Según una definición de UNICEF, el Abuso Sexual Infantil (ASI), consiste en involucrar a niños, niñas y adolescentes en actividades sexuales de cualquier índole con o sin contacto corporal y con o sin violencia física, en las que el agresor busca la gratificación personal y sexual, y donde la víctima padece abuso de fuerza y de poder por la asimetría natural entre los menores y el adulto.

El ASI fue considerado por las Naciones Unidas como el “crimen encubierto más extendido en la humanidad” en 2003.

En más ocasiones de las que nos gustaría, el hogar o el colegio dejan de ser lugares de sostén y apoyo para los niños para convertirse en su infierno particular.

Las terribles cifras del abuso sexual infantil

Este tipo de violencia es de las más graves, ya que suele ser infligida por una persona querida y de confianza y es tremendamente habitual.

  • Desde Save the Children estiman que un 23% de las niñas y un 15% de los niños sufrirá abusos sexuales antes de los 17 años de edad en España.
  • Lo más frecuente es que el abuso sea silenciado: el 80% de los casos se producen dentro del ámbito familiar y es habitual que los adultos de la familia "tapen" lo sucedido.
  • Otro estudio liderado por profesionales del servicio de urgencias del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona (España) señala que, de los casos de maltrato infantil detectados, los diagnósticos de ASI representaron el 20,2%.

Rompiendo mitos: la realidad del abuso sexual infantil

Existen muchos mitos y creencias en torno al ASI que lo banalizan y lo mantienen. Veamos cuáles son los más importantes y extendidos:

1. Si no hay penetración o violencia no se considera agresión sexual: FALSO

Aunque no se produzca contacto corporal, siempre que un adulto busca gratificación sexual mediante el sometimiento de un menor está cometiendo un abuso sexual infantil.

Además, el ASI dentro del ámbito familiar, aunque ocurra sin ejercer violencia, es considerado de los más graves y conflictivos, precisamente porque suele ser infligido por una persona querida y de confianza, lo que provoca un gran dolor y sufrimiento.

2. Este tipo de violencia suele ser más habitual durante la adolescencia: FALSO

Los abusos sexuales afectan a menores de todas las edades, incluso a niños de menos de 2 años. De hecho, el grupo más vulnerable es el de los menores de 12 años.

3. Los abusos a menores siempre se dan en familias desestructuradas: FALSO

Ocurre en todas las clases sociales y todos los estratos socioculturales. Lo que sucede es que en clases con mayores recursos económicos se tiende a ocultar aún más la situación, evitando las denuncias e incluso las intervenciones privadas.

4. Los agresores se identifican fácilmente porque son enfermos mentales: FALSO

La mayoría de los abusadores sexuales, aunque podrían presentar algún tipo de trastorno psicológico de base, realizan los abusos sabiendo lo que hacen, sin ningún estado de enajenación mental propio de alguna patología psiquiátrica.

5. Los abusos a menores son normalmente fáciles de detectar: FALSO

Hay muchas razones que dificultan que el menor identifique y denuncie el abuso: el miedo a las amenazas del abusador, la falta de entendimiento de lo que está ocurriendo y la percepción de que no le van a creer o le van a culpar o incluso de que le intentaran convencer de que el abuso sexual no está sucediendo realmente.

6. Los niños muchas veces se inventan que están siendo forzados a tener sexo: FALSO

La probabilidad de que un niño o niña llegue a inventarse una situación de abuso sexual es bajísima. Así, cuando algún infante relata que algo así le ha ocurrido, lo más probable es que estemos ante una situación de abuso real.

El agresor, como forma de evadir su responsabilidad, intentará justificar su acción alegando provocación por parte del niño. Sin embargo, el menor nunca es el culpable.

¿Cómo detectar una situación de violencia sexual infantil?

Aunque sea difícil que un niño admita que está sufriendo abusos sexuales, estos son síntomas y señales que podemos llegar a reconocer.

Se trata de daños psicológicos, emocionales y físicos que se perciben de distintos modos:

Molestias físicas

Pueden quejarse de dolor, lesiones o desgarros en el área genital y anal (que les provoca dificultad para sentarse o caminar), tener incontinencia urinaria o fecal, o padecer dolor de cabeza o de estómago sin causa.

Síntomas visibles

A menudo presentan magulladuras y moratones o manchas de sangre en la ropa interior. El embarazo y las enfermedades de transmisión sexual también son una alerta.

Cambios de actitud

Alteración del estado de ánimo, menor rendimiento escolar, cambios en los hábitos alimentarios, consumo de alcohol y drogas, intentos de suicidio o agresividad.

Conducta sexual anormal

La hipersexualización, como una masturbación compulsiva o un comportamiento seductor precoz, o el rechazo repentino a abrazos, caricias o besos, son señales.

Actuar para ayudarle a salir

Sospechar que un menor de nuestro entorno puede estar sufriendo abusos sexuales es una experiencia realmente impactante, marcada por la incertidumbre y la inquietud por el bienestar de ese menor. Eso no debería ser una excusa para inhibirnos en nuestra capacidad de ayudar.

Es nuestro deber y responsabilidad como adultos el asistir a cualquier niño o niña que sepamos o sospechemos que es víctima de abuso sexual infantil.

Saber reaccionar requiere una gran responsabilidad y mucha templanza. Romper la barrera de la incredulidad y admitir que un menor pueda ser usado para satisfacer los deseos sexuales de un adulto es un momento crucial.

Supone traspasar un límite invisible entre ofrecer ayuda, o por el contrario, soslayar una realidad en la que hay familias y entornos donde los abusos sexuales se producen.

Si decidimos dejar atrás la indiferencia y ayudar, conviene tener en cuenta lo siguiente:

  • Es una situación complicada de manejar, no debemos expresar ira o preocupación. Se trata de escuchar y contener. Si nos mostramos desbordados por la emoción y la indignación, nuestra ayuda será poco productiva.
  • Si un menor cuenta su situación, hágamosle saber que le creemos. El niño o niña sentirá una mezcla de miedo, vergüenza y culpa. Valoremos el esfuerzo que le ha supuesto contarlo.
  • Recalquemos que lo sucedido no es culpa suya, y que lo que le ha ocurrido no debería haberle pasado jamás. El abuso sexual nunca es culpa del menor.
  • Si no sabemos qué decir o preguntar, es mejor callar que decir algo que pueda resultar inoportuno o improcedente.
  • Nuestras intervenciones irán destinadas a reducir la confusión y a fortalecer su autoestima.
  • Es mejor explicarles los pasos que seguiremos, aunque sea someramente. Digámosle si buscaremos ayuda profesional, si nos pondremos en contacto con los servicios sociales, policía, pediatras o alguna asociación….

Lo importante es no dejarnos llevar por las prisas. Hay que buscar que las intervenciones sean responsables y respetuosas.