A veces, ciertas expresiones usadas continuamente por los adultos, sin aparente carga negativa, pueden dejar huella en los niños y crearles unos patrones dañinos que les afectan negativamente tanto en su infancia como en su vida adulta.

Los adultos tenemos que descartar frases como la de “eres un niño muy bueno” o la de “tienes que ser un niño bueno” y tal vez sean de las frases más perniciosa que pueda recibir un niño en la infancia sea la de “eres muy bueno”. Hoy es traigo el ejemplo de uno de mis pacientes, Víctor, a quien este mensaje recibido durante años le impedía expresar sus opiniones libremente.

Cómo nos marcan las etiquetas "positivas"

Destacar el buen comportamiento de los niños con frases como “Es muy bueno, no hace ruido” o “Es el mejor de la clase, siempre hace lo que le pido”, le otorga un valor especial al concepto que los adultos tienen de que “el niño bueno” es el que obedece y no molesta.

Estos comentarios, como ocurre con el caso de hoy, no están hechos con mala intención o con afán de manipular, pero sí que proceden de un desconocimiento sobre la psicología y la sensibilidad infantil. Por este motivo, he considerado necesario escribir este artículo para que las familias presten atención a los mensajes que envían a sus hijos.

El peligro del mensaje de “es un niño muy bueno” es que, además de ser un juicio moral impuesto arbitrariamente, refuerza una única forma de ser aceptado por los adultos: portarse como ellos quieren o, lo que es lo mismo, obedecer sus órdenes, normas, imposiciones, etc., sin rechistar.

Sentirse valorado y querido es un gran reforzador que va moldeando la conducta de los niños a lo largo de su infancia, por lo que, los pequeños asumen con este tipo de frases recibidas constantemente, que deben portarse bien (es decir, como quieren los adultos) para ganarse la atención de sus padres, familiares o profesores.

La cara más oscura de esta coletilla es que el niño, poco a poco, aprende a reprimir inconscientemente otras actitudes que él, desde su mente infantil, interpreta que pueden no ser bien recibidas por los mayores. Para no dejar de ser “un niño bueno”, preferirá quedarse sentado antes que jugar a algo que pueda hacer ruido y molestar, reprimirá sus opiniones —si estas van en contra de lo que piensan los mayores— o evitará armar grandes escándalos porque eso no lo hacen los niños buenos.

Y, de esta forma, él mismo se convierte en su mayor juez. Cuando sea adulto, ya no necesitará que nadie le diga cómo debe comportarse, porque tendrá muy interiorizado el ser bueno, silencioso y obediente. Además, la sociedad se encargará de seguir reforzando el mensaje de que lo bueno es no protestar y no salirse de la norma.

Los peligros de ser "el niño bueno"

Para ejemplificar este artículo, podemos analizar la historia de Víctor, un chico que acudió a terapia tras tener una visión reveladora de un patrón enormemente limitante en su vida. En nuestra primera sesión, me explicó que, cada vez que no estaba de acuerdo con alguien y lo quería expresar, sentía un nudo enorme en la garganta y tenía que realizar un enorme esfuerzo para poder tragar y hablar.

Se había dado cuenta de que esto le ocurría, no solo con su jefe, sino también con su pareja, con sus amigos y con su familia. Sentía de manera muy física que, cuando sus emociones luchaban por expresarse, su garganta las bloqueaba y las obligaba a permanecer ocultas.

Al comienzo de una terapia, siempre me gusta conocer la historia de la persona para saber cómo enfocar el trabajo. Una de las preguntas que siempre hago es “¿Cómo te veían tus padres? ¿Qué decían de ti cuando eras pequeño?”

En este caso, Víctor lo tenía muy claro: “Todos decían que era un niño muy bueno”. Le pregunté qué significaba eso de ser un niño bueno y me respondió que su familia y sus profesores siempre hablaban muy bien de él por lo bien que se portaba. No era un niño ruidoso ni follonero, siempre estaba dispuesto a ayudar y nunca tenía un mal gesto cuando los mayores le pedían algo. Como hemos visto, el resumen de ser un niño bueno es ser sumiso, callado y obediente.

El pequeño Víctor era un niño de carácter tranquilo y esto no tiene nada de malo. Sin embargo, al favorecer únicamente los momentos en los que los adultos consideraban que se portaba bien y reprimir las ocasiones en las que el niño protestaba o llevaba la contraria a los mayores, se fue potenciando este rasgo de su personalidad por encima de todo lo demás.

Ya adulto, Víctor no era capaz de expresar sus opiniones, ni de quejarse cuando algo no le gustaba, ni de defenderse si le atacaban o intentaban aprovecharse de él. Había asumido que su único rasgo de personalidad válido era el de mostrase, en todo momento, tranquilo y sosegado. Si algún otro aspecto quería expresarse, era reprimido inmediatamente.

Cómo liberarse de la etiqueta de niño bueno

Tras 40 años de programación de “niño bueno”, Víctor comenzó a entender la toxicidad implícita en este mensaje. Aunque sus mayores no tuvieran mala intención al alabarle, el efecto que produjo en él fue el de impedirle experimentar y desarrollar otros aspectos de su personalidad.

En terapia, trabajamos para reprogramar el mensaje de “ser un niño bueno” y cambiarlo por el de “puedes ser tú mismo”.

El carácter general de Víctor era tranquilo y sosegado, pero comenzó a permitirse expresar alguna opinión diferente de los demás. Comprobó que, no solo no pasaba nada, sino que se sentía muy bien consigo mismo cuando lo hacía.

Cuanto más lo practicaba, más fácil le resultaba hablar y más conectado estaba con sus propias emociones y opiniones. El nudo de su garganta fue desapareciendo y sus emociones comenzaron a fluir. Ya no tenía que interpretar más el papel del niño bueno para contentar a nadie, ya podía ser como él quería, en cada momento.