La culpa impuesta supone uno de los mayores elementos represores que afectan al ser humano. Desde la infancia, en la que nos culturizan en este patrón de sumisión tan dañino, la culpa actúa como un virus que nos es inoculado desde fuera y que se va extendiendo hasta ocupar y dominar por completo la mente.

Para algunas personas este sentimiento llega a ser tan abrumador, que toda su vida se ve condicionada por él.

El patrón de la culpa impuesta

Emma acudió a terapia tras haber pasado varias noches casi sin dormir abrumada por un terrible sentimiento de culpa. Según me comentó, la semana anterior al insomnio, se había defendido de una situación de abuso repetido por parte de una amiga que siempre se aprovechaba de ella. Al haber discutido con su colega de toda la vida, Emma comenzó a dudar de su criterio y a sentirse culpable por haber provocado la pelea.

“Quizá no era para tanto y yo soy una exagerada”, era la reflexión que la mantenía en vela durante horas.

Emma tenía un patrón muy interiorizado de culparse por todo y dudar de su propio criterio. Siempre que, ante cualquier situación, reaccionaba manteniéndose fuerte y fiel a su instinto, las noches siguientes acababa sufriendo terribles pesadillas. Malos sueños de los que despertaba sobresaltada culpándose por todo lo ocurrido y sintiéndose como una persona horrorosa. Aunque su instinto le decía que defenderse del abuso sufrido era lo correcto, la culpa le indicaba lo contrario, la obligaba a pensarse como una persona manipuladora, perversa y deshonesta.

Desde el punto de vista psicológico, la culpa impuesta resulta una muy efectiva estrategia de manipulación que anula por completo al individuo y le convierte en extremadamente vulnerable ante cualquier método que se le proponga para liberarse de su malestar. Los políticos la utilizan, por ejemplo, cuando culpan al pueblo de la crisis económica e implementan, sin oposición, medidas restrictivas.

Realmente, la crisis la han provocado las grandes empresas especuladoras y la mala gestión de los propios políticos, sin embargo, convierten a toda la población en culpable y cómplice de la situación y la convencen de que la única salida posible pasa por subir los impuestos y reducir los sueldos.

Para que esta estrategia de manipulación masiva funcione, previamente, la mayoría de las personas deben haber interiorizado el patrón de la culpa impuesta. En este sentido, la cultura en la que se crece y la educación recibida tienen una enorme importancia en el grado en que cada persona asimila y reacciona ante la culpa.

La culpa impuesta y el efecto sobre la autoestima

Hacer sentir culpable a un niño, no está socialmente catalogado como un maltrato a la altura de los azotes, los gritos o los insultos, sin embargo, el efecto psicológico que deja es igual de devastador. La culpa impuesta puede llegar a anular la personalidad de la víctima y lo peor es que su daño se prolonga en el tiempo. Incluso, aunque hayan desaparecido los mensajes culpabilizadores, la propia persona los habrá interiorizado de tal forma que, si no trabaja para liberarse de sus efectos perjudiciales, le seguirán preocupando y limitando de por vida.

En el caso de Emma, sus padres se pasaron toda su vida culpándola por todo, desde un accidente doméstico, pasando por la falta de dinero (porque le pagaban un colegio privado), hasta sus discusiones de pareja. Además, nunca valoraban como positivo algo de lo que hiciera la pequeña, solo se centraban en destacar sus fallos.

Con el transcurso de los años, el patrón de la culpa se convirtió en un impulso más fuerte que su propio instinto. Emma se acostumbró a dudar tanto de su propio criterio que, incluso, cuando estaba absolutamente convencida de que llevaba razón y había actuado de forma correcta, a los pocos minutos, la culpa aparecía para señalarla a ella como la causante de todos los problemas o conflictos.

Finalmente, acababa pensando que se había equivocado y que era una persona complicada y manipuladora.

El trabajo terapéutico para liberarse del patrón de la culpa impuesta se centra en dos focos principales. Por un lado, hay que desactivar todos los mensajes negativos recibidos en la infancia. ¿Realmente la niña era la culpable de todo? ¿Qué responsabilidad tenían sus padres en las cosas que ocurrían?

Por otro lado, la persona debe recuperar su autoestima, elaborar una imagen de sí misma veraz y positiva, y volver a confiar en su criterio.

A medida que Emma fue desmontando el discurso de sus mayores, en el que le imponían la culpa de todo, la joven comenzó a prestar más atención a su instinto. Se percató de que, la mayor parte de las veces, su intuición no le fallaba. De esta forma, comprendió que si sentía que su amiga abusaba de ella, estaba en lo cierto. Además, comenzó a convencerse de que tenía derecho a pensar siguiendo su propio criterio y que esto no la convertía en una persona manipuladora o deshonesta.

Liberarse del sentimiento de culpa impuesta supone recuperar el control de nosotros mismos. Si tus intenciones son buenas y no haces mal a nadie, la culpa no tiene cabida.