los hombres les cuesta. Y no es un trabajo fácil, ya que poner límites al otro implica reconocer los propios.

¿Cómo reconducir la relación?

Juan y Ana pudieron volver a unirse cuando él estuvo en condiciones de sostener sus propios deseos sin afectar al miedo de ella al abandono. Si tenía que ir a una cena de negocios iba, pero aprendió a transmitirlo de modo que Ana no lo recibiera desde su propio miedo. Ahora daba el mensaje de otra manera: “Podrías pasarme a buscar después de la cena y nos vamos a tomar una copa”.

Ana aprendió por su parte a no interpretar siempre las actitudes de Juan como “falta de compromiso” y a explorar qué le pasaba a ella. El miedo al abandono genera tanta ansiedad que no nos permite valorar nuestras vivencias. Como no puedo soportar la idea de separarme, reclamo más y más “compromiso” demostrando que mi entrega es absoluta.

Sin embargo, la entrega de quien teme ser abandonado nunca es “absoluta”, porque está basada en el miedo. Un miedo que busca calmarse a través de la posesión y el control sobre el otro. Hay verdadera entrega cuando se acepta al otro tal cual es. El miedo al abandono se combate desarrollando la confianza en uno mismo y el diálogo con el otro.

La apertura y la confianza son actitudes contagiosas. Si cada uno es capaz de mirar qué le pasa por dentro, también podrá abrirse a lo que le pasa al otro. El primer compromiso del amor es el compromiso con lo que sentimos, y la verdadera valentía está en buscar las claves de nuestros miedos.

Reforzando el compromiso

Si amamos a alguien, ¿por qué a veces nos cuesta comprometernos? Si alguien nos ama, ¿por qué parece reacio a comprometerse? Tal vez no pueda a causa de sus miedos, o nosotros se lo impidamos a causa de los nuestros. Ofrecemos a continuación una serie de claves, que te permitirán identificar esos miedos que ponen barreras al compromiso y te ayudarán a despejarlos.

1. Identifica tus sentimientos

Trata de detectar cómo te sientes ante tu pareja y también ante tu familia, tus amigos y tus compañeros de trabajo. ¿Te sientes menospreciado, excluido o no amado suficientemente? ¿O tal vez atrapado, presionado o sin libertad suficiente para expresar tus propios deseos y necesidades?

2. Afronta el miedo

Acércate a esos temores y encáralos. Inicia este primer movimiento con la certeza de que es allí –en el temor– donde reside la raíz del problema. Tanto del miedo al compromiso como del miedo a la falta de compromiso del otro. Con seguridad se trata de un “viejo” temor que reaparece perjudicando tus relaciones afectivas.

3. Revisa tu pasado

Trata de recordar momentos de tu infancia en que te hayan alterado las mismas sensaciones que ahora te perturban. Intenta evocar escenas de la niñez en que hayas temido ser abandonado. En que te hayas sentido demasiado vigilado, demasiado sometido al control paterno o materno, o de otra figura de referencia.

4. Vuelve a vivir tu infancia

Concéntrate en estas escenas. Obsérvate en el pasado, reviviendo esas situaciones. ¿Cómo reaccionabas ante el miedo de que tu madre no te quisiera lo suficiente? ¿Percibías “falta de atención”, y por eso temías que te abandonara? ¿O te encerrabas en una coraza férrea para defenderte de lo que sentías como un exceso de control por parte de tu padre o de tu madre?

5. Cambia algunas actitudes

Pregúntate si esas viejas reacciones están presentes en tus relaciones actuales. Fíjate en qué se parecen, piensa si no se trata de la misma “película”. El guion está escrito por tus miedos básicos. Cámbialo imaginando otras escenas. Aprende a manifestar actitudes distintas ante tu pareja, ahora que conoces el origen de tus miedos e intuyes la causa probable de los suyos.

6. Comparte tus temores

Intenta reconocer los síntomas de esos miedos que amenazan la salud de la relación. Compártelos con tu pareja, en lugar de repetir, como un calco, las reacciones de tu infancia o tu adolescencia. Ayuda a tu pareja a identificar sus miedos y lo que los origina, y a compartirlos contigo.

Para saber más

En Por qué los hombres no se comprometen (Ed. Urano), de George Weinberg, el miedo masculino al compromiso es visto como un mito, y se muestra por qué ellos huyen algunas veces de una relación. Amarse con los ojos abiertos (Ed. RBA, Integral), de Jorge Bucay y Silvia Salinas, nos invita a pensar en el sentido de estar en pareja. En Amar o depender (Ed. Granica), Walter Riso nos enseña que la entrega y el compromiso no implican dependencia.