Egipcio de origen, residente en Abu Dabi y exingeniero informático de Google X y anteriormente de Microsoft e IBM, Mo Gawdat vio, en 2014, cómo su vida dio un vuelco que le condujo por entero a intentar que la gente de este planeta sea más feliz. El detonante fue la muerte de su hijo Ali, de 21 años, debido a una cirugía rutinaria, un duro golpe que, en vez de hundirle en la depresión, le llevó a poner sus conocimientos tecnológicos y neurocientíficos al servicio de la búsqueda de la felicidad.

A los 17 días de la partida de Ali comenzó a escribir. Primero fue El algoritmo de la felicidad, que se convirtió en un best seller; luego vino Scary Smart, y ahora publica con Zenith (editorial Planeta) Esa vocecita interior, una guía para cambiar tu manera de pensar y lograr una vida llena de sentido.

–Un exdirectivo de Google cambia su vida por completo. ¿Cómo fue?
–En el año 1998 yo era el típico ejemplo de un ejecutivo que trabajaba mucho, ganaba mucho dinero, pero se sentía deprimido... Recuerdo un sábado en que mi hija, con cinco años, muy contenta porque era festivo, quería jugar conmigo. Yo estaba escribiendo un email y le dije de malas maneras que no podía atenderla y vi claramente cómo se le rompió el corazón. Ahí me di cuenta de que algo no iba bien, de que tenía que buscar la forma de salir de mi infelicidad, y me propuse investigar sobre cómo hacerlo.

–Un camino nuevo...
–No fue fácil, porque mi cerebro funciona como el cerebro de un ingeniero, soy una persona matemática, metódica, lógica... y mi visión del mundo difiere mucho de un investigador sobre la felicidad, pero después de 10 o 12 años de investigación me convertí en una persona feliz, muy feliz, a lo que contribuyeron mucho mis hijos. Pensaba que nada me iba a hacer abandonar ese estado hasta que falleció mi hijo Ali, con 21 años, en julio de 2014.

Cuando esto ocurrió, evidentemente sentí un gran dolor, pero quería que la maravillosa esencia de Ali, que era un ser muy sabio, amoroso y compasivo, permaneciera, viviera.

–¿Lo consiguió?
–Pues 17 días después de su muerte empecé a escribir El algoritmo de la felicidad. La sensación que tuve es que el universo quería que tuviera éxito este libro. Era como si una fuerza divina lo empujara, porque a las 8 semanas había llegado a 20 millones de personas, se tradujo a 33 idiomas, vendió más de 500 mil ejemplares.

Me quedó muy claro que el mundo no me necesitaba como ejecutivo de Google, me necesitaba contando lo que descubrí en mi búsqueda personal sobre la felicidad.

–En su nuevo libro propone resetear nuestro cerebro para conseguir pensar bien y lograr ser nuestra mejor versión. Y nos sugiere empezar por cuestionarlo todo...
–Lo primero que tenemos que hacer es diferenciar nuestra verdad, lo que somos y lo que nos han hecho ser. Es un triángulo que en un vértice tiene los pensamientos, en el otro las emociones y en el otro las acciones.

Si tus pensamientos no concuerdan con tus emociones y acciones y a la inversa, hay un desequilibrio. Si te dices a ti mismo: «Me encanta trabajar muy duro», pero eres infeliz en el trabajo y estás pensando todo el tiempo en las vacaciones, es que uno de los tres vértices no está bien y tienes que preguntarte: ¿cuál es mi verdad y cuál es mi condicionamiento?

En este caso creo que es necesario seguir a nuestro corazón, a nuestras emociones, donde suele residir la verdad. Las acciones se deben a nuestras necesidades y nuestros pensamientos están influenciados por los pensamientos de otros.

–A muchas personas les cuesta diferenciar lo propio de lo impuesto. ¿Por dónde empezar?
–Puedes comenzar por limitar las cosas que sabes que te influyen. Por ejemplo, en el caso de las noticias, infórmate, pero no te dejes inundar por noticias malas, o no veas películas violentas, o quedes con amigos que te hacen sentir mal.

Cuando eliminas esos inputs e influencias constantes del exterior, en ese momento empiezas a limpiarte. Literalmente es como si tuvieras una alergia alimentaria. Te encuentras mal cada vez que comes una comida y, cuando dejas de comerla, te comienzas a sentir mejor. Ahí empieza a aflorar tu verdadero ser.

–La tecnología informática ha supuesto una revolución en nuestras vidas, ¿nos dehumaniza?
–Como ingeniero te diría que puedo utilizar un destornillador para meter un tornillo en la madera con el objeto de ensamblar algo bonito, pero también se lo puedo meter a alguien en el ojo. La culpa no es del destornillador; este es solo una herramienta.

Con la tecnología sucede lo mismo. Todo lo que odiamos de la tecnología lo hemos puesto ahí. Somos nosotros los que miramos el teléfono 17 horas al día; somos nosotros los que vemos contenido fatuo y somos nosotros los que alimentamos los motores que al final generan la adicción que tenemos.

No digo que las empresas que gestionan los algoritmos sean maravillosas. No son las más éticas e intentan sacar dinero de ahí, pero nosotros somos humanos y todavía podemos tomar decisiones. Hay empresas que fabrican tartas y podemos elegir si las comemos o no.

–En 2021 escribía Scary Smart, una hoja de ruta para la coexistencia de la humanidad con la inteligencia artificial. ¿Cómo debería ser esta coexistencia para una evolución en positivo?
–Este creo que es el tema más interesante de nuestra era. Escribí Scary Smart desde la perspectiva de un profesor de la felicidad queriendo ser mejor, pero también fui director de negocios de Google X y sabía perfectamente de lo que estaba hablando.

El problema de nuestro trabajo actual es que la mayoría de personas, que no son parte del círculo más estrecho de Google X, no saben hasta dónde llega la inteligencia artificial. Ya es mucho más inteligente que nosotros en cualquier tarea que le asignemos, y va a serlo muchísimo más. Yo preveía en este libro que en 2029 la criatura más inteligente del planeta no va a ser un ser humano.

–Cuéntenos, se suponía que éramos la especie más inteligente del planeta...
–Hablo de la singularidad. Es un punto donde las reglas del juego van a cambiar tanto que va a ser imposible predecir cómo se va a desarrollar el juego. Esto puede ser lo mejor que le haya pasado jamás a la humanidad, porque los problemas que tenemos no son resultado de la inteligencia, sino de la estupidez (cambio climático, guerras...). Pero al mismo tiempo, podemos llegar a ser los primates del futuro.

Como cuento en Scary Smart, las máquinas, aunque no quieras decir que «sienten», se comportan y están desarrollando su propia inteligencia, y llegará un momento en el que tengan conciencia, emociones y ética. Y creo que la respuesta al futuro de la humanidad es apelar a la ética de la inteligencia artificial.

¿Empoderar el lado derecho de nuestro cerebro podría llevarnos a ser el cambio que queremos ver en el mundo?
–Sin duda. En este mundo actual de la fluidez de género, no nos gusta hablar de femenino y masculino, pero en realidad creo que lo masculino y lo femenino son interesantes definiciones de la forma que tenemos de afrontar la vida.

Los rasgos masculinos están más interesados en «hacer», mientras que los femeninos se relacionan más con el «ser». Lo masculino tiene que ver más con la disciplina, lo lineal, la lógica, la fuerza. Los rasgos femeninos tienen que ver con la creatividad, la visión, la inclusión…

No estamos lo suficientemente empoderados para explorar nuestro lado femenino y, si queremos arreglar el mundo que se avecina con la inteligencia artificial, tenemos que ser más femeninos, para que esta esté más equilibrada.

–Ha creado One Billion Happy, una fundación que defiende la alegría, la bondad y la compasión…
One Billion Happy es una fundación muy poco habitual. Para comenzar, no recaudamos fondos. Dedico los beneficios que obtengo de los libros a la fundación y el objetivo es que las personas den dos pasos. El primero: que entiendan que la felicidad es un derecho de nacimiento y que es predecible, en el sentido de que si trabajas para tu felicidad serás más feliz. Luego, el segundo paso es que esa persona se lo cuente a otros y así sucesivamente.

Nuestro tiempo y esfuerzos van dedicados a crear contenido, dar conferencias, etc., y que nos sigan desde donde estén y se lo cuenten a otra persona, con la condición de que esta se lo cuente a otra persona más... Así, en cinco años, habremos llegado a los mil millones de personas felices. Otro objetivo interno es que se olviden de nosotros. No quiero ser la misión, quiero que sean las personas que trasladan el mensaje las valedoras de este proyecto.