Como todos los sentimientos, la alegría es difícil de explicar. A menudo se habla del "don" de la alegría, porque la mayoría de las veces su presencia es algo gratuito e inesperado.

También porque ya desde el nacimiento hay personas más predispuestas que otras a sentirla. La "jovialidad", así llamada por relacionarse en la antigua astrología con la influencia del planeta Júpiter, suele corresponderse con un carácter propenso a la fiesta, la risa fácil y el saber quitar importancia a los sinsabores del vivir.

De modo que junto al inevitable sentimiento trágico de la vida del que hablaba Unamuno, convive igualmente en nosotros un sentimiento alegre o incluso jocoso de la existencia.

En palabras de Khalil Gibran, "vuestra alegría es vuestra tristeza sin máscara".

Claro que la disposición a la alegría depende, además del temperamento innato, de las experiencias vividas, así como de la fase de la vida en la que nos encontremos.

Los niños tienden a la alegría cuando están sanos; basta observar su facilidad para el juego y la risa, la presteza con que corren, saltan y canturrean. No en vano se sitúan, física y psicológicamente, en la primavera de la vida.

Pero eso no significa que los adultos deban perder el buen humor y el sentido de la alegría, solo que se necesita haber madurado sin perder en el camino la espontaneidad del niño, su facilidad para reír y pasarlo bien en definitiva. Se trata de encontrar y expresar conscientemente esa alegría que en la infancia no es del todo consciente de sí misma.

Las tres fuentes de la alegría

Si buscamos entender de dónde proviene la alegría, advertimos que no hay una sola fuente, sino que se trata de orígenes distintos que a menudo se entremezclan. Podríamos hablar de alegría física, psicológica e incluso espiritual.

Observando simplemente la constitución anatómica de nuestro cuerpo, el tronco se divide en cabeza, tórax y abdomen, que a su vez serían la localización de funciones psicológicas como son respectivamente las ideas, los sentimientos y las emociones. Siguiendo esa triplicidad, advertimos una correspondencia con las modalidades de alegría:

  • La cabeza sería la sede del optimismo, un estado mental abierto y esperanzado.
  • En la zona cardiaca del pecho encontramos de manera especial el gozo, un sentimiento de comunión a menudo relacionado con el amor en sentido amplio.
  • La zona correspondiente al vientre expresa el goce, más visceral y desde donde surge la alegría de la buena mesa, el baile, la risa o la sexualidad.

Esta tripartición no se contradice con la teoría india de los chakras o centros energéticos del ser humano y equivale a los tres tantien (superior, medio e inferior) del taoísmo chino que recoge el chikung.

Aunque ya se ha advertido que la alegría puede en ocasiones ser la expresión de uno solo de estos centros, a menudo funcionan al unísono, si bien en cada persona puede predominar un nivel concreto. Y es bueno que funcionen los tres conjunta y adecuadamente, para evitar desequilibrios.

Por ejemplo, si hay optimismo mental será más fácil disfrutar con moderación del placer de un buen vino, mientras que quien bebe desde el pesimismo solo obtendrá un bienestar efímero y por ello la tendencia a aumentar la ingesta alcohólica para mantener el nivel de euforia deseado.

Alegría desde el corazón

Siguiendo con la imagen de los niveles desde donde surge la alegría, puede decirse que tanto la cabeza como el abdomen serían dos extremos, mientras que el corazón ocupa una posición central. Armoniza por así decirlo lo consciente y lo inconsciente.

En varias tradiciones, sobre todo orientales, el "corazón" tiene a su vez tres niveles de profundidad:

  • Por un lado está el corazón propiamente físico, verdadero centro vital que mueve la sangre por todo el organismo.
  • Habría igualmente un centro cardiaco sutil o energético, sede de las emociones y soporte del órgano físico del corazón.
  • Finalmente y de manera todavía más sutil, existiría el corazón espiritual: el centro luminoso y esencial.

Recordemos, por ejemplo, que la medicina tradicional china sitúa en el corazón y en su correspondiente meridiano o trayecto energético la emoción de la alegría, que puede estar en equilibrio o bien en situación de disminución o exceso.

Pero en última instancia cabe afirmar que todas las posibles expresiones de alegría tienen su origen más profundo en el "corazón". Pues siempre hay detrás de toda emoción alegre o placentera un deseo de unidad o de amor (más o menos egoísta, es cierto). Asimismo, todo acercamiento a la belleza, se manifieste de forma artística o no, supone la intervención del corazón.

Está claro que el ser humano busca siempre la alegría, aunque a veces no lo haga del modo adecuado.

El fenómeno del enamoramiento, que tanto tiene que ver con el corazón –lo saben bien los amantes que dibujan su figura en un árbol– puede ser un ejemplo paradigmático de alegría ciertamente intensa y completa. Reúne cabeza, tórax y abdomen: razón, sentimiento e instinto.

Cómo ayudar a la alegría

Aunque es cierto que la alegría y el optimismo son principalmente estados psicológicos, no debemos olvidar que la disposición al optimismo también se basa en buenos hábitos de vida.

Una alimentación sana y equilibrada contribuye a la alegría. Repasemos los factores nutricionales más importantes:

  • Glúcidos. Para que el nivel de glucosa en sangre no tenga altibajos que repercutan en el estado de ánimo, conviene consumir azúcares de absorción lenta contenidos en los alimentos ricos en fibra: cereales integrales, legumbres y fruta entera. Y deben moderarse, pues, los de absorción rápida: azúcar blanco, bollería, bebidas con gas…
  • Vitaminas. En casos de tendencia al desánimo, son especialmente necesarias las vitaminas del complejo B. Abundan en el plátano, la escarola, la endibia y la espinaca (ácido fólico). También es importante la vitamina C, por su acción tónica y energética.
  • Minerales. La falta de magnesio, favorece la fatiga, el estrés y la ansiedad. Se recomienda un aporte diario de 6 mg por kg de peso. Abunda en los cereales integrales, la soja, las judías secas y las hortalizas. El cinc es también necesario para la síntesis de neurotransmisores.
  • Aminoácidos. Hay dos especialmente vinculados al buen humor: la tirosina, precursora de la dopamina; y el triptófano, precursor de la serotonina. La tirosina la elabora el organismo a partir de la fenilalanina. El triptófano se encuentra en las almendras.
  • Ácidos grasos esenciales. Son necesarios para la comunicación entre las neuronas y la calidad de sus membranas. Conviene consumir aceites vegetales de buena calidad (virgen, prensados en frío), ricos en grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas, así como aceite de onagra (ácido gammalinoleico).

Además de la alimentación, tienen importancia en este sentido el ejercicio físico y la correcta respiración. La actividad física mejora el humor de dos maneras. Por un lado, aumenta la secreción de adrenalina y produce endorfinas (neurotransmisores que aumentan la sensación de bienestar). Pero también indirectamente, gracias al mejor estado de salud y bienestar físico que el ejercicio muscular comporta.

En cuanto a la respiración, esta suele ser torácica y superficial, fiel reflejo de ir por la vida encogidos tanto física como anímicamente. Una buena respiración, consciente y completa, suministra al cerebro y a todo el organismo oxígeno y vitalidad. Podemos hacer cada día, durante unos tres minutos, el siguiente ejercicio:

  • Inspirar, contando mentalmente tres segundos.
  • Contener la respiración un segundo.
  • Espirar contando mentalmente seis segundos.
  • Mantener los pulmones vacíos durante un segundo.
  • Volver a empezar.

Cómo cultivar el optimismo

Las personas pesimistas suelen tener la mala costumbre de percibir el mundo en sentido negativo. Por lo que es importante aprender a modificar en sentido positivo tales tendencias:

  • Dejar de incriminarse ante cada contratiempo (todos cometemos errores).
  • Bajar a veces el nivel de las aspiraciones (es menos probable sentirse triste o perdedor si no se mira demasiado alto).
  • Procurar vivir el presente y no anclarse en el pasado o estar demasiado pendientes del futuro.
  • Apreciar las cosas buenas de que se dispone en vez de lamentarse de lo que no se tiene.

Frente a la tristeza, procurarse de vez en cuando sensaciones placenteras contribuye a renovar el optimismo y la alegría. Hay muchos sanos placeres: escuchar música (preferiblemente alegre y armónica), contemplar paisajes u objetos bellos, acariciar y ser acariciados, pasar una animada velada con los amigos, comer fuera de casa (podemos elegir platos distintos a los de cada día), vestirse con ropas elegantes, hacer regalos (lo que tiene efectos positivos tanto en quien los hace como en quien los recibe), etc.

También conviene cultivar la capacidad de reír, de incrementar el buen humor, de sonreír. Puede practicarse en este sentido tanto la sonrisa exterior que expresan los labios, como la interior, consistente en mandar sonrisas mentalmente a diferentes partes del cuerpo, especialmente al propio corazón. Esa sonrisa sutil se visualiza en forma de luz dorada, cálida y reconfortante.

La alegría como actitud

Es difícil describir la felicidad, pero está claro que la alegría es uno de sus principales ingredientes. Una sensación de bienestar que nos inunda de repente, un momento de euforia o bien sentir la serena certidumbre de que las cosas están bien como están.

Hay muchos instantes de alegría en la vida, algunos de los cuales nos pasan casi desapercibidos porque quizá no corresponden teóricamente a grandes acontecimientos.

También suele ocurrir que pesan más en el recuerdo los momentos tristes. Como escribió Dostoyevski: "El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no sus alegrías".

Lo habitual es que la alegría sea consecuencia de algo que agrada que suceda, como que nos toque la lotería o gane nuestro equipo. Eso está bien, pero al mismo tiempo tal felicidad, únicamente como reacción a un determinado suceso, limita la posibilidad de sentir alegría en otras circunstancias, incluso en las aparentemente desfavorables. Pues la alegría puede ser no solo una consecuencia sino también una causa, es decir, una actitud.

De hecho, las religiones invitan a estar contentos y alegres de manera general, como signo de confianza en el Espíritu y para que la vida cotidiana sea más agradable.

Por eso el budismo incluye la alegría entre los cuatro estados ilimitados (junto a la bondad, compasión y ecuanimidad), cualidades que ayudan decisivamente en el camino hacia la realización espiritual.

Estar a veces contentos sin motivo aparente es una actitud deseable, tanto de cara a uno mismo como para los demás. Hay que permitir que la alegría nos acompañe a menudo, sin ponerle demasiadas trabas y condiciones.

Lecturas para vivir con alegría

  • La alegría de la vida; Y. Mingyur Rimpoché, Ed. Gedisa
  • La alegría sin objeto; Jean Klein, Luis Cárcamo Ed.
  • Tomando el Sol bajo la lluvia; Gwyneth Lewis, Ed. Edhasa