En este videopodcast, Roy Galán reflexiona sobre en qué momentos debemos permitirnos decir no o sí a las otras personas.

Decir que no.

Como un acto de amor.

Con quien recoge al niño que fue de la escuela.

Como quien dice se acabó.

Se acabó decir que sí sin poner ningún límite.

Por miedo a que nos abandonen.

Porque el otro siempre es más importante.

Porque si no nos portamos bien, nos dejarán de querer.

Decir que no.

Como el que sabe que su tiempo aquí es oro.

Como el de todo el mundo.

Porque también hay que pensar en uno.

Decir que no.

Corriendo el riesgo.

De que te digan que has cambiado.

Claro que has cambiado.

Ya no se aprovechan de ti.

Ya no pueden manipularte o chantajearte.

Decir que no.

Cuando sientas que es que no.

Por lo que sea.

Sin tener que justificarte.

Sin tener que dar explicaciones.

Y decir que sí.

Atreverte.

Como el que libera a un animal de una trampa.

Como el que sabe que no hay otra vez.

Como quien valora la vida por lo que es.

Decir que sí.

Sin miedo al qué dirán.

Pudiendo equivocarte.

Porque en eso consiste existir.

Decir que sí.

Cuando lo sientas.

Como quien asume las cosas por lo que son.

Como quien acepta.

Como quien sabe celebrarse sin pedir perdón.

Decir que sí.

A lo que está por venir.

A lo que fue, también.

Muchas veces nos juntamos con personas que nos recuerdan que no merecemos el amor.

Que nos impiden decir que no.

Que nos obligan a decir que sí.

Por eso hay que elegir muy bien a las personas.

Aquellas que te quieren de la misma manera,

cuando es un no

y cuando dices que sí.

Dite sí o no a ti misma

No perteneces a tu madre.

Aunque te haya parido.

No perteneces a tu padre.

Aunque te haya dado unos estudios.

No perteneces a tu jefe.

Aunque te pague.

No perteneces al sistema.

Que solo te quiere produciendo una y otra vez de la misma manera.

No le perteneces a alguien que dice que te ama.

Que usa el querer para decidir por ti.

Para manipular tus elecciones.

Para que le sigas queriendo.

Tu cara, tu cuerpo, cómo te vistes, el color del pelo, con quién estás, dónde estás, solo te pertenecen a ti.

Tu existencia es enteramente tuya.

Y no le debes nada a nadie.

Porque si alguien te proporcionó algo es porque quiso.

Y no pueden exigirte que hagas lo que ellos quieran solo por eso.

Hay una gran libertad, un fuego interior, en rebelarte ante lo que los demás esperan de ti.

Tu madre no puede decirte con quién has de pasar la noche.

Tu padre no puede decirte que no te pongas algo.

Tu jefe no puede obligarte a traicionarte.

El sistema no puede corromperte en tu intimidad si no le dejas hacerlo.

Alguien que te ama no puede chantajear tu voluntad.

No perteneces a absolutamente nadie.

Y nadie te pertenece.

No dejes que te hagan creer lo contrario.

Porque desde que comprueban que pueden controlarte.

Ya te han vencido.