Vivimos en un mundo donde la alegría y la tristeza se van entrecruzando. Las noticias que nos ofrecen los medios de comunicación a menudo se refieren a guerras, injusticias sociales, graves accidentes. Y casi preferimos ignorar que cada día 60.000 personas mueren de hambre en un planeta que bien podría alimentar a todos sus habitantes si realmente hubiera menos egoísmo.

Nos gustaría que las cosas fueran a mejor, que todos pudieran disfrutar de una vida llena de paz, armonía y alegría. Pero fácilmente ese deseado equilibrio se rompe y las adversidades hacen acto de presencia.

Analizar los factores que propician tales situaciones negativas podría llevarnos a complejos desarrollos. Pero, simplificando, cabe decir que generalmente el motivo es una escasa e inconstante presencia de "buena voluntad". No en vano se exclama en el Evangelio, cuando Jesús nace, la conocida frase: "Gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".

Esa voluntad de hacer el bien también podría llamarse compasión, es decir la capacidad que todos tenemos –y a menudo olvidamos– de "sentir con", de acercarnos al sufrimiento ajeno y buscar su solución.

¿Qué es la compasión?

La palabra compasión no suele presentarse con letras brillantes ni se repite a menudo en las frases de políticos, pero encierra un mensaje de gran importancia y múltiples significados.

La primera lectura que suele hacerse de la compasión supone la instintiva reacción de sentir pena ante la desgracia ajena. Esta actitud de conmiseración implica muchas veces cierta posición de superioridad.

Todos, en general, solemos sentir lástima del sufrimiento de quienes se encuentran en peores condiciones que nosotros. Sin embargo, en la raíz de apenarse por el sufrimiento de los demás subsiste una certeza que cuesta aceptar: todos somos iguales ante la desgracia. Aparentemente hay personas más sanas, ricas o afortunadas que otras, pero nadie puede pretender escapar a la enfermedad, la tristeza o la muerte. Es más, todos somos esencialmente pobres y desvalidos, puesto que podemos serlo en un momento dado perdiendo lo que ahora poseemos.

Todos somos potencialmente víctimas del infortunio. De modo que compadeciéndonos de los demás lo hacemos de nosotros mismos e, igualmente, ayudando a los otros nos ayudamos también a nosotros.

Compasión es sinónimo de buena voluntad, en el sentido de capacidad para actuar de manera positiva más allá del natural egoísmo. Pero sabemos que la voluntad está regida por el sentimiento y la inteligencia.

En el reconocimiento de que no hay diferencia radical entre el "yo" y el "otro", puesto que hay un continuo existencial, estaría el aspecto intelectivo de la compasión. Pero al mismo tiempo, detrás de la actitud compasiva hay siempre un claro sentimiento de bondad.

Amor y compasión

El sentimiento amoroso presenta diferentes aspectos. Inicialmente, suele tener un componente posesivo que nos hace sentir especial interés por nuestra pareja, familiares y amigos. Ese apego es comprensible, todos sentimos un vínculo especial con determinadas personas.

Pero el amor también tiene la tendencia natural, como si se tratara de los rayos del sol, de extenderse más allá del círculo natural de nuestros afectos. Cabría decir que el amor puede ir ascendiendo y volverse menos limitado y egoísta. Por eso hay personas que ayudan a los demás de forma desinteresada, sin pedir nada a cambio. Algo que hacen habitualmente los padres con sus hijos de modo espontáneo.

Todas las religiones fomentan la compasión, empezando por considerar a Dios –como lo hace el islam y especialmente el sufismo– el Compasivo o Misericordioso. Pero son el cristianismo y el budismo los que –uno en Occidente y otro en Oriente– expresan de modo especial la importancia de la compasión.

El concepto de "caridad" cristiana es quizá más sentimental si lo comparamos con la karuna budista, pero es perfectamente equiparable. Se trata no solo de ser sensibles al sufrimiento ajeno, sino de actuar para aliviarlo o erradicarlo. Si bien el ideal budista supone el deseo de que todos los seres se liberen definitivamente del sufrimiento alcanzando la iluminación o despertar.

En el cristianismo se distingue entre el eros, amor basado en la pasión, y el agape, amor puro y compasivo. El budismo, por su parte, enfoca la compasión como la consecuencia de una sabiduría basada en la meditación contemplativa. Más allá de las cadenas del ego, en la verdadera libertad, no hay diferencia esencial entre uno y los demás.

Como dicen los budistas tibetanos, con ingenua lucidez: "los otros son más importantes que uno mismo, por la sencilla razón de que los demás son muchos y yo solo uno".

Si el budismo se basa en la unión de sabiduría y compasión, en ninguna otra tierra como el Tíbet se ha expresado con tanto fervor ese ideal. El mantra del Buda de la Compasión (Chenrezig), Om Mani Padme Hum, puede encontrarse por doquier: esculpido en piedras, en el curso de los ríos, en banderas que agita el viento, en los molinos de oración que giran, recitado una y otra vez mientras se pasan las 108 cuentas del rosario tibetano. Su intención es que todos los seres puedan evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad verdadera.

¿Compasión por la naturaleza?

El concepto budista de interdependencia de todos los fenómenos también propicia el surgimiento de una actitud compasiva. Si todo está de alguna manera interconectado, provocar dolor a otros seres repercute negativamente en quien lo hace, sea de modo inmediato o de forma sutil y en otro momento de su existencia. En eso se basa la noción oriental de karma. De la misma manera, hacer el bien revierte positivamente.

A diferencia del pensamiento occidental que suele limitar la caridad o compasión al género humano, tanto el hinduismo como el budismo extienden esa actitud respetuosa a todos los seres vivos. Puesto que también ellos tienen en común con nosotros el desear ser libres y felices.

Si tomamos el ejemplo de la gallina, vemos que durante miles de años, millones de estos animales nos han dado su carne y sus huevos para alimentarnos. ¿Alguien sabe de algún lugar en donde se haga honor a tal sacrificio? Ya sé que imaginar ahora en medio de una plaza el monumento a la "gallina desconocida" suena algo cómico. Pero eso mismo demuestra lo alejados que estamos a veces de las cosas reales y el escaso agradecimiento que sentimos por los animales y plantas de que nos alimentamos.

No se trata aquí de abogar necesariamente por el vegetarianismo, lo que es una comprensible opción, sino de que la compasión hacia los seres vivos no debería perderse de vista. E incluso hacia la parte aparentemente inanimada del planeta, como son la corteza terrestre mineral, el aire y las aguas.

De ellos dependemos para existir y sin embargo se actúa sin consideración hacia el medio ambiente. Las consecuencias de tal actitud equivocada se están haciendo más patentes si cabe en los últimos años debido al cambio climático, entre otros fenómenos inquietantes.

Aprendizaje y aplicación de la compasión

La compasión es por un lado inherente al ser humano y por otro necesita para expresarse de cierto aprendizaje que, como toda labor educativa, debería iniciarse en la infancia. Puede enseñarse al niño a no estar siempre centrado en sus intereses personales y a prestar atención en ocasiones al malestar de los miembros de su familia, de alguno de sus amiguitos que puede estar enfermo, o de ayudar incluso a algún animal.

Tal aprendizaje exige ser continuado a lo largo de la vida y las ocasiones para adiestrarse no faltan. En este sentido, diversos estudios científicos demuestran que la compasión y las emociones positivas que la acompañan pueden aprenderse de la misma forma que un instrumento musical.

Cultivar la amabilidad y benevolencia a través de la meditación afecta a zonas del cerebro (especialmente la temporo-parietal del hemisferio derecho) implicadas en la empatía, es decir, en la capacidad de sentir los estados emocionales de otros. Lo que también sería útil para prevenir la depresión, una situación en la que la persona tiende a estar ensimismada.

Otros experimentos confirman que tener una actitud compasiva y ayudar a personas desvalidas mediante trabajos de voluntariado favorece el sistema inmunitario, la disminución del estrés y el aumento de la serenidad, mientras que las personas agresivas o crueles suelen sufrir una angustiosa sensación de inseguridad y miedo.

La compasión es un estado mental libre de agresividad o malas intenciones, en el que predomina el interés por el bien de los demás o por lo menos el bien común.

Pero tampoco hay que reservar necesariamente la actitud compasiva para los grandes temas, como puedan ser el cuidado de los enfermos, la ayuda a los pobres o la preservación del entorno natural. Continuamente precisamos de una mínima buena voluntad para contrarrestar nuestra tendencia ególatra.

Por ejemplo, tendemos a sentirnos más importantes que los demás. Y no porque tengamos mejores cualidades en algún aspecto determinado, sino porque cada cual se siente el centro de las cosas. Por eso suelen verse con gran facilidad los defectos ajenos y no tanto los de uno mismo. Procurar simplemente ver las cualidades positivas que toda persona tiene es ya un buen ejercicio de compasión. Sencillo, pero nada fácil a poco que lo intentemos.

Hay muchas otras ocasiones que nos permiten expresar en diferente medida la bondad natural. ¿Tenemos tiempo para escuchar a quien quiere contarnos algo que para él es importante? ¿Procuramos no despilfarrar mientras otros pasan penurias? ¿Tratamos por igual a ricos y pobres, guapos o feos?

Una economía más justa, la ecología bien aplicada, cualquier mejora social que podamos imaginar precisa de una buena dosis de compasión para ser beneficiosa. No es, pues, una actitud de personas débiles el ser compasivos, sino expresión de la fuerza del amor, de la unidad esencial de todas las cosas.

Libros para desarrollar la compasión

  • El yo evolutivo; M. Csikszentmihalyi, Ed. Kairós
  • El arte de la compasión; Dalai Lama, Ed. Grijalbo
  • Compasión en acción; Ram Dass y Mirabal Bush, Ed. Gaia