Cuando me preguntan si hay alguna clave para que una pareja funcione, siempre contesto lo mismo: la honestidad y la generosidad.

Pero la honestidad, en el modelo imperante de pareja heterosexual, brilla por su ausencia. Basta con echar un vistazo a las tasas de infidelidad o a las de hombres en pareja que alquilan mujeres prostituidas.

Otro dato que pone los pelos de punta y que demuestra que los hombres no son todo lo honestos que cabría esperar: en algunos países el 90 por ciento de las mujeres que contrajeron el VIH estaban en una relación monógama y estable.

Es decir, se la transmitieron sus maridos (que resultaron no ser monógamos, claro).

El dato es tan flagrante que incluso las autoridades sanitarias nos piden que sistemáticamente utilicemos preservativo para evitar que nuestros compañeros nos peguen enfermedades de transmisión sexual.

En definitiva, nos piden –nos recomiendan– que no confiemos en absoluto cada vez que un hombre nos dice que es fiel y que no tiene relaciones fuera de la pareja.

Mujeres que custodian su amor

Frente a las deshonestidad nos piden que desconfiemos. Un dilema, ya que construir una relación desde la desconfianza es condenarla a su fin desde el principio.

Nos condena a vivir en un estado de sospecha y de celos permanente, nos obliga a vivir inseguras y en alerta.

A muchas mujeres este tipo de relaciones basadas en la desconfianza las convierte en policías y carceleras porque creen que si controlan a sus parejas lograrán que estas no sean infieles.

Pero ni los celos, ni el control, ni la posesividad sirven para generar la confianza necesaria para construir una relación.

La confianza solo surge cuando la relación se basa en la sinceridad y en la honestidad, en la capacidad que tenemos todos de abrirnos y mostrarnos tal cual somos, de hablar de lo que sentimos, de expresar nuestros deseos, nuestras contradicciones, nuestras alegrías, nuestras angustias y nuestras necesidades.

Por qué los hombres recurren a la mentira

La honestidad ni es una cualidad masculina ni forma parte de los atributos de la virilidad. ¿Por qué? Porque los hombres educados en el patriarcado aprenden pronto que para poder vivir como ellos quieren necesariamente tienen que mentir.

  • Tienen que mentir si desean tener una relación estable y oficial y muchas otras relaciones clandestinas No pueden decirle a su compañera que se van con su amante a pasar la hora del almuerzo al hostal.
  • Si desean que su pareja les sea fiel y les espere en casa mientras ellos se divierten, tienen que mentir. Pocas mujeres aceptan hoy en día una relación desigual en el que uno goza de una vida sexual diversa y plena, y la otra no.
  • Para poder tener todo lo que quieren y necesitan, los hombres tienen que engañar a todo el mundo. No pueden contar en una cena de Navidad lo bien que se lo pasan en los prostíbulos, solos o con amigos. No pueden alardear de sus conquistas en redes sociales si están casados, así que solo pueden engañar y mentir, todo el tiempo, sin descanso, para poder sostener ese tren de vida.

El morbo del engaño

Para muchos hombres infieles el intentar no ser descubiertos lo hace todo aún más emocionante.

A muchos les excita transgredir los pactos a los que llegaron con sus parejas, les pone como una moto jugar con fuego, hacer lo que está prohibido, incluso aunque se jueguen mucho.

Lo que les importa es sentirse poderosos, sentirse machos, sentirse deseados, y hacer lo que les da la gana sin tener que asumir las consecuencias. No es que sean inmaduros: es que son unos caraduras.

Algunos se divierten tanto como si estuvieran jugando al gato y al ratón. También se divierten contando a los amigos cómo engañan, cómo la tonta de su mujer confía en ellos, cómo se lo pasan haciendo lo que quieren y cuando quieren.

Muchos hombres deshonestos creen que la infidelidad es una parte fundamental de sus relaciones monógamas y está justificada: forma parte de la vida de un hombre casado que cumple con sus obligaciones y necesita también un poco de diversion.

Un problema de respeto

La expresión “echar una canita al aire” define muy bien la poca importancia que le dan a la honestidad: para ellos son mentiras sin importancia, son estrategias que utilizan para ser felices, pero no soportan que sus esposas hagan lo mismo que ellos.

Generalmente, los hombres que no son honestos tampoco son cuidadores: no les importa hacer sufrir a las mujeres con las que se relacionan.

Normalmente los hombres deshonestos también son egoístas y machistas: creen que solo ellos tienen derecho a divertirse fuera del matrimonio.

Podríamos ser más felices si los hombres se trabajaran la honestidad para poder construir relaciones basadas en el respeto, la confianza, y el compañerismo.