¿Por qué, si sabemos tantas cosas, seguimos equivocándonos tanto? Y peor aún: seguimos equivocándonos en lo mismo. ¿Por qué tomamos decisiones que nos perjudican, defendemos ideas absurdas con fervor o caemos en dinámicas que nos dañan como individuos y como sociedad? José Antonio Marina, filósofo y educador incansable, llama a este fenómeno por su nombre: insensatez.

Estamos inmersos en una epidemia de insensateces, perdiendo la capacidad de juzgar bien, lo que nos hace vulnerables a la manipulación, la polarización, la apatía moral y la confusión emocional. Para todo ello, defiende Marina en esta entrevista, necesitamos una cura. Y la encontramos en su nuevo libro, La vacuna contra la insensatez.

Insensatos

-¿Qué es la insensatez?
La insensatez es eso que hace que no tomemos buenas decisiones, que no utilicemos bien la información que tenemos, que finjamos certezas que no tenemos y que, por lo tanto, nos equivoquemos en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar. Eso es lo que podemos llamar insensatez. Una pérdida del seso, que es la capacidad de juzgar bien.

-Y, según esta definición, ¿cuál considera usted que es la mayor insensatez que estamos cometiendo ahora como sociedad?
Pues son muchas, porque las insensateces pueden ser individuales y pueden ser sociales. Me parece que estamos sufriendo un síndrome de inmunodeficiencia social. Es decir, de la misma manera que los organismos tienen un sistema para defenderse de las agresiones externas, a las sociedades les pasa lo mismo. Por ejemplo, en España hemos tenido una inmunodeficiencia social respecto de la corrupción.

No hemos identificado la corrupción y la corrupción se nos ha metido de una manera salvaje. Nos ha pasado lo mismo, por ejemplo, con el machismo. Nos está costando mucho trabajo luchar con él, porque el virus machista sigue alterando la capacidad de percepción. Lo que tienen los virus de la insensatez es que alteran el funcionamiento de nuestra inteligencia, hasta tal punto que no nos damos cuenta de que estamos siendo víctimas de ello.

Otro ejemplo es la desconfianza en la democracia. Llama la atención cómo es posible que los sistemas autoritarios estén creciendo en potencia y en energía democrática. No es que, de repente, se instauren dictaduras. Es que, democráticamente, la gente ha dicho que prefiere regímenes autoritarios. El hecho de que cerca del 40% de los jóvenes diga que no le importaría vivir en un sistema autoritario si le asegurara la prosperidad económica, supone que estamos en un sistema que está fallando en sus defensas.

El problema es que resulta muy difícil saber cómo salir de ello. Y ese es el tema que realmente me preocupa.

 

-¿La polarización sería otro marco de insensatez?
Sin duda. La bipolarización política es exactamente lo contrario de la democracia, porque bloquea la postura de cada uno y, por lo tanto, impide el aprendizaje, que es la esencia de la democracia.

La verdad

-Vivimos en la crisis de los hechos, ¿qué le ha pasado a la verdad en el mundo moderno? ¿Por qué ya no nos la creemos?
Ese es realmente el problema que yo veo más profundo y en el que la filosofía, además, está fallando. Pretendiendo defender la identidad cultural o la identidad de los grupos, se acaba negando la posibilidad de una verdad universal. Hay cosas en que las verdades universales tendrán que estar por encima de las culturas.

Si yo empiezo a decir que la ciencia es la superstición occidental y que, por lo tanto, es tan superstición como los vudús de otras culturas, me estoy metiendo en un jardín muy peligroso. Porque si todas las modalidades culturales son iguales, al final, la única referencia que tenemos es la del más fuerte.

Es decir, ahora se dice tajantemente, sin ningún rebozo, sin ninguna vergüenza, si yo quiero quedarme con Gaza, expulso a los kazakhíes y me quedo con Gaza, porque tengo fuerza para hacerlo. Si yo quiero Groenlandia y no me la quieren vender, bueno, pues, a lo mejor tengo que mandar tropas. Es que eso era inconcebible hace muy poco tiempo.

Hemos perdido la capacidad de detectar nuestros enemigos patógenos. Necesitaríamos poner en marcha una vacuna que nos proteja de estos virus, porque todos caemos en ellos con muchísima facilidad. Por lo tanto, debemos estar preparados y protegidos.

-¿Puede la inteligencia ayudarnos a tener mejores relaciones humanas? O, mejor dicho, ¿hace la insensatez que tengamos peores relaciones humanas?
La inteligencia es, precisamente, quien tiene que ir resolviendo los problemas que la convivencia humana plantea. Nosotros somos seres problemáticos, somos seres conflictivos. Es decir, no podemos pensar que los enfrentamientos van a desaparecer, porque pensamos de distinta manera, sentimos de distinta manera. Pero, claro, los enfrentamientos se pueden tratar en dos formatos distintos, y a mí eso sí me parece importante.

Un formato es el formato conflicto. En ese sentido, tú eres mi enemigo y voy a ver si acabo contigo, porque lo que quiero es la victoria. Así es como se plantean muchas relaciones humanas y, desde luego, se plantean las relaciones políticas. Yo quiero vencerte.

Hay otro formato para tratar los enfrentamientos, que no es el formato conflicto, es el formato problema. Qu es que tú y yo no somos enemigos, tú y yo tenemos un enemigo común. ¿Cuál es? El problema. Por tanto, vamos a ver cómo resolvemos el problema. ¿Y cuál sería una buena solución? Una buena solución sería aquella que, de alguna manera, respetara nuestros intereses legítimos. Los de los dos. Los ilegítimos, no.

El amor y la insensatez

-¿Esto se aplica también a las relaciones de pareja?
Sí. Si las relaciones de pareja se plantean en formato conflicto, no hay nada que hacer. En el momento en que se pueden plantear en formato problema, es decir, vamos a ver, cuál es el problema que tenemos, se avanza. Porque entonces se puede decir, “pues el problema que tenemos es que no hablamos”. Bueno, pues ese es un problema. Y en el momento en que ya se ha identificado el problema, significa que ya se ha abierto la vía a la solución. En el conflicto, no. En el conflicto se va a seguir profundizando hasta que se llegue a la ruptura completa. De manera que este cambio de perspectiva a mí me parece realmente importante.

-En su libro también hace una advertencia que dice que, “si bien las emociones tienen la función de orientar nuestro comportamiento, porque nos ponen en contacto con nuestros valores, estas pueden confundir al sujeto si no están bien calibradas.” ¿Cómo podemos impedir que las emociones nos dominen o nos confundan?
Cuando yo escribí mi primer libro sobre los sentimientos, El laberinto sentimental, de los sentimientos y de las emociones no se hablaba. Ese mismo año, Daniel Goleman publicó Inteligencia emocional. Y tuvo, para todos, la suerte de que puso de manifiesto la importancia del tema. Pero, entonces, de repente pareció que la solución a todo estaba con inteligencia emocional.

Y no, la inteligencia emocional tiene que estar sometida a un criterio de evaluación más alto, que yo denomino el marco ético. Te pongo un ejemplo.

¿Es importante para la comunicación la empatía? Sin duda. Entonces, la educación para la empatía, que es la educación para comprender las emociones ajenas, es estupenda. Ya. Pero, de la gente que yo conozco, la que tiene más empatía son los timadores. Entonces, la empatía, de por sí, no resuelve nada. La empatía resuelve cuando está dentro de un marco ético de utilización.

Otro ejemplo, la motivación. Claro que es importante, claro que es estupendo cuando puedes hacer las cosas motivadas. ¿Por qué? Porque motivación significa tener ganas de hacerlo. Pero si insistimos demasiado en la motivación, ¿qué pasa cuando no estoy motivado? Que no puedo hacer nada.

Pero ahora imagínate que se te estropea un grifo. Y llamas a un fontanero. Y el fontanero te hace una chapuza. Al día siguiente, lo llamas y le dices: “oiga, que me he hecho una chapuza”. Si el fontanero te respondiera, “pues, mire usted, señora, yo es que ayer no estaba motivado para el grifo. Y como no estaba motivado para el grifo, no pensará usted que se lo podía arreglar bien”. ¿Qué pensarías?

Todas estas cosas creo que muchas veces las hemos olvidado y tenemos un ligero lío en la cabeza. Vamos a ver si hacemos el esfuerzo de colocar las cositas en su sitio, porque nos liamos con mucha facilidad.

Los arrepentidos

-También en su libro escribe: “no hay mayor manifestación de estupidez que la del que afirma, poniendo cara de autenticidad virtuosa, que no se arrepiente de nada. Eso equivale a que no ha aprendido nada”. ¿Es mentira, entonces, eso que nos venden constantemente de que hay que vivir la vida sin arrepentimiento?
A mí se me parece un disparate extendido y difundido, por la mala psicología. Hay una idea de la psicología muy elemental, muy torpe y muy equivocada, que dice: puesto que la felicidad es tener buenas emociones y buenos sentimientos, lo importante es eliminar los malos sentimientos. No, eso no es verdad. Es como si una persona dijera, “el dolor es desagradable, vamos a ver si intentamos eliminar el dolor”. No, el dolor es una advertencia de que algo malo te está pasando.

Los sentimientos son algunos agradables y otros desagradables, porque los dos son nuestro GPS. Son los que nos enseñan que unas cosas hay que repetirlas y que otras cosas hay que evitarlas. Quitar el remordimiento significa, primero, que no voy a reconocer nunca que he hecho algo mal. O que, si he hecho algo mal, pienso que debo evitar repetir ese mal. Eso es un disparate intelectual y afectivo. Si yo reconozco que he hecho algo mal, no puedo decir que me da igual repetirlo otra vez, y en eso es en lo que el arrepentimiento consiste.

Hábitos y rutinas

-En el libro hablas también de los fracasos de la voluntad. Y a mí me llamaba mucho la atención que entre ellos mencionabas la rutina, que es una palabra que últimamente está muy de moda, las rutinas, los hábitos. ¿Qué papel juegan los hábitos y las rutinas en los marcos de insensatez?
Son insensatez las rutinas que son mecanismos de repetición poco inteligentes. Pero hay otras rutinas que, al contrario, son rutinas creativas. En realidad, todo gran aprendizaje son hábitos. La verdad es que lo importante para el aprendizaje es que aprendas buenos hábitos creadores. Por ejemplo, el hábito de aprender a hablar en un idioma es un hábito, pero no es un hábito rutinario.

Y por eso el aprendizaje de los hábitos forma parte esencial de la educación. Hay que tener hábitos matemáticos, hay que tener hábitos artísticos, hay que tener hábitos morales. Y a los hábitos morales, desde Grecia, se los llamaban las virtudes, que son hábitos de buen comportamiento, hábitos de hacer las cosas de la mejor manera posible. Porque al hacerlas con el hábito, te va a costar menos trabajo y vas a hacerlo con mayor perfección.

 La resiliencia, por ejemplo. La resiliencia es un hábito. Y cuando queremos que las personas sean capaces de reponerse con rapidez a las dificultades, o de soportar las dificultades, hemos tenido primero que enseñarles para que vayan adquiriendo ese hábito.

 A mis alumnos más pequeños se los comparo con las aplicaciones de los móviles. Les digo, mira, cuando una persona aprende un hábito de matemáticas o de jugar al ping-pong, lo que sea, le pasa un poco a su cerebro cómo le pasa a tu móvil cuando te bajas una aplicación.

El móvil es el mismo, pero hace más cosas. Cuando tú has introducido un hábito en tu cerebro, tu cerebro es el mismo, pero sabe hacer más cosas. De manera que has ampliado la capacidad operativa del cerebro igual que has ampliado la capacidad operativa de tu móvil.  Te interesa cuanto más operativo sea mejor. Por lo tanto, cuantas más cosas hayas aprendido a hacer, más inteligente vas a ser.

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