Había llegado el día del examen final de la oposición a jueza de Sofía. Por fin, después de varios años estudiando sin parar, veía luz al final del tunel.

Estaba tan cansada del largo proceso vivido, de las mismas rutinas de estudio durante tantos días, semanas y meses. Había sido agotador y angustioso, el dinero de sus padres invertido en academias, los fines de semana sin poder salir con las amigas, todo el día estudiando y estudiando sin parar.

Tanto tiempo de dedicación y, por fin, había logrado aprobar los primeros exámenes y llegar al último.

Sin embargo, justo en el momento en que se presentó ante el tribunal, Sofía se quedó en blanco. La joven, comenzó a sentir pánico y un hilo de sudor frío recorrió su espalda.

No recordaba nada de lo estudiado, ni siquiera sabía que hacía allí, lo único que notaba era cómo su cuerpo se descontrolaba. También percibía cómo su corazón se iba acelerando más y más, le costaba respirar y sentía sus dos oídos taponados.

Sofía pensó, presa del pánico, que iba a morir. Sentía que ya no podía respirar y que todo iba a acabar allí para ella.

Como me relató más adelante, cuando acudió a consulta alentada por una amiga, “aquel día pensé que era el último de mi vida”. Sofía había sufrido, lo que se denomina un ataque de ansiedad.

Ataques de pánico: ¿nos exigimos demasiado?

La ansiedad es una de las grandes epidemias de nuestra sociedad. Hoy en día, gran parte de las consultas que recibimos psicólogos y psiquiatras están relacionadas con la ansiedad (tato en adultos, como en niños).

Vivimos estresados, corremos de casa al colegio, del colegio al trabajo y del trabajo a casa. No tenemos tiempo para descansar. No nos dedicamos tiempo para cuidar nuestro cuerpo, ni nuestra mente. Además, muchas personas, abusando de la gran capacidad de aguante que tiene nuestro cuerpo, prolongan esta situación durante años, lustros e, incluso, décadas.

Sin embargo, tarde o temprano, algo comienza a ir mal, empezamos a sentir muestras de debilidad, de cansancio, de agotamiento. Más adelate, si seguimos forzando nuestro cuerpo, terminaremos sufriendo una crisis de ansiedad como la que vivió Sofía.

En terapia, Sofía recordó que no era la primera vez que le había sucedido algo parecido. Años atrás, en el instituto, había sufrido síntomas semejantes, aunque no de tan fuerte intensidad, cuando le tocó exponer un trabajo ante su clase.

En aquella ocasión, su madre tuvo que ir a buscarla al colegio porque súbitamente se había sentido enferma y había comenzado a vomitar en clase. Sofía también rememoró otras situaciones donde se había puesto nerviosa y había acabado enferma.

La joven se definía a sí misma como una persona responsable y detallista, quería que todo saliera perfecto, aunque tuviera que perder horas de sueño para conseguirlo.

Durante años, Sofía sufrió varios episodios de ansiedad derivados de su perfeccionismo. Ante circunstancias en las que se mezclaban un agotamiento físico y emocional extremos con situaciones en las que podía fallar (mostrarse imperfecta) y/o que escapaban de su control (como podían ser el “juicio” de los miembros del tribunal de oposición o el de sus compañeros de clase).

Como una primera medida de choque, le enseñé a Sofía algunos sencillos ejercicios de relajación, para que comprobara cómo podía controlar por sí misma su respiración y su frecuencia cardíaca. De esta forma, fue sintiéndose más confiada y perdió el miedo a sufrir, en cualquier momento, otro ataque de ansiedad.

¿Cómo podemos ayudar a las personas con ansiedad?

Sin embargo, el trabajo realmente importante con las personas que sufren de ansiedad se fundamenta en reeducar la forma de enfrentarse a las situaciones que les plantea la vida. Resulta imprescindible aprender a tomarse las cosas de forma más relajada.

También, tienen que trabajar para comprender las razones de esta extrema exigencia hacia su cuerpo y sus capacidades. ¿De dónde viene esta incapacidad para frenar a pesar del agotamiento? ¿Por qué este perfeccionismo extremo (como en el caso de Sofía)?

El revisar la infancia de estas personas les aportará los datos necesarios para comprender, asimilar y cambiar esta forma tan dañina de relacionarse con su cuerpo y su mente.

La ansiedad es un grito desesperado del cuerpo que nos pide que bajemos el ritmo. Tenemos que estar atentos a este mensaje, frenar y pararnos a disfrutar más de los pequeños detalles de la vida.