Cuando la vida pone ante nosotros una página en blanco, como puede ser un cambio laboral, un amor, una nueva afición incluso, lo que debernos hacer es escribirla. 

Solo si damos el paso, si asumirnos el riesgo de escribir esa página vital, podremos saber si la decisión era o no acertada.

En cualquier caso, si nos atrevemos a dar un paso importante en la vida habremos aprendido algo más sobre nosotros y estaremos en disposición de afrontar nuevos retos. ¿Cómo lograrlo?

Por qué cuesta dar un paso importante en la vida

¿Cuántas oportunidades perdemos por miedo?¿Cuántas veces hemos lamentado no haber mostrado nuestros sentimientos a aquella persona que tanto nos gustaba?

La prudencia es una sabia consejera. Seguramente si no no lo hicimos es porque intuíamos que no había posibilidades. Pero, ¿y si nos equivocábamos? ¿Y si la otra persona lo estaba esperando?

A toro pasado, estoy seguro de que muchos hubiéramos preferido un rechazo que nos sacara de dudas.

Y esto no sólo sucede en lo asuntos del corazón, sino también con ofertas laborales, viajes frustrados, experiencias que dejamos pasar... Nos decimos: si ahora estuviera en esta o aquella situación, me hubiera arriesgado.

En todo caso, remover las aguas del pasado es tarea inútil, porque quizá ahora mismo estemos renunciando a oportunidades por miedo a fracasar. Ocupémonos, por lo tanto, del momento presente.

Jiddu Krishnamurti, uno de los pensadores indios más influyentes del siglo XX, ofrecía estas reflexiones en su obra Sobre el miedo (Ed. Kairós).

Una causa del miedo es que no queremos reconocernos a nosotros mismos tal como somos. Por lo tanto, para comprender nuestros temores, debemos examinar la red de escapes que hemos tejido para librarnos de ellos.

Vivo cierta clase de vida; pienso conforme a cierto patrón de pensamiento; alimento ciertas creencias y no quiero que esos patrones se vean perturbados, ya que en ellos tengo mis raíces.

La perturbación produce un estado de no saber, y eso no me gusta. Si me arrancan de lo que conozco y lo que creo, necesito estar razonablemente seguro del estado de cosas hacia el cual me dirijo. El movimiento de la certidumbre a la incertidumbre es lo que llamo miedo.

Por qué da miedo el cambio

El afán de estabilidad es algo muy humano. De hecho, constituye un pilar fundamental de nuestra sociedad: para ello la gente se hipoteca, busca una pareja para toda la vida, anhela un contrato fijo o aspira a ser funcionario. El problema es que buscamos estabilidad en un mundo inestable.

De hecho, nuestra misma sociedad se sustenta en el movimiento: el dinero cambia de manos constantemente, los ordenadores quedan obsoletos cada dos años, las modas se suceden a la velocidad del relámpago.

Si tanto la naturaleza como la cultura humana están sujetos al cambio, ¿por qué nos da miedo evolucionar, salir de las viejas trincheras?

Probablemente porque tememos fallar, tomar decisiones equivocadas. Pero el miedo al fracaso es peor que el propio fracaso, porque al menos éste nos permite aprender algo y avanzar.

Así como nuestro planeta y los demás giran y evolucionan por el espacio, también la realidad en la que estamos inmersos es dinámica, y debemos evolucionar con ella si queremos crecer y superarnos.

Vivir es, en sí, un riesgo constante: al nacer la vida de la madre y la del bebé corren peligro, y ese peligro vale la pena porque da entrada a un nuevo ser en el mundo.

Pero el nacimiento, el milagro de la vida, no debería producirse una sola vez sino muchas a lo largo de cada existencia. Las personas dinámicas y creativas renacen tantas veces como es necesario para atrapar lo mejor que les brinda la vida. Se arriesgan a avanzar y dejan atrás metas ya superadas.

por qué atreverse a dar el paso importante

Una vida aferrada a las seguridades genera inseguridad permanente, porque si nos estancamos en una posición rígida, nuestra tolerancia hacia el cambio resultará cada vez menor.
Este proceso negativo se observa claramente en las fobias. La psicología conductista aboga por exponerse progresivamente a la misma situación que nos asusta en vez de rehuirla sistemáticamente.

Pongamos como ejemplo una persona que tenga miedo a ir en metro. Si la fobia es aguda, el terapeuta puede acompañar al paciente en un primer viaje. O bien puede aconsejar que "practique", sentándose en el andén primero; luego puede realizar un trayecto corto (una parada), que se ampliará a medida que la persona adquiera confianza.

Al completar la terapia, una huella positiva habrá borrado la que ha provocado la fobia. Si no la neutralizamos, la fobia se fortalece y ocupa nuevos espacios. Es muy posible, entonces, que el miedo a los subterráneos se amplíe a otras áreas.

Algo parecido sucede con las personas que se aferran excesivamente a la estabilidad y eluden cualquier riesgo. Cada vez se atreven a menos y tienen más miedo a perder lo obtenido, como un equipo de fútbol que se atrinchera en su campo para evitar la derrota. Pero los goles acaban entrando.

Por otro lado, asegurarlo todo garantiza el aburrimiento y la monotonía. Como el futbolista paralizado en su propia área, los que no arriesgan pierden reflejos y se adaptan mal a los imprevistos cotidianos.

Incluso el organismo del sedentario a ultranza puede dar señales de alarma: fatiga crónica, obesidad, artrosis rigidez muscular, problemas que, por otra parte, no dejan de aumentar en nuestros días. La falta de retos y motivaciones se relaciona estrechamente con la depresión.

Helen Keller dijo en una ocasión que "evitar el peligro no resulta más seguro, a la larga, que asumir grandes riesgos".

Sorda y ciega desde los diecinueve meses, supo abrirse camino a pesar de las circunstancias y su vida fue un éxito.

Logró a principios de siglo XX graduarse en la universidad con todos los honores. Además de escribir obras inspiradoras como Salir de la oscuridad o El milagro de Ana Sullivan (llevada al cine en 1962), dio conferencias en más de 25 países y ha pasado a la memoria colectiva como un ejemplo de valor y superación

cómo atreverse a asumir los riesgos

En última instancia, correr riesgos implica estar dispuesto a asumir responsabilidades. No consiste en cambiar constantemente de trabajo o en romper con la pareja cuando surgen las primeras diferencias.

Al contrario, a veces hay que ser valiente para seguir en un proyecto en el que creemos, a pesar de dificultades.

El riesgo creativo tampoco tiene nada que ver con apostar en un casino o practicar deportes de aventura. Se trata de adoptar caminos constructivos que mejoren nuestra vida y la de los demás: empezar una carrera (aunque haga años que no estudiamos), aprender un nuevo idioma, hacer el viaje de tus sueños, atreverte a tener un hijo, expresar tus sentimientos abiertamente...

Se necesita valor para todo esto. Y, como en todas las actividades humanas, la clave reside en una cuestión de equilibrio: ni actuar a la desesperada ni poner más límites que los razonables.

En cada ser humano conviven el deseo de estabilidad con el impulso creativo. La dosis de cada uno de esos ingredientes cambia en cada persona e incluso en cada etapa de la vida. Al final, quien está preparado para el éxito, también lo está para fracasar, aprender y evolucionar.

Una amiga me escribió en una ocasión: "Hay algo de lo que me siento orgullosa: ya no tengo miedo de tener miedo".

De eso se trata precisamente, de vivir asumiendo los riesgos de estar vivo. No lo olvides cuando te dispongas a escribir tu próxima página en blanco. 

HERRAMIENTAS PARA ATREVERSE a dar un cambio importante

Determinadas cualidades ayudan a afrontar riesgos y pueden cultivarse. Las personas con capacidad para arriesgarse suelen tener:

  • Optimismo. Parecen pensar que "todo es realizable hasta que no se demuestre lo contrario".
  • Concentración. Dirigen su energía hacia una sola cosa y no abandonan hasta agotar ese camino.
  • Intrepidez. Reaccionan ágilmente ante las dificultades y toman decisiones sobre la marcha.
  • Afán de superación. Relativizan inmediatamente las derrotas y tratan de extraer lecciones.
  • Aprendizaje. Reciclan constantemente sus conocimientos para mantenerse en la cresta de la ola. Los fracasos les sirven para ver lo que ha fallado y lo que debe mejorarse. 

Cómo reducir los riesgos

Emprender un nuevo proyecto no implica actuar de modo temerario o irreversible. Tampoco se trata de abandonar todo a la suerte y esperar que nos favorezca.

  • Planificar con tiempo. La probabilidad de éxito aumenta en función de cómo se haya preparado el terreno. Los escaladores programan sus expediciones al menos con un año de antelación para tener el máximo de detalles bajo control.
  • Precver la retirada. Siempre que sea posible, es recomendable poder retroceder unos pasos, aunque no se llegue al punto de partida. Por ejemplo, pedir una excedencia si vamos a estrenarnos en un nuevo trabajo, o bien viajar con billete abierto si nos lanzamos a una aventura de resultado incierto.
  • Escalonar las maetas. Los grandes riesgos son más manejables si se dividen en pequeños riesgos, es decir, en etapas escalonadas que permitan subir y bajar.
  • Prevenir escenarios. El acicate de cualquier proyecto es la perspectiva del éxito, pero hay que saber qué haremos si las cosas se tuercen. Pensar en los peores escenarios ayuda a evitar que no nos cojan por sorpresa, pero luego hay que concentrarse en los objetivos,
  • Escoger la reacción Es saber cómo reaccionaremos si algo falla. Al respecto, el pintor Eugene Delacroix aconsejaba: "desear lo mejor, recelar lo peor y tomar lo que viniere".
  • Buscar alternativas. En toda ascensión real o figurada hay que tener a mano vías de ascensión alternativas por si el camino principal está bloqueado. Cuantas más opciones, mayores serán las posibilidades de éxito.
  • Atesorar entusiasmo. El mejor seguro de vida para cualquier proyecto es ponerse en camino con una buena dosis de confianza. La persona entusiasta no se desanima ante la dificultad, porque no piensa en obstáculos sino en soluciones.

Atreverse con la hoja en blanco

Nunca olvidaré el día que dejé mi empleo de editor. Entendí que había llegado a un callejón sin salida, que no era la persona adecuada para un trabajo estable en la redacción.

Por mi naturaleza inquieta, sabía que no tenía ninguna oportunidad de realizarme mientras permaneciera allí. O asumía el riesgo de cambiar o estaba condenado a languidecer en una apatía creciente.

Con esto no quiero animar a nadie a abandonar su empleo u otras responsabilidades. Únicamente pretendo explicar cómo me sentía antes de aventurarme en un territorio desconocido.

Por un lado, tenía la sensación de estar dando un salto al vacío que nadie iba a entender. Llevaba años de colaborador en esa editorial y, un año después de conseguir un contrato fijo, me encontraba con que debía empezar de nuevo.

¡Adiós seguridades! No tenía dudas sobre el paso que acababa de dar (había terminado un ciclo), pero la verdad es que no estaba claro lo que haría a partir de entonces para salir adelante.

Recuerdo que hice un breve viaje a París para visitar a unos amigos y reflexionar. Luego me encontré nuevamente en mi ciudad con todas las incógnitas del mundo. Hacía tiempo que soñaba con ser escritor, así que me lancé a escribir una novela con unos ahorros que apenas alcanzaban para vivir seis meses.

La tarde que, en un café, escribí la primera página de esa novela experimenté una mezcla de vértigo y excitación.

No se trataba del miedo ante el papel en blanco, en el sentido literal -y literario- de la palabra. Creo que aquí la hoja vacía tenía un sentido más simbólico: necesitaría valor para adentrarme en una tierra inexplorada para mí.

Había llegado el momento de echarse a andar, errar el camino si era necesario, tropezar, levantarse, aprender algo nuevo.

En mi caso particular, la flecha dio en la diana, aunque tardé cierto tiempo en averiguarlo.

Había completado la novela, que mandé a un premio de literatura juvenil. Unos días antes del fallo no había recibido comunicación alguna de la editorial, por lo que supuse que no había ganado ni tenían interés en publicarla.

Por aquel entonces había empezado a vivir con mi actual compañera, que se encontraba en una situación económica tan precaria como la mía.

Un viernes por la noche nos encontramos con la nevera tan vacía como nuestras cuentas corrientes. Reunimos todo el efectivo que nos quedaba en los bolsillos para comprar algo para desayunar al día siguieme. Conseguimos levantar una columna de calderilla que no llegaba a los dos euros.

Lo recuerdo como si fuera ahora: estaba poniendo la última pieza de 2 céntimos en lo alto del montón, cuadno de repente sonó el teléfono. Eran las diez y media de la noche, así que supuse que se trataría de algún familiar o un amigo con ganas de conversación.

Para mi asombro resultó ser el gerente de la editorial, que me comunicaba que había obtenido el premio. Y, con ello, un dinero que me permitió pagar deuda y subsistir el resto del año.

Con el tiempo he comprobado que estos milagros (a veces grandes, a veces pequeños) suceden más a menudo de lo que imaginamos. Casi siempre recaen en personas que se atreven a arriesgar cuando ha llegado el momento de hacerlo.

Antes de ese episodio había cosechado muchas decepciones, porque el mundo literario no es nada fácil. Pero la campana sonó cuando más lo necesitaba. Ahora entiendo que cumplir un sueño está al alcance de aquellos que estén dispuestos a fracasar y aprender de sus errores.

Libros para enfrentarse a los retos

  • Stephen R. Covey; Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Ed. Paidós
  • Wayne W. Dyer; El cielo es el límite. Ed. Grijalbo
  • Erich Fromm; El miedo a la libertad. Ed. Paidós