Dice una frase que todos recordamos: perdono, pero no olvido. Qué gran error. Esta cita no va de poner límites, eso debemos hacerlo tanto con quienes nos tratan bien como con quien nos trata mal. Ni siquiera va sobre mantener distancias con quien nos ha hecho daño. Va de construir o mantener vivas relaciones sobre el rencor. Y eso, por desgracia, no sirve de nada.

Quien mejor lo sabía era Viktor Frankl. Lo que él perdonó no fue una chiquillada, una traición entre amigos o un malentendido. No. Franklfue superviviente de Auschwitz, y aún así, dijo: “No me olvido de ninguna buena acción que me hayan hecho, y no guardo rencor por una mala”. La suya, es una lección de perdón y propósito.

El sentido como refugio

Viktor Frankl fue psiquiatra y superviviente de Auschwitz. También escribió uno de los libros más conocidos de todos los tiempos: El hombre en busca del sentido. Y entre esas páginas, encontramos otra de sus citas más poderosas. “Aquellos que tienen un ‘por qué’ para vivir, pueden soportar casi cualquier ‘como’”. Predicó con el ejemplo.

Lo más asombroso no es que sobreviviera, que superase haber perdido a sus padres, a su hermano y a su mujer en aquel lugar tan terrible y aun así tuviese fuerzas para escribir y transmitir un mensaje a la humanidad. Lo verdaderamente asombroso, es que Viktor Frankl perdonó. Entendió, como solo pueden hacer las grandes mentes, que aferrarse al rencor solo lo mantenía prisionero de un dolor que no podía cambiar.

La ciencia confirma su intuición. La psicóloga Emily Esfahani Smith, en su libro The Power of Meaning, ha demostrado que las personas que encuentran sentido en sus experiencias, incluso en las más duras, son más resilientes, tienen relaciones más profundas y viven con mayor bienestar emocional. El rencor te envenena. El perdón te salva.

 

El poder de elegir lo que recordamos

“Nuestro cerebro es el simulador más sofisticado que se haya inventado jamás”, explicaba el gran profesor de Harvard, Tal Ben-Shahar, en una entrevista que concedía a Cuerpomente. Lo que recordamos, al igual que lo que imaginamos, moldea nuestra realidad.

La frase de Frankl, por tanto, no es solo una declaración moral. Es una poderosa estrategia psicológica.

Para empezar, porque al elegir recordar y jamás olvidar lo bueno, cultivamos el hábito de la gratitud, que como la ciencia ha demostrado, es el mejor remedio para la depresión, mejora el sueño y hasta puede fortalecer el sistema inmune.

Así lo probó Robert Emmons en un artículo publicado en Journal of Personality and Social Psychology, en el que pidió a un grupo de personas que, cada semana, escribieran tres cosas por las que se sentían agradecidos. En solo diez semanas, esas personas eran más optimistas, hacían más ejercicio y sentían menos síntomas físicos. La gratitud no es una emoción menor, es un antídoto contra el desgaste diario.

Por el otro lado, tenemos el rencor. El resentimiento. Una emoción que produce el efecto contrario a la gratitud. El rencor activa el sistema del estrés, eleva el cortisol y favorece los estados depresivos. Así lo describe el psicólogo Fred Luskin en Forgive for Good: “El perdón es para ti, no para quien te hizo daño”.

Una decisión valiente

Además de dejar atrás el rencor, lo que Frankl nos propone es recordar lo bueno que hay en los demás. Una forma poderosa de resistencia interna, esencial en tiempos crueles. No se trata de idealizar al otro ni de negar las heridas propias. Es, sencillamente, cuestión de mirar con generosidad.

Y no, no es una cuestión puramente ética o moral. Es una postura profundamente práctica. Porque al mirar con generosidad a los demás, al verlos con compasión y obligarnos a ver lo mejor en ellos, salimos del papel de víctima. Esto nos permite tomar las riendas y hacer cambio. Es una posición que nos permite ser proactivos, y no impulsivos o pasivos, como pasa con la ira o la tristeza.

Nadie puede robarte tu paz

La postura de Frankl no solo es efectiva desde el punto de vista psicológico (era, al fin y al cabo, un excelente psiquiatra), sino que también tiene un punto profundo y trascendental. Una vez dijo, “al ser humano se le puede arrebatar todo, salvo una cosa. La libertad de elegir su actitud ante cualquier circunstancia de la vida”. Y es cierto.

Elegir ver lo mejor en los demás es una forma de rebeldía personal. Una manera de demostrar al mundo que nadie podrá robarte tu paz.

Esa libertad es nuestra última frontera. Elegir ver lo bueno, aunque lo malo exista. Elegir no odiar, aunque duela. Elegir recordar con gratitud, aunque tengamos heridas. En eso, precisamente, se encuentra escondido el sentido de la vida.

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