Cuando se crea una nueva pareja cada una de las partes aporta a la relación su mochila cargada de experiencias, aprendizajes, condicionamientos y patrones.

En una primera etapa la relación se va ajustando para buscar un cierto equilibrio entre las partes. Si las mochilas de ambas personas consiguen hallar puntos de encuentro, la pareja se consolidará y evolucionará de forma saludable.

Sin embargo, si esta conexión no se logra, por lo general, esta pareja se romperá y cada una de las partes buscará a otra persona con la que sí pueda forjar una relación sana y equilibrada.

Lo que la felicidad oculta

En ocasiones, a pesar de las diferencias, estas parejas no se rompen y permanecen juntas durante años mostrando, de cara al exterior, una unión perfecta.

Aunque, en verdad, si observamos atentamente, bajo la supuesta calma de la superficie, nos topamos con profundas turbulencias subterráneas que, tarde o temprano, acaban por afectar a uno de los miembros de la pareja.

Este tipo de parejas parecen complementarse, pero, en realidad, funcionan bajo unas dinámicas tóxicas en las que uno cubre los huecos o las necesidades del otro y viceversa. Este tipo de relaciones suelen mantenerse en un equilibrio muy inestable, a costa de la salud de alguno de sus miembros.

Pensemos, por ejemplo, en cómo alguien con una personalidad autoritaria y energética pueda resultar atractivo o, incluso, deslumbrante para una persona acostumbrada a dejarse llevar por alguien con fuerte carácter. A su vez, el primero se sentirá a gusto siendo admirado y teniendo a alguien que le siga sin oponer resistencia.

Bajo una visión romántica (y tramposa) del amor, se podría llegar a pensar que estas dos personas se complementan. Sin embargo, la realidad, mucho más cruda y dura, nos muestra una relación insana y descompensada.

Tarde o temprano, los desequilibrios pasarán factura y terminarán haciendo enfermar a una de las partes, normalmente, a la que se somete y se oculta para que la otra brille.

Malena y su supuesto "síndrome del nido vacío"

Un caso típico de pareja desequilibrada que, en bastantes ocasiones, he tenido en consulta, es el de una mujer que ronda los 55-60 años de edad, cuyos hijos ya han crecido y se han marchado de casa para vivir de forma independiente.

La mujer acude a terapia con síntomas depresivos: no tiene energía, no encuentra nada que la motive y, paulatinamente, se va recluyendo en su casa. Podríamos pensar que sufre el típico “síndrome del nido vacío” y que se siente triste y desmotivada al haberse quedado sin su objetivo de criar a sus hijos, pero la cuestión resulta bastante más compleja.

Recuerdo especialmente el caso de Malena, que vino a la primera cita de toma de contacto acompañada por su marido, un hombre de buena posición, trajeado y dispuesto a hacer todo lo posible por ayudar a su mujer.

De hecho, en esa primera cita, él habló más que ella, explicándome todo lo que le pasaba a Malena y terminando las frases de su pareja, casi sin dejar que fuera ella la que expresara cómo se sentía.

Empecé a trabajar con Malena, ya sin su marido presente en las sesiones, y fuimos descubriendo cómo, mientras su marido desarrollaba su carrera profesional, ella había ido abandonando todas sus aficiones y sus ilusiones por encargarse de la crianza de los hijos y del cuidado del hogar.

Malena había estudiado Magisterio, pero apenas pudo ejercer su profesión, puesto que se casó muy joven y su marido no quería que trabajara fuera de casa. Los hijos llegaron en seguida y Malena ya no encontró tiempo para retomar su trabajo.

A lo largo de las sesiones, Malena fue recuperando la confianza y empezó a alimentar las aficiones que habían quedado reprimidas durante su matrimonio. Malena, recuperó las ganas de hacer cosas, de salir a la calle e, incluso, su piel mejoró, reflejando su bienestar interior.

Al sentirse más segura, comenzó a expresar lo que le apetecía hacer en cada momento, aunque en ocasiones no coincidiera con lo que había planificado su marido.

Llegados a este punto, recuerdo que recibí una llamada del marido de Malena, preocupado por la evolución de su mujer. Él sabía que la terapia era confidencial y que yo no le podía contar nada de lo que trabajábamos en las sesiones, pero me comentó que la notaba extraña.

Según me dijo textualmente: “está muy protestona, se queja por todo, nada le sienta bien”. Me quedó claro que el marido no estaba acostumbrado a esta nueva Malena que hablaba y opinaba.

Sanar las carencias emocionales

Este es uno de esos ejemplos que comentaba al principio del artículo, en el que una pareja, aparentemente perfecta, se mantiene en un equilibrio inestable que mina la salud de uno de sus miembros.

La solución, al menos, para quien acude a terapia es trabajar para sanar sus carencias emocionales y, de esta forma, recuperar la fortaleza y la autoestima.

Las personas valientes, como Malena, que se sumergen en este trabajo interior, se dan cuenta de que ya no necesitan al otro para cubrir sus necesidades y, finalmente, deciden terminar con una relación que les frena y les impide desarrollar su propia vida.