Si te pusiste nervioso en el trabajo durante una presentación en la que te sentías que te jugabas mucho, perdiste los nervios en una discusión con tu pareja y dijiste cosas que en realidad no pensabas, no actuaste de forma suficientemente calmada ante criticas hacia tu trabajo o simplemente cometiste errores que precipitó una mala consecuencia en tu vida. Explora cómo respondes ante esta situación:

  • 1. Te recriminas con dureza durante tiempo y revives tus errores y fallos una y otra vez
  • 2. Te ofreces un poco de apoyo y comprensión a ti misma, aprendes de tus errores y eso te ayuda a convertirte en una persona más sabia y seguir hacia adelante.

Parece ser que muchas veces nos resulta más fácil lo primero que lo segundo. Entiende por qué tendemos a tratarnos con dureza y aprende a tratarte autocompasivamente.

La compasión cura las heridas

En el año 2009 un millar de religiosos pertenecientes a distintas confesiones y un grupo de reconocidos pensadores e intelectuales se reunieron convocados por Karen Amstrong, una de las más afamadas y reconocidas pensadoras del mundo que empleó el dinero del prestigioso premio que la acababan de otorgar para emplazarles a la tarea de elaborar de manera colaborativa, interreligiosa e intercultural una bella “Carta sobre la compasión”.

El documento final recogía el esencial valor que sustenta toda relación humana: “el respeto básico a todos los seres humanos, independientemente de las diferencias raciales, sexuales, culturales y religiosas”. Y, que a menudo ha sido resumida en esta máxima por todos conocida: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”.

La regla de oro de la autocompasión

Sin embargo, esta regla de oro con la que tan familiarizados nos hallamos la solemos aplicar en occidente con diferentes raseros. Cuando son los amigos quienes nos revelan las pesadas angustias que atenazan su corazón y los avergonzantes sentimientos que emergen si cometen errores, no suele ocasionarnos mucho problema porque nos sentimos capaces de acompañarlos con comprensión y cariño. Les ayudamos a metabolizar las emociones negativas y les instamos a pasar página y a aprender la lección.

Sin embargo, parecemos olvidar con asombrosa facilidad que la vida es maravillosa pero también difícil. Podemos vivir atravesando circunstancias ideales, pero en algún momento eso cambiará: perderemos la lozanía de la juventud, nos golpeará la enfermedad, sufriremos dolorosas pérdidas.

Serán entonces estas ocasiones en las que experimentamos dificultades, cometemos errores fatales, o probamos el regusto amargo del fracaso y la decepción, cuando quepa la posibilidad de que actuemos como nuestros enemigos más crueles. Y, lo hagamos desplegando actitudes poco compasivas e incluso podemos llegar a tratarnos con extrema crueldad alejados de la máxima para la felicidad: “Si quiere que otros sean felices practica la compasión; y si quieres ser feliz tú, practica la compasión”. Tenzin Gyatso, el 14 Dalai Lama.

A este respecto, Kristin Neiff, psicóloga y referente junto a Christopher Germer en el estudio de la compasión, dice que muchas personas son incapaces de reconocer el dolor que están experimentando cuando éste se deriva de su propia autocrítica.

Otras, cuando tienen que afrontar dificultades se ciñen a la resolución práctica de los problemas sin ni siquiera pararse a considerar el hondo calado de las dificultades que están atravesando.

Autocompasión y emociones negativas

Vicente Simón, Psicólogo experto en compasión, describe que cuando atravesamos momentos difíciles y el ser humano se ve asaltado por intensas y abrumadoras emociones solemos reaccionar luchando contra ellas con todas nuestras fuerzas.

Queremos deshacernos a toda costa de estos perturbadores sentimientos. Pero al mismo tiempo, sin ser muy conscientes de ello, inauguramos una encarnizada lucha contra nosotros mismos porque no sólo nos sentimos mal, sino que además, al estar colmados de emociones negativas lo extrapolamos a nuestra consideración personal. El contenido por el continente. Resultado de este proceso de identificación masiva es que nos juzgamos: “creemos ser malos”.

Y, justo ahí, en ese momento crucial, es cuando empezamos a criticarnos severamente o a sumirnos en hondos remordimientos que no cambian en nada lo sucedido: “Soy un fracaso”, “Eres un bulto”, “No sirves para nada”, “Eres fea y nadie podrá quererte jamás”, “Eres una mala madre o padre”, etc.

La propia Kristin Neiff cuenta cómo ella misma se sintió profundamente ayudada por esta práctica después de recibir el shock del diagnóstico de autismo de su hijo mientras acudía a un retiro de meditación. Y, cómo durante el mismo se regaló la oportunidad de “sentir sin juzgar” aún los sentimientos más perturbadores e irracionales de decepción y vergüenza que “se suponía no debía tener”. “¿Cómo podía sentir eso hacia la personita que más quería en el mundo”- se preguntaba a sí misma conmocionada?”.

Todos podemos vivir crisis personales y estados emocionales complejos de atravesar en los que podemos llegar a desregularnos emocionalmente mucho. En las ocasiones en que nos dominan nuestras emociones desagradables urge la presencia de una persona amorosa y contenedora que nos apacigüe y nos conforte, antes de poder de nuevo volver a estar atentos (mindful). Necesitamos una trasfusión de compasión.

¿Por qué la compasión cura?

El valor terapéutico y sanador lo otorga la amorosa manera de aproximarse reconocer y acoger el sufrimiento. K.Neiff desarrolla un método estructurado, el programa MSC que corresponden a las siglas en inglés de “Mindful Self-Compassion” que consiste en ayudar a la persona a permanecer en la experiencia de dolor el tiempo suficiente para responder de modo amable y cuidadoso.

Lo que nos sucede es que de adultos cuando sufrimos no siempre se halla a nuestra disposición esa otra persona contenedora y amable pero lo que sí podemos aprender cada uno de nosotros es a incorporar otra manera de tratarnos. Con cariño, con comprensión y compasión en especial en nuestros momentos difíciles, cuando más lo necesitamos.

Además, esta habilidad y recurso psicológico de ser compasivo se puede aprender e incrementar mediante una práctica adecuada.

La autocompasión y el psicoanális

Curiosamente, este descubrimiento entronca con otra gran tradición, la psicoanalítica. Y, con uno de sus grandes autores Bion. La habilidad de tratarse bien a sí mismos de manera natural hunde sus raíces en nuestra biografía y en nuestra crianza. Nos explica por qué habrá personas más necesitadas de construir ciertos recursos psicológicos frente a otros.

Tendrán ventaja aquellos criados con un cuidador principal con capacidad de lo que llama “reverie”, sensible a las necesidades de su bebe y capaz de expresar amor hacia su hijo/a entendido como el interés en ofrecerle un cuidado adecuado y el deseo de comprenderlo.

Un cuidador así actuará entrando en sintonía con su bebé y conteniendo sus angustias tempranas sentidas por éste como algo displacentero, intolerable, incomprendido y le ayudará a metabolizar esta “experiencia emocional pura”, que denominó “elementos Beta”, en pensamientos adecuados que puedan ser contenidos y pensados por él o ella. A éstos últimos los llamó “elementos alfa”.

Pero para eso el bebé y el niño necesita, según este autor, de una “madre suficientemente buena” que contenga las emociones difíciles y les ayude a elaborarlas.

Cuando de adultos nos desregulamos emocionalmente, estaríamos en función Beta.

Y, el elemento curativo que aporta la autocompasión es que nos ayuda a alimentar en nosotros “esa madre interna suficientemente buena”, aquella capaz de consolarnos en los momentos difíciles y ayudarnos a pensar la vida de manera constructiva y amorosa.

Solo así seremos capaces de tranquilizarnos y consolarnos activamente cuando las circunstancias externas de la vida se tornen complicadas y resulten difíciles de soportar.