Recientemente se han realizado estudios neurológicos y psicológicos en los que se ha observado que la dimensión espiritual ayuda al bienestar del niño: le permite encontrar un sentido en la vida, favorece la motivación y su capacidad de ayuda a los demás.

La espiritualidad es algo natural e innato en el ser humano, también en los niños. En este artículo encontrarás propuestas encaminadas a estimular en los niños una transmisión espiritual sana, libre de dogmas y basada en un compartir profundo. Tanto quienes vivan una espiritualidad laica como quienes se sientan dentro de una tradición religiosa pueden inspirarse en ellas.

Pero veamos qué entendemos por espiritualidad y por educar en la espiritualidad, porque la palabra espiritualidad provoca reacciones muy diversas. Para algunos es algo incomprensible; para otros, un territorio del que no se habla; y también hay quien se llena la boca con este término resbaladizo y confuso.

Educar en la espiritualidad

Recuerdo a Iván, un niño de cinco años, el día que se quedó muy silencioso mirando las ondas. Sus ojos parecían abiertos a algo más allá del estanque, llenos de asombro y respeto. Cuando levantó la vista, dijo aún maravillado: "Hay olas redondas".

Yo sabía que él quería decir mucho más que aquello y le respondí: "Sí, la piedra ha hecho olas circulares". Sonreímos, sabiendo que estábamos viviendo un momento mágico.

Espiritualidad viene del latín spiritus, que quiere decir aliento. Hace referencia a una experiencia íntima y directa de algo más grande, que sobrepasa a la persona.

Experimentar que hay algo más grande produce una sensación de fuerza y de plenitud interior, de unión con los demás y el mundo, y de profunda alegría y serenidad.

La espiritualidad es la experiencia del misterio y la capacidad de maravillarse. Es la vivencia de lo esencial presente en todas las cosas y en cada instante.

Los niños viven de forma espontánea la espiritualidad. Nuestra labor es acompañar a los niños para afianzar sus vivencias y reconocerlas, para que no pierdan ese contacto íntimo, empujados por el exceso de racionalidad de la sociedad actual.

Educar en la espiritualidad supone compartir los momentos de profundo respeto hacia la naturaleza, maravillarse ante las pequeñas cosas, escuchar juntos el silencio, sentir nuestra fuerza interior y la unión entre todos los seres, y agradecer los dones de cada día.

Es un modo de transmitir nuestra confianza en un futuro lleno de buenas cosas para todos.

La espiritualidad según la edad del niño

Muchas embarazadas tienen experiencias que las llenan de una paz y alegría muy especiales. La sensación de unión con el pequeño ser favorece esta faceta de sentirse en paz consigo mismas y el mundo, más allá de los límites personales.

Meditar durante el embarazo favorece este baño de conciencia profunda entre padre, madre y niño. El nacimiento de un niño, esa primera inspiración, es pura magia. El niño sale de un agua para sumergirse en otra esencia. Rasga un velo que le lleva a la luz exterior (parir es alumbrar).

De bebé hasta los 2 años: sentir la unión en estado puro

Hasta los dos años el niño está de forma natural en una vivencia de plenitud y de confianza. Para él no existe un ser llamado niño. Como padres, aprendemos mucho de ese ser que nos observa desde este estado tan especial.

Para preservar ese ambiente basta con disfrutar de sus miradas, sus sonrisas y su presencia. Los padres saben que el niño percibe de forma intuitiva y primaria sus estados emocionales y comparten con él momentos de gran profundidad que van más allá de las palabras. Hay que cuidar de no romper dichos momentos.

El niño a esa edad necesita un gran contacto físico: estar en brazos, ser masajeado, acariciado, acunado, cantado...

El bebé vive lo que vivimos, siente lo que sentimos de forma muy directa. Esa es su fuerza de bebé y su fragilidad. No tiene barreras.

De los 2 a los 7 años: maravillarse con ellos

Los niños viven el aquí y el ahora de forma totalmente natural y a veces incómoda para los adultos, que siempre andan con prisas y un objetivo en la mente. El lenguaje abre nuevas puertas de comunicación. Pero podemos seguir comunicándonos sin necesidad de pasar por el habla, sintiendo la plenitud de estar juntos más allá de las palabras.

En esta etapa no prevalece aún la mente lógica, se vive en un universo particular de imágenes, historias, sueños y vivencias. Los niños necesitan que alimentemos su imaginación, que nos maravillemos con ellos. Lecturas, dibujos, música, contemplación de la naturaleza, exploración de los sentidos… En una palabra: maravillarse.

A medida que crece el niño parece tomarle gusto a decir "yo" y a afirmarse en su individualidad. En cada novedad puede hallar una magnífica experiencia. Si escuchamos a nuestros hijos veremos que sus explicaciones y sus preguntas nos pueden abrir a aspectos que habíamos olvidado o negado.

Si se tiene una práctica espiritual, los niños pueden vernos, escucharnos, respirar nuestra vivencia. Debemos estar preparados para responder a preguntas inesperadas de forma sencilla y breve.

Poco a poco podemos establecer rituales; por ejemplo, al acostarse, dar las gracias por el día vivido, tener un pensamiento bonito hacia otras personas, imaginar acciones positivas para el día siguiente.

De los 7 años hasta la preadolescencia: predicar con el ejemplo

Alrededor de los siete años se corta un segundo cordón umbilical. El niño deviene más y más autónomo. Pronto sabrá que los reyes son los padres.

Estos deben procurar que la entrada en el mundo racional no signifique perder la capacidad de imaginar e intuir.

Debemos hacerles descubrir una y otra vez cómo cualquier acto del día nos revela aspectos que nos siguen maravillando.

Gnomos y hadas van dando paso a otras realidades que también poseen aspectos sutiles. La naturaleza es fascinante: los cambios que sufren las semillas, la fuerza de la vida que se expresa en las plantas que crecen entre el cemento, el canto de los pájaros, el aroma de un plato recién cocinado, los amaneceres y su colorido, el arco iris... todo puede ser motivo para sentirse en unión con los demás y con la Vida.

También es importante en esta etapa contribuir a desarrollar su interés por las demás personas. Esto lo haremos sobre todo con el ejemplo, viviendo con compasión hacia los demás, expresándonos con respeto hacia las otras personas y se res vivos, y, sobre todo, tratando a todos con ese respeto.

Más que nuestras palabras, lo que va a impresionar a nuestros hijos serán nuestras actitudes. Por ello, sabiendo que a menudo no somos como quisiéramos ser o aparentar ser, debemos ser humildes y reconocer que estamos aprendiendo cada día.

Los hijos apreciarán saber que para vivir una vida plena debemos ejercitarnos constantemente, que si nos equivocamos, podemos rectificar y aprender a hacerlo mejor.

Se puede practicar con los niños meditación, yoga o rituales familiares. Los niños son muy buenos practicantes del silencio, aunque parezca extraño. Les resulta fácil meditar y a muchos además les gusta.

Tan solo hay que adaptar los tiempos, reduciendo la duración de las prácticas. Podemos explicarles nuestras experiencias y pedirles que hablen de las suyas, escuchando con atención.

Preadolescencia y adolescencia: acompañar sin forzar

En la preadolescencia y adolescencia hay un cambio fundamental. Se viven dudas profundas sobre el origen personal y el significado de la existencia. La adolescencia es una etapa muchas veces atormentada y confusa.

Se busca romper con ciertos lazos familiares y ganar en identidad personal. En esta etapa los padres deben respetar la decisión de los hijos en cuanto a realizar o no prácticas espirituales.

Muchos adolescentes viven de forma intensa la espiritualidad. Debemos estar ahí si desean compartirlo con nosotros, pero sin forzarles.

Aunque parezca que los niños se apartan y olvidan lo que vivieron y se les enseñó, muy probablemente volverán a sentir la necesidad de una práctica espiritual en un momento u otro.

Pautas para favorecer la espiritualidad en todas las etapas del niño

La transición al mundo de los adultos debería ser un sumar, no un restar. Ese es uno de los retos de la educación. Acompañar a nuestros hijos en el aspecto espiritual es, en definitiva, hacer de ellos seres humanos completos, conscientes de sus capacidades y llenos de amor y respeto por las demás personas y por el mundo en el que vivimos.

Estas son algunas pautas generales que te ayudarán a acompañar a los niños en su vivencia de la espiritualidad durante todas las etapas.

  • Maravillarse ante la naturaleza y el mundo. La capacidad de ver con ojos de niño es algo que se debe preservar y cuidar.
  • Transmitirles nuestro apoyo. Es importante comprender que en su pequeño mundo pueden sentirse agobiados, estresados o solos. Debemos transmitirles nuestro apoyo y ayudarles a sentir que, aunque ellos ya se saben personas separadas, seguimos unidos por el amor.
  • Sentir la unidad entre todos los seres. Enseñarles el respeto por la vida de todas las personas y también de los animales.
  • Escuchar el Silencio. Muchos niños comprenden qué es el Silencio, con mayúsculas. Con nuestra ayuda, darán valor a esta experiencia y aprenderán a guardarla viva.
  • Sentir la fuerza y la plenitud interior. También es algo familiar para muchos niños. Hay que aprender a nombrar ese contacto para que puedan identificarlo y preservarlo.
  • Establecer pequeños rituales. Podemos encender velas, agradecer los alimentos a la tierra y al cielo, enviar pensamientos de amor a otras personas, etc.