Los cambios sociológicos producidos en las últimas décadas, principalmente con la entrada de la mujer en el mundo laboral y la autonomía que eso conlleva, han permitido que la mayoría de parejas no estén basadas en una relación de dependencia económica de la mujer respecto al hombre, sino que se establezcan más bien a partir de lo que podríamos llamar un "contrato emocional".

Dicho de otro modo, en la vida de la pareja actualmente tiene mucho más peso la vida emocional y sentimental que los factores económicos. Por tanto, la convivencia ya no se basa tanto en un "te necesito" como en un "te quiero".

Este inestimable progreso supone, por otro lado, que en las relaciones se otorgue más prioridad al desarrollo psicológico y a las necesidades personales y de crecimiento de cada uno de los miembros y de la pareja como tal.

Asimismo, la pareja ha dejado de ser un ente idealizado. Se trata más bien de un estilo de convivencia que se ha elegido libremente y por el que hay que trabajar continuamente para que se mantenga.

Cuándo aparecen las crisis de pareja

Ante esa ganancia de libertad cabe decir que la vida de las parejas es mucho más frágil y está sujeta a muchas más crisis que antes.

Una crisis de pareja es un estado de conflicto entre las partes que se produce cuando la relación deja de aportar a uno o a ambos miembros de la pareja el estado de seguridad, afectividad, placer sexual, etc. que había permitido que esa relación se iniciara y se mantuviera hasta ese momento.

La vida de una pareja es comparable a la evolución de cualquier ser vivo, de manera que el tiempo no pasa en balde y en cada momento de la vida suelen aparecer un tipo u otro de crisis.

En ese sentido puede hablarse de las crisis de la pareja en plural –no en singular–, dado que hay muchos motivos que pueden poner a prueba la relación.

Veámoslos a grandes rasgos:

  • En los primeros años. Al principio, las discusiones suelen venir provocadas por cuestiones de adaptación en la convivencia, por el choque entre estilos de vida y costumbres distintas, por la necesidad de mantener un espacio personal, por descubrir facetas de la otra persona que fueron pasadas por alto en la etapa de enamoramiento, etc. Estas pequeñas crisis suelen superarse fácilmente con paciencia, diálogo y confianza.
  • Durante la etapa intermedia. Cuando llega cierta edad y los hijos se van haciendo mayores, las personas suelen hacer un balance de su vida. Si en este repaso se considera que la pareja se ha convertido en una rutina, en algo que ha frustrado un proyecto de vida sin aportar mucho a cambio o, también, si se da una crisis personal por la propia edad, puede llegarse a un conflicto difícil de solventar. Quizá han salido a la luz una serie de malestares que se mantuvieron escondidos durante mucho tiempo, a nivel individual o de pareja, y que pueden llegar a cerrar toda vía de solución.
  • En la vejez. Aunque estas crisis suelen ser menos frecuentes, numerosas personas, al hacerse mayores, con la salida de los hijos de casa o con la jubilación, encuentran un vacío en la vida de pareja. Eso provoca un distanciamiento cada vez mayor que puede convertirse en un abismo insalvable si no se enfrenta la cuestión con toda sinceridad con uno mismo y con la pareja, de manera que pueda valorarse –al igual que ocurría en la etapa anterior– si se trata de una crisis personal o de un problema que se mantenía latente y ahora aflora.

Pero no solo es el tiempo el que hace mella en la vida de una pareja, son muchos los motivos que pueden llegar a provocar una crisis. Entre los más frecuentes y graves cabe destacar los siguientes:

  • La aparición de una tercera persona. Es uno de los motivos clásicos dentro de los conflictos de pareja y, aunque no siempre provoca una ruptura, genera una grave crisis de la confianza.
  • La pérdida de interés. Si no se mantiene viva la atención hacia la otra persona y más bien se va produciendo un desinterés hacia ella –lo que no significa que no se la quiera– la relación se hace cada vez más insoportable y la convivencia va perdiendo el sentido.
  • El amor también se acaba. A diferencia de la situación anterior, en este caso es el amor el que va desfalleciendo con el tiempo, sin que en eso tenga que ver forzosamente la aparición de una tercera persona. No se trata tanto de que se extinga el amor idealizado de los primeros tiempos, sino de que faltan el afecto y el cariño que se generan con los años y que actúan como la argamasa que solidifica la relación. Si esto falta, y a veces es inevitable, es muy difícil que la relación se sostenga.
  • Grandes diferencias personales. Al igual que las relaciones evolucionan, las personas también lo hacen. Si esa evolución no es armónica, de manera que cada vez hay menos puntos en común, tanto de intereses como de valores, prioridades, modos de ver la vida, etc., se produce un extrañamiento progresivo entre los dos que acaba haciendo incompatible la vida en común.
  • Expectativas incumplidas. Muchas veces las parejas inician su andadura pensando que el otro irá cambiando aquellos aspectos que más desagradan, que la vida en común limará las diferencias y permitirá satisfacer esas y otras expectativas. Cuando esto no se cumple, y cabe advertir que si las expectativas o cambios esperados son muy grandes difícilmente se alcanzarán, aparece la frustración y, con ella, los reproches y las discusiones reiteradas.

¿Cómo saber si tu pareja atraviesa una crisis? Señales de alarma

Como vemos, en el transcurso de una relación de pareja es casi inevitable que aparezcan conflictos que pueden derivar en crisis más o menos graves. Aunque ya hemos señalado algunas de las causas más frecuentes que pueden dar lugar a una crisis, eso no significa que no se pueda ser consciente de que las cosas no van bien.

De ese modo será posible corregir ciertas situaciones y conflictos antes de que parezcan irresolubles.

Teniendo en cuenta que tres de los pilares más importantes en una relación son el amor, la comunicación y la confianza, que alguno de ellos empiece a resentirse será una señal de alarma a la que conviene prestar atención.

Dar y recibir cariño

El cariño en la pareja es fundamental pero, en muchos casos, se suele estar más preocupado por recibir que por dar, sin tener en cuenta que se trata de un intercambio recíproco.

Por ello si uno de los miembros de la pareja se siente poco atendido, fácilmente deja de interesarse por el otro, lo que alienta un círculo vicioso de críticas y reproches.

Ante una situación como esta es preferible intentar transmitir ese sentimiento de forma constructiva y sin emitir juicios, procurando hacer consciente al otro de cómo se siente uno, de las diferencias de trato que cree observar, etc.

Y todo ello sin perder de vista que, aunque el amor no es como un cactus sino más bien como una orquídea que debe ser tratada con delicadeza, no siempre va a ser como al principio, pues las sorpresas y atenciones tienden a disminuir con el tiempo.

Cuidar la comunicación

Se trata de otro factor básico, ya que es el canal a través del cual los miembros de la pareja comparten sus vivencias.

Esto significa que es preciso aprender a comunicarse teniendo en cuenta la forma de ser de cada uno y respetándola –por ejemplo, no se le puede pedir a una persona introvertida que exprese constantemente sus sentimientos–.

Conviene dialogar de forma tranquila y relajada –evitando la exasperación, la ironía y la falta de respeto–, saber empatizar y ponerse en el lugar del otro, tolerar las diferencias de opinión, ser flexibles, etc.

Si todo esto comienza a fallar, si el silencio y las malas contestaciones son la nota más destacable, hay que procurar averiguar entre los dos qué está sucediendo para poder poner remedio.

Evitar la desconfianza

La tercera señal de alarma es la desconfianza en el otro. Quien percibe signos de desconfianza, quien se sorprende revisando el teléfono móvil o el correo electrónico de la pareja o, a la inversa, tiene la sensación de que se lo están revisando, es porque la sombra de la sospecha y de la duda se ha colado entre los dos.

Antes de seguir adelante con ese tipo de indagaciones conviene ser valientes y plantear tales dudas para intentar revolverlas.

Si estos tres pilares –amor, comunicación y confianza mutua– fallan y no se intenta cuestionar o solventar lo que está pasando, la pareja experimentará, tarde o temprano, un conflicto.

Cuándo es útil la terapia de pareja

La terapia de pareja tiene como finalidad mostrar a los protagonistas los puntos en que se hallan encallados y que, a menudo, no son los que ellos pensaban que eran sus verdaderos problemas.

Es una buena solución cuando existe voluntad de tirar adelante la pareja y la honradez para hablar de lo que está ocurriendo. El terapeuta hará sus comentarios e indicaciones pero en último término es la pareja la que debe realizar el trabajo de mejora.

Si se opta por una ayuda profesional es aconsejable hacerlo pronto, cuando aún hay ilusión y realmente se quieren arreglar las desavenencias, ya que demasiadas veces se recurre a esa ayuda como último recurso, cuando de manera implícita se reconoce que no se puede arreglar nada.

6 asignaturas para una pareja

Determinadas habilidades ayudan a evitar más de una crisis o a superarla. Pueden resumirse en una serie de aprendizajes, que la pareja puede adquirir en terapia, pero también por sí misma:

  • Comunicarse. Una buena comunicación implica mucho más que hablar: significa saber escuchar al otro sinceramente y saber expresarse de forma adecuada, sobre todo en lo que concierne a los sentimientos.
  • Compartir. Hay que tener en cuenta las opiniones y los intereses de los dos, interesarse por el otro: saber cómo se siente, qué desea, etc., así como saber pedir lo que gusta o se necesita sin miedo a sentirse vulnerable por ello. Aprender, también, a compartir la economía buscando la fórmula más respetuosa y aceptable para el interés de ambos.
  • Relacionarse. Una relación requiere mucho tiempo. Será preciso por tanto dedicar una parte importante del tiempo personal a estar con la pareja compartiendo intereses y aficiones. Y aprender a estar juntos en momentos difíciles brindando apoyo y compañía.
  • Ser responsable de uno mismo. Hay que evitar generar relaciones de dependencia en las que todo lo que nos ocurra tenga que ver con el otro. Las relaciones de pareja no están para solucionar la vida a nadie: una cosa es darse apoyo y consejos, y otra pretender guiar la vida del otro o ser guiado por él.
  • Sorprender. La vida cotidiana conduce fácilmente a la monotonía y a la repetición. Hay que ser capaces de motivarse con detalles, ideas y nuevos proyectos a fin de no ceder al tedio.
  • Relacionarse sexualmente. La sexualidad ocupa un lugar primordial en la vida de la pareja, pero el deseo sexual es diferente para cada uno y evoluciona con el tiempo. Es preciso aprender a vivir la sexualidad en pareja siendo sinceros en todo lo que concierne a este tema.

Si la crisis no se resuelve: cómo afrontar la ruptura

Toda crisis está abocada a un desenlace. En la pareja, este final vendrá dado por una reconciliación o por una separación.

El hecho de que se llegue a una crisis no significa inexorablemente que la pareja vaya a romperse. Las crisis pueden superarse y la pareja puede emerger de ellas reforzada en sus sentimientos y en la confianza mutua.

Para ello, cuando sobrevienen dificultades, conviene hablar sinceramente a partir de la pregunta: "¿Quiero que esto se acabe?", en vez de hacerlo desde la premisa: "Esto se ha acabado...".

A menos que se deba a un motivo grave, la ruptura no sobreviene hasta después de una serie de crisis que no han logrado resolverse satisfactoriamente. Con ello desfallece la ilusión por volver a intentarlo, pues se tiene la impresión de vivir en un conflicto permanente.

La ruptura suele depender más de los motivos que hayan provocado la crisis y de la manera en que esta se afronte que de la crisis en sí.

Si se llega a este punto hay que afrontar la ruptura con valentía, considerando el malestar y el desgaste que supone una convivencia viciada por las sucesivas crisis, reconciliaciones y otros problemas añadidos.

En ocasiones esta dinámica viene propiciada por mantener la pareja delante de los hijos, para que estos no sufran el divorcio de sus padres, etc. En el fondo, aunque haya algo de sincero en ese interés por proteger a los hijos, con frecuencia no deja de ser una coartada ya que ninguno de los dos se atreve a dar el paso de plantear una separación definitiva por el miedo al futuro.

Cuando una pareja ha decidido separarse tiene que evitar dramatizar esta situación, teniendo en cuenta que:

  • Se ha roto la pareja pero cada uno tiene por delante su propia vida personal y familiar. En el caso de tener hijos, no nos separamos de ellos sino que continuamos siendo sus padres.
  • Aunque la nueva etapa sea dura e incierta, seguramente será más rica y libre a nivel personal, porque quedarán atrás los problemas y sinsabores que originaba la antigua vida de pareja.
  • Conviene recurrir a la familia, a los amigos y, si es preciso, a la ayuda profesional a fin de obtener la ayuda necesaria para superar este proceso.
  • Es muy normal atravesar una fase de tristeza. Forma parte del duelo necesario para asumir y aceptar la pérdida.
  • Hay que ser lúcido con uno mismo y analizar en qué se ha podido fallar para no repetir esos errores en el futuro.