Gonzalo Brito es coautor, junto a Claudio Araya Véliz, del libro Corazón cálido, mente serena (Ed. Sirio). Las vidas de ambos, amigos y psicólogos clínicos, han discurrido prácticamente paralelas. Mientras Gonzalo realizaba su doctorado sobre compasión en Estados Unidos, Claudio lo hacía sobre autocompasión en Chile.

Juntos se apuntaron juntos a meditar en 1999, y aquel fue solo el primer paso de un camino de búsqueda espiritual en el que realizaron  numerosos retiros y entrenamientos en meditación.  En 2018, Gonzalo Brito le propuso a Claudio Véliz organizar su propio retiro juntos en Chile, su país natal, centrado en los cuatro inconmensurables budistas: la ecuanimidad, el amor, la alegría y la compasión. El retiro fue un éxito y se repetiría cada año desde 2019.

A partir de sus múltiples notas y apuntes se coció a fuego lento su libro, una invitación a conocer cómo las nobles virtudes budistas nos pueden ayudar a ser mejores seres humanos en tiempos de relativismo existencial.  Gonzalo Brito imparte talleres de mindfulness y compasión en todo el mundo y ha dirigido o participado en más de una veintena de estudios científicos sobre meditación y compasión.

–La ecuanimidad es una virtud de la que se habla poco, y una de las posturas más valientes y conscientes a la hora de ir por la vida, ¿verdad?
–La mente humana, por su diseño, es muy dada a los sesgos, al tribalismo, a «lo mío versus lo tuyo» que estamos viendo, por ejemplo, en las redes sociales. Es muy difícil tener opiniones matizadas sobre ciertos temas, porque todo se va al blanco o al negro. Esta tendencia de nuestra mente humana a caer en los sesgos trae mucho sufrimiento, porque cuando me interesa solamente el bienestar de los míos, pero no me importan nada los demás, nos encontramos un escenario de conflicto. 

Parte del sufrimiento humano de hoy en día tiene que ver con enfrentarse a desafíos globales como pandemias, conflictos armados, brecha entre ricos y pobres, catástrofe climática, sufrimiento animal,…desde una mentalidad que es tribal y que no está dando el ancho para enfrentar los desafíos que tenemos por delante.

–Seguramente el Buda pensó lo mismo hace 2.600 años…
Seguramente, y es que la ecuanimidad es una virtud que nos permite tener una mirada más amplia, más matizada. Es, por un lado, tomar perspectiva, de modo que uno sale de la tendencia habitual y automática de aferrarse a lo que le gusta, con lo que se identifica, y rechazar aquello que le disgusta y que considera «lo otro», lo que no es «yo».

La ecuanimidad me hace valorar con cierta sabiduría que el punto de vista de otro puede ser tan válido como el mío, que la vida del otro es tan válida como la mía o la de mis seres queridos. Y puede lograr que mi amor y compasión no solo se vayan hacia mi tribu, sino hacia todas las personas.

Además, tiene otro aspecto interesante que es el del desasimiento o reducir la tendencia a aferrarnos tan fuertemente a las cosas, y esta descontracción trae mucha paz a la mente. 

"Reducir la tendencia a aferrarnos tan fuertemente a las cosas trae mucha paz a la mente."

–¿Qué hacer para cultivar esa serenidad amable y que conforta?
En el libro proponemos prácticas formales (con audios para hacer meditación sentada) y otras informales (ciertos aspectos que podemos cultivar en el día a día con nosotros mismos y con los demás). El hecho de sentarse a aquietar o a calmar la mente nos permite crear espacio para ver cómo son las cosas.

Normalmente la mayoría de nosotros andamos tan acelerados en nuestras vidas y activados en la amenaza, en la respuesta de lucha o huida o parálisis, que nuestra mente no tiene el espacio suficiente para observar las cosas en su contexto.

Tendemos a percibir desde la reactividad amenazada o desde mi deseo y no desde una cierta ecuanimidad que me permita ver los fenómenos tal y como son. 

–Nos permite conectar con nosotros mismos…
Así es. La misma postura de tener la espalda derecha, poder respirar en calma, el sentir el pecho y la mente abiertos, una cierta serenidad en el rostro, demuestran una cierta divinidad y ecuanimidad para relacionarme abiertamente con la experiencia.

A nivel mental, lo que hacemos es enfocar primero la mente en un objeto en el presente, por ejemplo, el flujo de la respiración momento a momento o las sensaciones corporales y luego vamos abriendo la conciencia a observar los fenómenos que surgen sin aferrarnos a ellos y sin rechazarlos. No necesito correr detrás de un pensamiento ni pelearme con él. Me limito a sentir: si hay tristeza, observo esa tristeza sin aferrarme a ella ni rechazarla. 

–¿Cómo mantener la calidez con nosotros y con los demás en un mundo que tiende al enfriamiento?
Esta pregunta me lleva al fenómeno del aislamiento social y la sensación de soledad, que es muy intensa y, curiosamente, cuanto más avanza el desarrollo de las sociedades, más atomizados estamos. Algo que está ocurriendo también por la dinámica de los algoritmos en redes sociales es que uno termina viendo sólo la información que confirma lo que ya sabemos y perdiendo la habilidad de conversar con otros que piensan distinto sin que sea un choque de «estás conmigo o estás contra mí».

Entonces, efectivamente estamos en una situación en la que se está comprometiendo mucho la calidez del corazón y, por otro lado, sabemos que sin calidez no podemos vivir. Literalmente, el bebé humano, si no recibe calidez durante sus primeros años de vida, su cerebro no se desarrolla. 

–Parece primordial reconectarnos con los demás…
Primero lo que yo creo que es importante es reconocer nuestra naturaleza humana y cuán necesario es el amor para nosotros. Del mismo amor se deriva la compasión, que es el deseo del alivio del sufrimiento, y también la alegría empática, el poder alegrarnos del bien del otro. Si estos tres elementos los tenemos sobre una base de ecuanimidad, ya disponemos de algo muy muy positivo.

Para mí el título del libro, Corazón cálido, mente serena, que es el que escogimos para el retiro también, es muy significativo, porque yo no puedo imaginarme una mejor receta para la felicidad que una mente serena y un corazón cálido. Si tengo una mente serena pero tengo un corazón frío, no puedo ser feliz. Si tengo un corazón cálido pero mi mente es caótica, la calidez de mi corazón se puede ir hacia la furia, por ejemplo, o hacia pasiones que pueden generar sufrimiento…

–En su libro hablan del narcisismo y el egoísmo, muy comunes en nuestros días. ¿Cómo podemos pasar de cosificar al otro y de satisfacer únicamente nuestras expectativas, a desear el bien del otro incondicionalmente?

En el libro hablamos en algún momento de la ignorancia, el apego y la aversión, los conocidos «venenos» de las enseñanzas budistas, pero muchas veces también sumamos otros venenos, como la envidia y los celos o el orgullo y el narcisismo. La envidia es la comparación desde abajo, y el egoísmo y el narcisismo, la comparación desde arriba. Ambos son venenos porque traen sufrimiento a uno mismo y a los demás.

Cuando vivimos en sociedades tan competitivas como las que tenemos, que son aceleradas y "exitistas", el ethos social estimula una predisposición de la mente humana que nos lleva a competir unos con otros y a posicionarnos por arriba o por abajo. El tema es que el tipo de sociedad que tenemos alimenta mucho la comparación. Las redes están causando estragos en los adolescentes desde la mente comparativa, desde una imagen de cómo debe ser el cuerpo, cómo debe ser tu vida, cómo deben ser tus vacaciones, cómo debes comer... y hay mucho sufrimiento en eso.

"El tipo de sociedad que tenemos alimenta mucho la comparación."

Para pasar de esta mente que descarta al otro como un enemigo –sea porque lo envidio, sea porque lo miro hacia abajo– a una mente que mire al otro con un respeto incondicional, hay un proceso, pero ese proceso puede comenzar por prestar atención en lo cotidiano a los demás y a cómo los otros se parecen a mí en aspectos fundamentales.

Nuestra mente tiende a ir hacia lo que nos diferencia o nos opone, pero podemos ir practicando en qué nos parecemos tú y yo.

–¿Cuáles serían los pasos para sanar la falta de amor propio y de autoaceptación?
Es más difícil recibir amor cuando no me acepto a mí mismo, porque me considero indigno de ser amado. El vínculo con uno mismo es central; de hecho, podemos decir que la relación con uno mismo es el origen de las relaciones con el resto.

Tienes que observar cómo te hablas a ti mismo en la intimidad de tu mente y la mayoría, si observamos, podemos ver altos niveles de maltrato, de autocrítica destructiva, de mente comparativa, de no sentirnos suficientes, de una autoexigencia atroz. 

"La relación con uno mismo es el origen de las relaciones con el resto"

–¿Por dónde  empezamos?
El primer paso al respecto es aumentar mi consciencia o mindfulness de cómo me trato. Empezar a darme cuenta de las cosas que me digo sin fijarme siquiera. Me puedo llamar a mí mismo tonto, idiota, estúpido o incapaz en mi mente, y no me doy cuenta porque estoy tan acostumbrado a hablarme así que ni lo veo. Podemos hacer mindfulness con eso.

Luego está bien darte cuenta de que tu relación contigo mismo va a durar toda la vida, con lo cual es la relación que tiene más posibilidad de hacerte más feliz o más desgraciado. Además, si yo aprendo a tratarme a mí mismo como un buen amigo, no solo voy a ser yo el beneficiado, sino todo mi entorno: mi pareja, mis hijos, si los tengo, mis padres.

La autocompasión por uno mismo es uno de los mayores gestos que podemos hacer por los demás, y lo mejor es que puede entrenarse.

"Está bien darte cuenta de que tu relación contigo mismo va a durar toda la vida."

Otro de los inconmensurables o valores budistas que nos humanizan y sacan lo mejor de nosotros es la alegría. ¿Podemos mantener una actitud alegre aún en tiempos de inquietud?

Yo más que «mantener» una actitud alegre, que suena poco realista o un tanto impositivo, hablaría de «cómo cultivarla». La alegría no es algo que venga a borrar las dificultades de la propia vida o del mundo, no es pintar una carita feliz, algo que está muy de moda en la industria de la felicidad; ni es tampoco seguir la lógica individualista de que cada uno es plenamente responsable de su felicidad y de que no hay determinantes sociales que estén impactando profundamente en si estamos contentos o no. 

–¿Y cómo podemos cultivarla?
Podemos aprender a cultivar una mirada para ver lo que anda bien, para equilibrar el sesgo negativo que tiene nuestro cerebro humano, que tiende a ver más lo que anda mal que lo que anda bien por supervivencia. 

El poder notar conscientemente y saborear lo que anda bien, dedicar unos segundos a decir "qué bueno esto", y sentirlo en el cuerpo,  ayuda a contrarrestar la comparación social.

Cuando nos sentimos alegres y disfrutamos de lo bueno que hay en nosotros, pero también de lo bueno que hay en los demás, en ese momento el cuerpo y la mente se están nutriendo de químicos, neurotransmisores y aspectos fisiológicos muy saludables que nos permiten lidiar con lo que no es alegre en la vida: con las pérdidas, con los fracasos, con las separaciones. 

–¿Solo la consciencia y la compasión podrán dar un giro a este mundo que no rectifica?
El mundo efectivamente está loco, hay mucha violencia, mucha injusticia, mucho dolor por todas partes. El mundo se está destruyendo y, al mismo tiempo, se está creando momento a momento. La compasión en estos tiempos es central, porque es la sensibilidad de ver el sufrimiento que hay en uno mismo y en los demás, y la motivación de lidiar con él y prevenirlo.

Por tanto, la compasión es aquella motivación que puede transformar lo que es difícil, lo que es sufriente en algo constructivo. La necesitamos a nivel individual, en nuestras relaciones interpersonales, y a nivel social y global. Parte de esa compasión es el reconocimiento de la humanidad compartida, el reconocer al otro como un ser feliz que debe estar libre de sufrimiento. Mientras no podamos desarrollar esa mirada más allá de nuestro propio grupo de referencia, no vamos a encontrar paz.

"La compasión es aquella motivación que puede transformar lo que es difícil, lo que es sufriente en algo constructivo."

–Me recuerda nuevamente a las palabras de grandes sabios: a Jesús, Buda y a otros héroes modernos como Mandela, Gandhi o Luther King… 
La compasión es la mentalidad que puede ayudarnos a transformar el sufrimiento. No es que pongamos ahí la esperanza, como algo que va a caer del cielo, sino que es algo que podemos practicar cada uno de nosotros en nuestro propio contexto: en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro trabajo, con nuestros vecinos… Traer esas dosis de compasión que puedan ir transformando y salvando nuestros pequeños mundos…

Habrá que ver si vamos a seguir organizándonos desde la hiper competitividad, desde la agresividad, desde la dominación y desde el poder, o desde una lógica distinta, de la cooperación, del cuidado y de la compasión… Cuando mi mente conecta con la compasión, yo me siento más seguro y eso puede traer más seguridad y paz a quienes me rodean.