Alicia, de solo tres años, ha tenido un hermanito. Sus padres han vuelto de la maternidad con un bebé llamado Óscar, y ella solo está medianamente contenta: empieza a dudar de si todavía la quieren y, para asegurarse de ello, busca el afecto y la atención de papá y mamá como puede. Cuando se ocupan de Óscar, suele ponerse tensa y pide de diversas formas que la miren, haciendo lo posible para que la atiendan en ese instante...
Tras varios días esforzándose en ser amable con Óscar y con todos, empieza a impacientarse: “Papá, ¿cuándo devolvemos este bebé al hospital?”.
Alicia está pasando por la experiencia de un estado de ánimo doloroso: los celos.
¿Por qué sentimos celos?
Llamamos celos al apego posesivo –y también exclusivo– que sentimos por alguien cada vez que este se aleja de nosotros para ir hacia otra persona. Para que los celos aparezcan, deben cumplirse varias condiciones:
- Mantener una relación privilegiada con una persona.
- Tener grandes expectativas en esa relación (ser el único o, cuando menos, pasar siempre por delante de los demás).
- Ver llegar a un tercero en esa relación.
¿Cuándo son un problema los celos?
Los celos se expresan mediante una reacción vigorosa, a través de nuestras emociones y a veces de nuestras palabras o comportamientos. La intensidad de esta reacción marca su carácter más o menos patológico.
Si solo se traduce en el deseo de acercarnos a la persona de la que no queremos perder sus favores, no constituye un problema con el otro. Pero cuando se transforma en agresividad hacia la persona amada o la persona “intrusa”, entramos en el terreno de los celos patológicos.
Tantos tipos de celos como de afectos
Hemos normalizado que los celos aparecen en el marco de una relación amorosa. La literatura está llena de retratos de célebres celosos, como el Otelo de Shakespeare. Pero existen también en otras relaciones: una suegra puede sentir celos de su nuera... Y pueden surgir, también, en las relaciones de amistad. A veces, se manifiestan entre compañeros de trabajo, cuando alguien vive con dolor la llegada de nuevos empleados que van a conquistar los favores y la estima de su jefe o amigos.
Los celos son un estado de ánimo complejo, pues en ellos la parte subjetiva es muy importante.
Existen celos virtuales: se pueden sentir celos cuando una persona de la que estamos secretamente enamorados concede su atención a otros. También puede haber celos retrospectivos: somos celosos de las aventuras que nuestra pareja tuvo en el pasado, ¡antes de conocernos! Y finalmente existen los delirios celotípicos, que ni siquiera se basan en hechos reales: basta una mirada, un gesto o nada en absoluto para alimentar las sospechas.
¿Pero de dónde provienen los celos?
El moralista francés La Rochefoucauld escribía: “Hay en los celos más amor propio que amor”. Y de hecho, aunque los celosos invocan con frecuencia el amor para justificarse (“Si reacciono así es porque te quiero”), hay que buscar la causa de los celos en ellos mismos y no en el comportamiento de la persona amada.
La falta de autoestima es la gran clave de los celos: dado que el celoso no está seguro de sí mismo, reemplaza esa autoconfianza por la vigilancia en el otro. Nunca llega a pensar: “Soy valioso, me siento amado, tengo mis propias cualidades” porque no tuvo la posibilidad de hacer esa lectura siendo un niño y arrastra esa falta de aprecio que no pudo recibir de sus padres.
A menudo, esa falta de confianza en uno mismo conduce a un cierto aislamiento; el estado de ánimo de los celos surge más fácilmente en las personas retraídas y con pocos amigos. Suelen decir: “Prefiero pocos amigos, pero que sean de verdad”. Pero los amigos apenas tienen libertad para tomarse distancias...
El escritor francés André Gide escribía: “Para mí, ser amado no es nada, lo que deseo es ser preferido”. Una buena manera de resumir nuestras expectativas. Pero abstengámonos de ir demasiado lejos: tras el deseo de ser amado y, luego, de ser preferido, llegará, si nos descuidamos, el de ser el único objeto de amor. Y será entonces cuando se desencadenará el dolor para todos.
Reconocer nuestra inseguridad para superar los celos
Los celos son un reflejo de defensa de nuestros frágiles vínculos afectivos más cercanos. Al ser nuestras necesidades afectivas tan inmensas, tienen una tendencia natural al desequilibrio. Por eso necesitamos aprender a entender qué nos ocurre: estamos dudando de nuestra valía y eso dice más de cómo nos miramos a nosotros mismos que de cómo nuestra pareja mira a los demás.
Los celos nos hablan de inseguridades que necesitamos transformar en confianza. Igual que cuando aparece la cólera, otra emoción refleja útil para
aprovechar y mirar qué necesidades profundas no estamos satisfaciendo, pero enfermiza si permitimos que se vuelva excesiva.
Lo que te enseñan los celos
Si los escuchamos sin obedecerlos, los celos pueden darnos lecciones muy interesantes.
1. Dependemos del amor de los demás
Los celos son un vestigio de la necesidad inicial de amor total que teníamos siendo bebés: sin el amor exclusivo de nuestra madre, podemos morir. Pero ya convertidos en adultos, tendemos a reaccionar muy mal a cualquier alejamiento afectivo. Los celos pueden enseñarnos a aceptar esas necesidades de amor y a satisfacerlas no focalizándolas en una sola persona sino desarrollando vínculos afectivos variados y una sana autoestima.
2. No podemos controlar ese amor que nos incita y que tanto necesitamos, ni encadenarlo
Si procedemos así, lo pondremos en peligro: a los celosos se les deja de amar muy pronto, se les teme. Los celos pueden así enseñarnos a ser tolerantes; no exijamos a los demás un amor exclusivo.
3. En el amor, no poseemos nada
No podemos forzar el amor. No podemos aprisionarlo. Podemos saborear el amor, intentar suscitarlo, procurar despertarlo. Pero amar no es poseer ni obligar. Amar es dar: dar ternura, confianza y libertad.