El apego procede de la necesidad humana de hallar asideros en un mundo siempre cambiante. Esto hace que nos aferremos a personas y cosas de manera a menudo enfermiza.

Hay quien acumula montañas de recuerdos y objetos que no necesita, que no se atreve a tirar porque les otorga algún tipo de significado; como si al perder esos referentes se pudiera borrar una parte de la propia experiencia. Se trata de una clara confusión entre el tener y el ser.

Otros conservan trabajosamente relaciones personales en mal estado: amistades con las que ya no tenemos nada en común o incluso una relación de pareja que no funciona, pero que mantenemos por miedo a enfrentarnos de repente a nuestra libertad.

Este tipo de actitudes niegan un hecho esencial: que la vida no es una roca sólida, sino un magma en constante formación donde no hay nada definitivo.

El conflicto surge cuando nos resistimos al cambio y pretendemos guardar a buen recaudo un mundo vivo que se transforma sin cesar.

Tipos de apego: a cosas, personas o opiniones

Cuando nos aferramos a algo o a alguien, lo hacemos con la ilusión de que es permanente. Estamos negando que todo lo que existe (también las emociones) tiene un final, que la vida y las cosas son efímeras y cambiantes.

Al buscar la seguridad en lo que es por naturaleza inseguro, vivimos una decepción tras otra: el coche que tan bien funcionaba de repente se avería, nos cansamos de una casa que tardaremos mucho en pagar, hay amigos que salen de nuestra vida, y personas muy queridas que abandonan para siempre este mundo.

Para que estos embates no lastren la existencia con dolor e insatisfacción, Buda aconsejaba a sus discípulos que se acostumbraran a vivir sin ningún vínculo enfermizo.

Eso no significa renunciar a amar, sino aprender a amar a las personas y a las cosas por lo que son en cada momento y lugar.

No podemos pretender que una madre viva para siempre, pero si la tenemos con nosotros podemos disfrutar de su compañía aquí y ahora, porque el mañana es incierto y lo único de que disponemos es del presente.

En eso consiste el desapego: renunciar a seguridades futuras para abrazar con intensidad el presente. Quien anda por el mundo libre de apegos puede conectarse a todo lo que le rodea, porque no excluye ciertas cosas o personas para aferrarse desesperadamente a otras.

Desapegarse es aceptar que el mundo es lo que es aquí y ahora y no lo que nos gustaría que fuera.

Pero la costumbre de aferrarse no se detiene en las cosas y las personas, también afecta muy especialmente a las opiniones.

En uno de sus discursos más célebres, Buda advertía que las enseñanzas son una barca para pasar a la otra orilla, y no tiene ningún sentido cargar luego con ella a cuestas.

Hay quien vive apegado a juicios rígidos que le ocasionan constantes choques con su entorno.

De hecho, tener una opinión demasiado definida de lo que deben ser el trabajo, la amistad o el amor, por poner sólo tres grandes temas, es abonar el terreno para los conflictos, porque también los otros se acercarán a nosotros con sus propios prejuicios.

Contra esta dinámica tan poco fértil, el desapego nos permite no dar nada supuesto y nos proporciona una visión panorámica sobre la vida y las personas.

Libre de la distorsión de las opiniones, quien no se aferra a ninguna idea preestablecida puede lograr un conocimiento amplio de la realidad y, precisamente porque que no se debe a ningún dogma, lograr una mayor influencia en su entorno.

Alguien así es capaz de reírse de sí mismo y de hacer reír a los demás, lo que es todo un seguro de vida contra las trampas del apego. Acepta la vida, y los que la viven, por lo que es momento a momento y no por lo que desearía que fuera.

5 claves para cultivar el desapego y ganar libertad

Como toda actitud que se elige individualmente, el desapego se cultiva con la práctica y brinda una vida más libre y saludable. Estas son sus claves.

  • Súmate al cambio. Cuando aceptamos la impermanencia de cuanto nos rodea, somos capaces de fluir con la vida y adaptarnos a su curso sin fricciones. Asume que todo es provisional, sé proactivo y actúa en cada momento en vez de simplemente reaccionar.
  • Examina tus ataduras. Es bueno revisar periódicamente qué nos ata o frena innecesariamente. ¿Qué cosas haces por gusto y cuáles no? ¿Qué personas frecuentas sólo por obligación? ¿Cuál es el precio que debes pagar para mantener tu nivel de vida? ¿Hay un lugar en tu agenda para el tiempo libre?
  • Implícate en el presente. Para desapegarte del pasado y el futuro, pon los cinco sentidos en lo que estés haciendo aquí y ahora. Las personas que se vuelcan totalmente en una actividad, entregando su energía al momento con plena conciencia, logran mejores resultados y viven con más armonía y autenticidad.
  • Practica el humor. Reírse de uno mismo y de los propios problemas es una gran herramienta para romper actitudes rígidas y ganar una perspectiva saludable. Es el mejor antídoto contra los apegos que surgen de tomarse la vida y sus embates demasiado en serio.
  • Acumula experiencias, no posesiones. Cuantos más bienes materiales tenemos, mayor es el tiempo y el esfuerzo que debemos dedicar a conservarlos. El temor a perderlos favorece el apego y la ansiedad. Las vivencias, en cambio, no ocupan lugar y nos permiten evolucionar.

Algunos apegos son necesarios

El afán de poseer y retener nos genera sufrimiento, pero ¿es posible llevar una vida completamente desligado de todo?

Khalil Gibrán afirmaba que "todas las personas aman la libertad pero están enamoradas de sus cadenas".

Y tal vez sea conveniente conservar algunas de ellas, las que se eligen voluntariamente y nos vinculan a un territorio emocional, a un proyecto de vida, a unos ideales incluso.

Una persona que viva sin referentes que le guíen, sin una ética personal ni un circulo de personas en las que apoyarse, corre el riesgo de extraviarse salvo que posea la naturaleza de un Buda.

Lo importante es pues saber discernir a qué vale la pena aferrarse y permitir que fluya libremente todo lo demás.

Sobre la importancia de los apegos positivos, Boris Cyrulnik, recalcaba la importancia del afecto y el sentido de pertenencia en un mundo cada vez más despersonalizado.

Tal vez el secreto resida en saber cómo aferrarse y en qué medida, hacer del lazo un canal de comunicación y no una cadena que nos oprima y angustie. La proeza, como bien la define José Callón Aznar en su obra Aforismos al solitario, estaría en "lanzar algo al mundo y que no lo arrastre a uno tras de sí".

El desapego nos enseña a "vivir con lo puesto", lo cual nos proporciona un inesperado cauce de energía creativa, ya que decidimos a cada instante lo que queremos ser y hacer. Como los nómadas que plantan el campamento y lo levantan al día siguiente en busca de otros paisajes, cada día podemos fijarnos nuevos objetivos y prioridades.

Tal vez el miedo a esta libertad sea lo que mantiene a muchas personas ligadas a sus pesadas cadenas. No estar atado a nada nos obliga a reinventarnos constantemente, a cuestionarnos quiénes somos y adónde vamos, y eso en ocasiones es un duro trabajo.

El valor de vivir sin ataduras

Ciertamente la ligereza y libre albedrío que nos procura el desapego tiene su precio: obliga a asumir riesgos. Pero a cambio permite vivir de forma intensa y espontánea cada momento.

Hay un relato tradicional judío que plasma esta perspectiva sobre la experiencia. A un viejo rabino le hicieron dos preguntas:

-¿Cuál ha ido el día más especial de su vida y quién fue la persona más importante?

-El día más especial de mi vida es hoy-respondió-. Y la persona más importante es con la que ahora estoy hablando.

Vivir sin apegos tiene esa gran recompensa: de repente todo lo que hacemos se vuelve trascendente. Cada persona que se cruza en nuestro camino es potencialmente portadora de un mensaje, lo que amplía nuestro horizonte intelectual y emocional.

Por último, la escuela del desapego nos prepara para el examen final de la muerte. Puesto que ésta supone renunciar a nuestros bienes más preciados, en especial a nuestra conciencia terrenal, asumir el cierre de esa etapa exige un alto grado de evolución espiritual.

Cada muerte a la que asistimos es una lección esencial sobre lo efímero, pero también sobre el valor de vivir sin ataduras y sin miedo. Nos invita a celebrar que aún estamos aquí, pues todas las rutas están abiertas para quien navega ligero de equipaje.

A fin de cuentas, como reza un proverbio indio, "Un hombre sólo posee aquello que no puede perder en un naufragio".

La imperfección como filosofía

Ligada a la visión budista del desapego, la cultura japonesa ha desarrollado la filosofía del wabi-sabi: el arte de lo imperfecto, de lo incompleto y perecedero. Otorga más belleza y poesía a una hoja seca a punto de desprenderse de un árbol que a una rica porcelana china.

Aplicada a la vida, esta escuela de pensamiento enseña que:

  • Nada en la naturaleza está completo y acabado, por lo tanto también los seres humanos debemos evolucionar constantemente.
  • Debemos aceptar nuestras imperfecciones, porque son la prueba de que estamos vivos y tenemos margen para mejorar.
  • Lo natural y espontáneo es más poderoso que lo artificial y elaborado.
  • Aceptar que todo tiene un final es lo que nos permite otorgarle un valor y nos empuja a disfrutarlo.

Libros sobre budismo, libertad y desapego

  • La libertad primera y última; Jiddu Krishnamurti. Ed. Kairós
  • La importancia de vivir; Un Yutang. Ed. Edhasa
  • El budismo; Kulananda Ed. Plaza &Janés