¿Somos buenos padres? Esta es una pregunta que preocupa mucho a los padres y que suelen formularse casi siempre que surge algún problema con sus hijos. Pues bien, aunque haya dudas y sinsabores la respuesta es rotundamente sí.

Es decir, por regla general los padres suelen ser buenos padres. Sólo puede hablarse de "malos padres»"cuando actúan con negligencia, tienden a abandonar a sus hijos, a no hacerse responsables de ellos e, incluso, a infligirles malos tratos físicos o psicológicos.

Sin embargo hoy suele ocurrir más bien lo contrario: los padres se preocupan de sus hijos, se responsabilizan de su salud y educación, procuran darles la mejor calidad de vida y los incluyen plenamente en su proyecto familiar.

Las complicaciones surgen cuando se quiere valorar ese "hacerlo lo mejor posible" y se confunde con ser unos "padres ideales".

Con la actual cantidad de libros y de programas de radio y televisión acerca de cómo educar a los hijos, los padres reciben infinidad de consejos para llegar a ser perfectos. Y cuando en casa las cosas no son como se pintan en ese cuadro - y nunca suelen serlo- tienden a culpabilizarse.

Hay que entender ese concepto de "padres ideales" como lo que es: un modelo al que conviene acercarse, pero que no es el único ni el mejor.

Si consideramos que hacemos lo que entra dentro de nuestras posibilidades y limitaciones al educar a nuestros hijos, no deberíamos sentirnos culpables si surge un problema con ellos.

Pero lo que nunca podemos eludir es nuestra responsabilidad. Sólo así podremos corregir nuestros posibles errores y seguir ayudándoles y ayudándonos para superar los contratiempos que aparezcan, tanto en sus trayectorias personales como en nuestras relaciones con ellos.

Ni autoritarismo ni sobreprotección

En ese largo camino para mejorar la actitud como padres, señalaremos dos desvíos que no es conveniente tomar: el autoritarismo y la sobreprotección.

Cómo son los padres autoritarios

Los padres autoritarios son aquellos que siempre tienen el "no" en la boca, que creen tener siempre la razón, suelen emplear el castigo como norma, quieren que sus hijos hagan lo que ellos mismos juzgan conveniente, los descalifican a la primera de cambio cuando cometen un pequeño error y pueden emplear fácilmente la violencia verbal e incluso física.

Este autoritarismo no es más que la expresión de la autoridad por sí misma y suele generar un ambiente muy poco cordial y comunicativo.

Los hijos de este tipo de padres crecen acobardados y ese temor hace que hablen poco con ellos y tiendan a utilizar la mentira para evitar un reproche. Son niños inseguros y con baja autoestima porque con su comportamiento quieren agradar a sus padres.

Pero, además de que difícilmente lo consiguen, no logran llevar adelante lo que a ellos verdaderamente les gusta, lo que les genera mucha frustración.

Vivir bajo la presión de unos padres autoritarios o con altas expectativas les hace estar tensos y ansiosos, lo que les impide concentrarse en sus tareas escolares o en sus actividades y aficiones de un modo relajado.

Y como sus resultados no suelen ser muy brillantes, se cierra el círculo con nuevas reprimendas y castigos. A la larga pueden llegar a reproducir este modelo con sus compañeros y volverse agresivos con ellos.

Cómo son los padres sobreprotectores

Los padres sobreprotectores, por el contrario, tienden a proteger tanto a sus hijos que les impiden hacer nada por sí mismos, ya que tienden a ver más peligro o riesgo del que existe.

Son padres que no dejan ni un momento solos a los niños en el parque, que hablan en lugar de ellos y que los sienten como un apéndice suyo.

Muchas veces no les permiten ir de excursión o de colonias, acaban haciéndoles los deberes para que los presenten impecables y no les inculcan los hábitos propios de cada momento evolutivo.

En este caso, los niños crecen en una burbuja artificial y les cuesta enfrentarse a la vida real porque les resulta difícil separarse de la protección familiar: ven el resto del mundo como un monstruo hostil que les va a hacer daño.

Son niños inmaduros que siempre se ven más pequeños de lo que son -porque así los ven sus padres-, y reclaman constantemente la atención del adulto.

Al haber estado tan protegidos les cuesta enfrentarse a lo nuevo: aprendizajes, relaciones sociales... y tienden a inhibirse o bloquearse.

Como los padres acostumbran a darles más de lo que piden les cuesta mucho tolerar la frustración y fácilmente pueden montar en cólera.

Al igual que los hijos de padres autoritarios, su autoestima no acabará desarrollándose convenientemente y buscarán antes complacer a sus padres que realizar algo que a ellos verdaderamente les guste. También pueden exteriorizar su frustración e impotencia de forma inadecuada, sobre todo en la etapa adolescente.

En el punto medio: 7 pautas para educar mejor

Nadie comienza a ser padre sabiendo serlo ni puede adivinar cómo serán sus hijos, pero un padre ha de saber que su influencia puede ser decisiva y, por tanto, conviene tener bien claro que el objetivo de la educación familiar debe ser conseguir que lleguen a ser personas autónomas y responsables, que puedan ser lo más felices posible y libres al tomar sus decisiones.

La educación es un largo camino que comienza desde los primeros días. Por tanto, no podemos dejar para el futuro lo que nos corresponde hacer desde el principio.

Cada etapa supone un reajuste de nuestra posición como padres para acercarnos a los hijos del modo más conveniente. Lo que sirve durante los primeros años no valdrá cuando llegue la pubertad. Más adelante, entrada la adolescencia, recogeremos los frutos de lo que hayamos ido sembrando y deberemos adaptarnos a sus nuevas características.

Como guía para que las cosas vayan bien es conveniente:

  • 1. Ser coherentes. Ser coherentes y responsables de nuestros actos y decisiones, ya que somos su principal modelo. Si nos contradecimos nuestros hijos se sentirán confundidos.
  • 2. Saber rectificar. Si es preciso, hay que aprender a rectificar y a reconocer que nos hemos equivocado para que aprendan que no se debe ser dogmático y que es mejor asumir los propios errores.
  • 3. Claridad en la relación. Nuestros hijos no son nuestros amigos. Los amigos se eligen libremente y no siempre tienen la autoridad ni la ascendencia que deben tener unos padres sobre sus hijos. Puede haber mucha confianza y comunicación entre padres e hijos, pero siempre debe quedar claro quién es quién en esta relación.
  • 4. Transmitir amor. Los hijos deben sentirse amados por nosotros y, por tanto, debemos transmitirles nuestro afecto con las palabras y con el contacto físico. Si sabemos transmitir bien este amor conseguiremos un buen clima familiar y la confianza y el afecto circularán de forma recíproca.
  • 5. Dedicar tiempo. Hay que dedicar tiempo a los hijos. Esto quiere decir que muchas veces hemos de renunciar a una parte de nuestra vida privada y de nuestras aficiones. Compartir nuestro tiempo con ellos no debe limitarse a supervisar sus tareas escolares: sobre todo debemos jugar, realizar salidas al aire libre, al cine, a museos, interesarnos por lo que hacen en la escuela y con sus amigos.
  • 6. No olvidar la disciplina. La educación significa también disciplina. Los niños deben aprender a conocer sus límites, las cosas que pueden y no pueden hacer, cómo deben comportarse, etc. También hay que enseñarles a que vayan asumiendo pequeñas responsabilidades que irán aumentando a medida que crezcan.
  • 7. Empezar por uno mismo. Cuando algo no va bien tendemos a hacer a los hijos responsables y queremos que sean ellos los que cambien, sin darnos cuenta de que muchas veces cambiando algo de nuestra actitud se genera una mejora espontánea en el conjunto del grupo familiar.

Todos estos principios generales no pueden acompañarse de una receta. Cada familia, con sus valores y su idiosincrasia, debe encontrar el modo de aplicarlos, respetando la personalidad de cada miembro y con mucha paciencia.

Evitar la contradicción

Es lógico que las diferencias entre los padres se reflejen en la educación de sus hijos y, siempre que no lleguen a contradicciones serias y permanentes, no tienen porqué ser negativas.

De hecho, permiten mostrar a los hijos con el ejemplo que se pueden lograr acuerdos teniendo opiniones divergentes.

Más grave que las pequeñas diferencias es el empleo continuo de lo que se llama doble mensaje. Se considera que existe un doble mensaje cuando un padre o una madre se muestra ambiguo y contradictorio, de manera que un día le permite a su hijo hacer lo que dos días antes le ha prohibido.

También cuando de forma sistemática ambos padres tienen ideas contrapuestas y tienden a negar lo que el otro afirma, o viceversa.

A raíz de estos dobles mensajes los niños se ven inmersos en una gran confusión, porque no saben a qué atenerse ni a quién obedecer, ni ven unas normas claras, o bien acaban buscando un aliado, que para según qué cosas puede ser uno u otro, lo que acaba generando una dinámica familiar muy negativa.

Por tanto, aunque no sea fácil, es importante que en las cuestiones fundamentales de la educación los padres puedan llegar a un acuerdo y sigan las mismas pautas educativas en los sucesos más relevantes que vayan ocurriendo: qué papel tienen los hijos dentro de la familia, qué tipo de escuela se elige, la organización de su tiempo libre, etc.

Además de vigilar esas contradicciones es conveniente que los conflictos que surjan dentro de la pareja, por problemas afectivos, laborales, económicos, etc ., afecten lo menos posible a los hijos y que no se les haga pagar con reproches y malhumor una disputa entre adultos.

Lo esencial sobre la autoestima

La autoestima es el sentimiento de aceptación de uno mismo y permite afrontar positivamente situaciones muy variadas.

Para qué sirve

La autoestima permite tener confianza en las propias posibilidades de un modo realista. Es muy importante a lo largo de la infancia porque ayuda a construir la personalidad, influye en el comportamiento y facilita los aprendizajes.

Una buena aceptación permite que los niños resuelvan y tomen decisiones, que sean responsables y autodisciplinados, que toleren mejor las frustraciones y vean que de los errores se puede aprender, que conozcan sus puntos débiles para intentar superarlos y se sientan cómodos con sus compañeros.

Cómo fomentarla

Los factores que ayudan a aumentarla son: los recursos personales, el entorno familiar y los agentes externos, como maestros o educadores. Los padres podemos ayudar a los hijos teniendo en cuenta estos consejos:

  • Quererles y hacerles ver que son importantes para nosotros, dedicándoles tiempo de calidad, preocupándonos por su desarrollo y organizando actividades para compartir.
  • Fomentando el desarrollo de responsabilidades: desde pequeños darles pequeñas tareas, promover la adquisición de hábitos, etc., que se irán reforzando positivamente a medida que las vayan cumpliendo.
  • Alentando el hecho de que vayan tomando sus propias decisiones y que puedan tener su participación en las decisiones familiares.
  • Promoviendo una disciplina positiva que les permita conocer claramente los límites de lo que pueden y no pueden hacer.
  • Inculcándoles un modo de vida saludable.
  • Valorando los avances que logren por sí mismos: resultados escolares, éxitos en las actividades de ocio, buena relación con los amigos...

Libros para desarrollar la autoestima de los hijos

  • El niño feliz; Dorothy C. Briggs. Ed. Gedisa
  • Su hijo, una persona competente. Jesper Juul. Ed. Herder