Tilikum ha muerto.

Hace apenas unos días que SeaWorld Orlando emitía un comunicado para informar del fallecimiento de una de las orcas más tristemente famosas del mundo a causa de una infección respiratoria.

Sin embargo, más que las bacterias que llevaban tiempo destruyendo sus pulmones, para Tilikum lo verdaderamente mortal ha sido el negocio del entretenimiento con animales.

Era el 9 noviembre de 1983, apenas tenía 3 años y atravesaba las costas islandesas bajo la afectuosa protección de su familia. Las orcas poseen estructuras sociales complejas, habitualmente se agrupan matrilinealmente, es decir, en manadas conformadas por una madre, sus hijos de ambos sexos y las crías de sus hijas. Su comunicación está muy desarrollada, cada familia posee su propio dialecto, transmitido de madres a crías, que funciona como una manera de mantener la cohesión e identidad dentro del grupo.

“Intentábamos meter a la joven orca dentro de una especie de camilla y toda su familia nos seguía a unos 20 metros de distancia. Hicieron como una línea y se comunicaban entre ellas. En ese momento te dabas cuenta de lo que estabas haciendo. No pude contenerme y de repente empecé a llorar. No dejé de trabajar, pero no era capaz de soportarlo. Era como secuestrar a un niño pequeño de las manos de su madre”. Así narraba la captura, en el documental Blackfish donde Tilikum es el principal protagonista, uno de los pescadores que aquel día de noviembre lo arrancaron para siempre de su hogar.

Desde entonces han pasado 33 años en los que aquella cría de ballena terminó convirtiéndose en la más famosa orca asesina. Protagonizó varios incidentes que resultaron en muerte para tres personas, incluida Dawn Brancheau, su entrenadora, a quien ahogó en 2010 ante la horrorizada mirada del público.

Después de aquello, el debate sobre el cautiverio de cetáceos volvió a la opinión pública con más fuerza que nunca y SeaWorld fue sancionado con 75 mil dólares de multa por infringir varias normas de seguridad, aunque jamás admitió ninguna responsabilidad.

A partir de ese momento, mientras SeaWorld apelaba su citación legal, Tilikum fue confinado en un recinto diminuto y sin contacto alguno con humanos ni otros individuos de su especie. Según informes, pasaba horas flotando lánguidamente en la superficie de la piscina, un comportamiento que nunca antes se había observado entre orcas en libertad. El estrés del encierro le iba generando cada vez más daños psicológicos, hasta el punto de sufrir un grave desgaste en sus dientes debido a la conducta estereotipada de morder las rejas de metal y las paredes de cemento de la piscina.

Mientras a Tilikum se le esfumaba la vida en un tanque que contiene un 0.0001% del agua que él recorrería en un solo día en la naturaleza, la caja de SeaWorld seguía engordando obscenamente. La orca más grande del mundo en cautividad estaba en su poder, vale que la habían enloquecido y ahora no servía para realizar espectáculos por el potencial riesgo de agresiones, pero seguía siendo muy rentable: sus genes valían oro.

De esta manera, los espermatozoides de Tilikum comenzaron a esparcirse por todos los SeaWorld del mundo, siendo así padre involuntario de más de la mitad de las orcas que actualmente mueren en vida en estos letales negocios. No pareció importar entonces el historial de ataques de Tilikum; no hubo problema en convertir a la orca asesina en el semental por excelencia.

Aun así, un tiempo después Tilikum volvió al show; con su famosa aleta dorsal caída, algo que sufren exclusivamente, salvo raras excepciones, las orcas privadas de libertad. Posiblemente debido a que sus vidas se limitan a nadar en círculos y al sol que altera sus tejidos por el exceso de tiempo que se ven obligadas a pasar en la superficie del agua.

Por suerte, la presión social impulsada por el movimiento de defensa de los animales forzó a SeaWorld en marzo del pasado año a detener su programa de cría de orcas, lo cual significa que esta generación de prisioneras inocentes serán las últimas en sus instalaciones.

Pero esta decisión no termina con la tragedia, según SOSDelfines, más de 2.000 mamíferos marinos viven actualmente en cautiverio, en su mayoría delfines, marsopas y belugas. Por no hablar del resto de animales, quizás menos populares entre los visitantes, que padecen una lamentable existencia en zoológicos, circos y demás lugares donde se utilizan animales como entretenimiento.

Ahora Tilikum está muerto, tres décadas de sufrimiento terminan con una carta de sus captores lamentando su pérdida y autodenominándose “la familia de SeaWorld”. No se me ocurre nada más miserable que pretender edulcorar con cariño el crimen que han cometido contra Tilikum.

Quienes nos solidarizamos con los animales no solo lloramos su muerte, lloramos su encierro, lloramos su psicosis, lloramos su rapto. Nuestras lágrimas son de rabia, de indignación, de impotencia.

Qué dolorosa la realidad de saber que la muerte es lo más parecido a la libertad que has podido conocer desde que la humanidad se cruzó en tu camino, Tilikum.

Qué injusto es haberte matado de forma lenta y dolorosa durante 33 años, Tilikum.

Qué profundamente vergonzoso lo que te hemos hecho.

No nos perdones, Tilikum.