El fotógrafo felicita a Sebastià Serrano por la naturalidad con la que sostiene su sonrisa a la cámara. Y él replica que se han identificado hasta 18 tipos de sonrisas distintas y que sólo una es espontánea, la que involucra ciertos músculos orbiculares alrededor de los ojos, difícilmente activables a voluntad.

Sebastià Serrano (Pla d'Urgell, Lérida, 1944) es un apasionado de la comunicación y, en particular, de la no verbal. Catedrático de Lingüística General de la Universitat de Barcelona, es autor de libros exitosos como Elogio de la pasión pura (1990, premio Ramon Llull), El regalo de la comunicación (Ed. Anagrama) o Los secretos de la felicidad (Ed. Alienta).

¿Por qué el cerebro es tan sofisticado reconociendo rasgos faciales?
–Está diseñado en gran parte para eso. El programa cerebral para reconocer caras es, juntamente con el lingüístico, el más fascinante que tenemos. Y la atracción por los rostros respondería en parte a la necesidad de verificar lo que el otro nos dice, porque la cara es el principal escenario de las emociones, seguida por el tono de voz y el cuerpo en general. "¿Puedo fiarme de esta persona?", se debían de preguntar las mujeres hace 3.000 años cuando las cortejaban. Por eso las mujeres tienen muchas más habilidades de este tipo. Intuitivamente, con una primera mirada, saben leer en una cara el estado emocional de la persona. Son muy sensibles a ese tipo de indicadores.

–¿Es un sistema infalible? ¿La primera impresión es la que cuenta?
–Hay personas capaces de ver toda la variedad de emociones en una cara, pero también es cierto que se tiende a pensar que los otros están enfadados, a descubrir indicadores de rabia e ira, y entonces se dispara fácilmente la agresividad. Yo creo que es una de las causas de la crispación actual. A veces, por efecto de lo que se llama neuronas espejo, si tú crees que el otro está enfadado, pones cara de enfadado. En una pareja, por ejemplo, un simple silencio puede desencadenar una tormenta porque uno cree que el otro está enfadado y cualquier gesto que hace le confirma que sí, efectivamente el otro está enojado. Y en consecuencia uno empieza a irritarse también y a modificar la cara, y todo acaba en una bronca cuando inicialmente no ocurría nada.

El ser humano tiene "hambre de caras"

–¿A qué se debe esta incapacidad de distinguir correctamente el enfado?
–Desde un punto de vista científico, las emociones del miedo y la agresión tienen que ver con la amígdala cerebral. Las personas que han sufrido una agresión sexual, por ejemplo, tienen la amígdala un poco alterada y fácilmente ven violencia en la cara de los demás. Otras veces una alteración en la amígdala hace que no se sepa reconocer cuándo una persona está enfadada. Pero todavía sabemos poco de las caras. De hecho, en inteligencia artificial cuesta mucho más simular una cara que la expresión verbal.

"Se tiende a pensar que el otro está enfadado y entonces se dispara fácilmente la agresividad."

–Un bebé quiere la cara de su madre, reclama unos ojos, una sonrisa...
–Tenemos hambre de caras.

–Y sin embargo actualmente podemos pasarnos gran parte del día sin encontrarnos con otros ojos...
–Así es. Y como nuestro cerebro está diseñado para establecer relaciones, los "índices de felicidad" empiezan a bajar en un mundo muy evolucionado pero en el que los vínculos se debilitan. En síntesis, mi libro sobre los secretos de la comunicación nació del intento de demostrar que llegarnos a hominizarnos estableciendo cada vez vínculos más fuertes. Al final de este proceso llegó el lenguaje, que acabó de completar toda la obra comunicativa. Pero el lenguaje es tan extraordinariamente poderoso que ha llevado a desarrollar las nuevas tecnologías y he aquí que lo que nació para unir y relacionarse, desplegado, ha llegado a debilitar y a deshacer esos vínculos.

–¿Qué le interesa tanto de la comunicación?
–Creo que es la gran locomotora que conduce a la civilización. En ese sentido, me gustaría llegar a formular una teoría general de la comunicación que fuera coherente con las grandes teorías del origen del universo o la evolucionista de Darwin. En un plano más práctico, me interesa estudiar cómo podemos mejorar nuestras habilidades comunicativas y, sobre todo, cómo esta mejora puede contribuir a nuestra felicidad.

–¿Cuáles son los grandes problemas comunicativos?
–Por mi experiencia, me doy cuenta de que los problemas que interesan más son la soledad (mucha gente dice que se siente sola) y, por otra parte, la mayoría de mujeres, que están más interesadas por la comunicación que los hombres, se preocupan por saber cómo podrían acercarse a aquel hombre que al principio sentían tan próximo.

–¿Por qué nos sentimos tan solos?
–En mis conferencias, cuando hablo de la "dieta comunicativa", algunas personas mayores se ponen a llorar y me dicen que no las abraza nadie. Hoy lo que nos caracteriza es que somos una muchedumbre solitaria.

La irrupción del cuerpo en la comunicación

–Entre nosotros circula muchísima información pero, ¿nos comunicamos poco?
–Y, además, aunque hemos redescubierto los cuerpos, aún no hemos acabado de sacarles todo el partido. Igual que ocurre con el lenguaje, un cuerpo es como un motor que puede mover el mayor transatlántico del mundo y en cambio lo usamos para subir y bajar en ascensor. A lo mejor alguien corre o hace gimnasia, pero no aprovecha todas las posibilidades de su cara ni las bondades del contacto físico.

–Hasta hace poco cuerpo y mente se consideraban entidades separadas.
–Gran parte de la tradición filosófica occidental ha escondido los cuerpos, centrada en la mente. Y la tradición religiosa hablaba de que el alma se salvaba pero el cuerpo se pudría. Hasta las emociones, que se consideraban un producto del cuerpo, estaban mal vistas. Utilizando una metáfora de hoy, los cuerpos han "salido del armario" hace cuatro días. Yo diría que uno de los hechos más remarcables del siglo xx, desde un punto de vista sociológico, es la presencia de los cuerpos, así sin más, en los nuevos discursos de la sociedad: en forma de fotografías o imágenes, del propio discurso sobre el cuerpo, exhibidos en la calle y las playas...

–Pero no parece que cuerpo y mente se hayan encontrado todavía...
–No del todo, es cierto. En el ámbito de la medicina clásica aún se parte de la base de que cuerpo y mente no funcionan juntos. Al poner los cuerpos en su lugar daremos un gran paso. Muchos problemas de salud mental en realidad lo único que piden es la colaba-ración de los cuerpos. Tiene que haber un puente de ternura entre cuerpo y mente.

Salud y comunicación: puentes emocionales médico-paciente

–¿La enfermedad es un problema de comunicación?
–Las células llegan a desarrollar tumores por errores de comunicación: reescriben algo que no les ha sido ordenado. En general, la mayor parte de las disfunciones -en una pareja, una familia, un hospital, una empresa o un país- tienen que ver con la comunicación. Algo que me gusta decir siempre es que todo edificio construido sobre la información y la comunicación siempre tendrá grietas y humedades. Hay que repararlas.

–¿El ámbito sanitario es uno de los mejores "laboratorios de la comunicación"?
–Sin duda. La queja más generalizada entre los usuarios de la sanidad está relacionada con la comunicación, con el trato de los médicos. Y, en cambio, los facultativos en las encuestas valoran que se comunican muy bien. El médico, antes, con sus supuestas habilidades comunicativas ya iba tirando. Pero el mundo hoy se ha vuelto muy complejo y sería bueno que los estudios de medicina incluyeran alguna asignatura que reflexionara sobre la comunicación, como ya ocurre en los de enfermería.

–¿Qué habilidades comunicativas deberían desarrollar los médicos?
–Deberían intentar crear lo que yo llamo "puentes emocionales": mirando a los ojos del paciente, intentando actuar de una manera sincronizada, escuchándole... Está demostrado que un médico interrumpe al paciente que le está explicando lo que le pasa a los diez segundos. Si el médico es capaz de generar este puente emocional con el paciente, el proceso curativo tiene más posibilidades de saldarse con éxito. A los médicos más comunicativos los pacientes les hacen más caso.

–Hay que decir en su descargo que los médicos se ven muchas veces en el difícil trago de dar una mala noticia. ¿Cómo hay que comunicarla?
–Hay que empezar diciéndole al paciente casi lo que él quiere saber. Y tener en cuenta un buen número de factores no verbales, como mirarle a los ojos, generar un clima favorable para que la información circule... Hay que darle a la persona confianza, esperanza ante la incertidumbre a la que se enfrenta. Y presentarle una estrategia para afrontar el problema.

¿Comunicarse es un talento natural?

–No todo el mundo nace con ese talento para la delicadeza... ¿Se puede adquirir?
–Hay gente que nace ya con esa habilidad. En general, las mujeres tenéis más habilidades comunicativas que los hombres. Sabemos que los niños que tienden a procesar información por el lado izquierdo del cerebro (y sobre todo por sus lóbulos frontal y prefrontal) desarrollan de adultos más habilidades sociales y emocionales que les permiten conectar mejor con los otros. Al fin y al cabo es lo que deseamos todos, establecer conexiones emocionales. Pero al margen de esta disposición natural, existen recursos para comunicarse mejor. Ocurre lo mismo con la disposición a la felicidad: en algunas personas es natural pero también se puede aprender a ser feliz.

"Hablamos mucho de cambio climático y sostenibilidad ecológica pero hoy el gran problema es la 'sostenibilidad personal'. Crecer para sostenerse es una nueva tarea."

–Ciertas personas toleran mejor que otras la ansiedad, ¿por qué?
–Yo creo que la gente de mi generación (me crié en casa hasta los seis años) cuando empecé a ir al colegio- hemos tenido de pequeños un cojín emocional. Llamémosle así. En lenguaje de hoy hablaríamos de resiliencia, de la capacidad de tolerar acontecimientos desestabilizadores y situaciones difíciles. En cambio, veo a mucha gente joven susceptible a la ansiedad. Claro que vivir hoy no es nada fácil, con tanta información.

–Algunas personas también parecen encontrarse a gusto en situaciones de estrés.
-Sí. Yo he conocido a médicos y directivos que se encontraban a gusto con estrés. Una vez más, las personas que tienden a procesar la información por el lado izquierdo del cerebro resisten mejor el estrés.

Dieta comunicativa y vínculos afectuosos

–No sabemos cómo comunicarnos con nuestros hijos, no encontramos las palabras para comunicamos con nuestra pareja... ¿Qué necesitamos?
–Más contacto físico, más comunicación en un sentido pleno, más vínculos y mejores conversaciones. Porque no hablamos tanto como pueda parecer, al menos no en el hogar. La conversación distendida de cuando se salía a tomar el fresco se ha perdido.

–Muchas personas soportan cotidianamente situaciones conflictivas (en la pareja, el trabajo... ) ¿Cómo pueden ayudarles las habilidades comunicativas?
–Todas las prácticas de marginación, como el bullying o acoso escolar, justamente están relacionadas con comportamientos de violencia no verbal, que en el caso extremo es violencia física . Puede consistir en aproximarse mucho a una persona o en ignorarla. Lo que necesitan estas personas son redes de relaciones y afectos.

–¿Es nuestra asignatura pendiente?
–Hablamos mucho de cambio climático y sostenibilidad ecológica pero hoy el gran problema es la sostenibilidad personal. Cada vez hay más personas cuya vida se hace insostenible. Yo les digo a mis alumnos que a lo largo de su vida se habrán de preocupar de su sostenibilidad, de crecer para sostenerse. Esta es una nueva tarea.

–¿Cómo se educa para esa sostenibilidad?
–Nos repiten que pongamos el cinturón de seguridad a los niños en el coche pero no que necesitan un buen "cojín emocional" de estabilidad y afectos que influencie al hipocampo en el cerebro y haga que sus mecanismos de aprendizaje en el futuro funcionen mucho mejor. ¡Qué poco hablamos de eso! Cuando un niño se va al colegio, en su mochila debería llevar emociones positivas. A mis alumnos el primer día de clase les digo que quiero ayudarles a que sean más sabios pero también más felices. Y luego les pido que abracen a sus abuelos. Se trata sólo de afinar un poco el instrumento de la comunicación.