¿Creciste con amigos cercanos? De esos que llamas “primos”, vecinos a los que ves todos los días, compañeros del colegio con los que has pasado fines de semana enteros. De esos que, con el paso de los años, siguen siendo personas importantes en tu vida, incluso si el destino os ha llevado por caminos muy diferentes. Si los tienes (o los tuviste) sabes que quien aquello de “quien tiene un amigo, tiene un tesoro” es una verdad como una catedral.

Si, por el contrario, creciste sin amigos cercanos, es muy posible que hayas desarrollado algunos de los hábitos que la psicología ha detectado en este tipo de perfiles. La amistad, como todo lo que sucede en la infancia, puede haber marcado para siempre tu personalidad sin que te hayas dado cuenta.

Disfrutan de la soledad

“Nuestras experiencias nos moldean, y eso está bien”, escribe la psicóloga Luisa Meunier en Ouest France.“Crecer sin amigos cercanos a menudo significa pasar mucho tiempo solo”, continua en su artículo. Y esta soledad, asegura, puede convertirse en un arma de doble filo.

Es posible que esta soledad no elegida haya hecho que, en determinados momentos de tu infancia, te hayas sentido sola o aislada. Pero también es posible que esta soledad se haya convertido en un incentivo para ser independiente y autónoma.

Si creciste sin amigos cercanos, asegura la psicóloga, es muy posible que te sientas “cómoda en tu propia compañía”. Aprendiste a entretenerte sola cuando eras pequeña, lo que ha permitido que desarrolles un rico universo interior que te permite explorar en profundidad tus pensamientos y emociones. Enhorabuena, tienes una mejor relación con la soledad que la inmensa mayoría, que la huye de forma casi patológica.

Son más observadores

“En mi experiencia, aquellos que crecen sin amigos cercanos suelen desarrollar fuertes habilidades de observación”, escribe Meunier. En buena medida, esta capacidad para observar tiene que ver precisamente con esa soledad adquirida como hábito durante la infancia.

Las personas que no crecen con amigos cercanos se enfrentan a nuevas situaciones sociales con cierto grado de confusión. Aprenden, digamos, a conocer a los demás observando desde la distancia.

Y esto no solo significa aprender a escuchar mejor, algo esencial para tener éxito en la vida, sino que también puede facilitar la lectura del famoso lenguaje no verbal. Aquel que nos permite leer entre líneas y descubrir, por ejemplo, cuando alguien está mintiendo.

Les cuesta confiar

No todo iban a ser ventajas. Según la psicóloga Lousia Meunier, quienes crecen sin un círculo de amigos cercanos pueden desarrollar problemas para confiar en los demás. Es lógico, si pensamos que han crecido con ausencia de conexiones profundas durante los primeros años de su vida.

Esto puede hacer que, durante la adultez, resulte más complicado construir relaciones basadas en la confianza. El miedo al rechazo es más fuerte en personas que no tuvieron amigos de la infancia con los que vencerlo, y puede que incluso les cueste más abrirse a la posibilidad de crear conexiones significativas.

Por suerte, es posible aprender a confiar, asegura Meunier. Solo necesitamos ser conscientes de esta dificultad para dar el primer paso “hacia relaciones más fuertes y enriquecedoras”.

Priorizan la autenticidad

Si tenías un grupo de amigos cuando eras pequeña, en especial durante la adolescencia, te familiarizaste con el concepto “popularidad”. Caer bien a todos no es fácil, y a menudo se consigue a costa de sacrificar vínculos profundos y basados en la autenticidad. Si, por el contrario, no tuviste muchos amigos durante la infancia, es muy probable que le hayas quitado importancia a este concepto: prefieres pocos amigos, pero auténticos.

“Tener pocos amigos no significa necesariamente ser menos feliz”, explica la psicóloga francesa, “quizá simplemente refleje una preferencia por la calidad sobre la cantidad”. Esta diferenciación permite a quienes crecieron sin amigos de la infancia construir vínculos más fuertes y sólidos en la edad adulta, priorizando a unas pocas personas en lugar de tener relaciones superficiales con muchas otras.

Son más resilientes

Sale a cuenta esto de no haber tenido amigos en la infancia, porque la psicóloga Lousia Meunier asegura que “crecer sin amigos cercanos puede generar una resiliencia notable”. Durante la infancia tuviste que aprender a confiar en ti misma, por lo que has descubierto, a una edad muy temprana, que puedes vencer diferentes dificultades, incluso sin apoyo inmediato.

En muchos casos, esta resiliencia apareció como mecanismo de supervivencia durante la infancia. Pero ahora que has crecido, te ayudará a superar diferentes problemas de la vida adulta.

Pueden ser más empáticos

Suena paradójico, reconoce la psicóloga francesa, “pero crecer sin amigos cercanos puede conducir a una empatía más desarrollada”. La razón, en realidad, es sencilla. Si has crecido sin demasiado apoyo social cuando eran pequeño, es posible que hayas desarrollado una mayor sensibilidad hacia las dificultades, emociones y necesidades de los demás. Tu propia soledad te ha hecho sensible a quienes lo pasan mal.

La empatía, además de permitirnos construir relaciones más sólidas, es una emoción indispensable en el mundo adulto. Tanto para el éxito profesional, como para construir una familia, la empatía es la base sobre la que se construyen las cosas buenas.

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