Todo el mundo siente vértigo al tomar una decisión que va a cambiar la historia de su existencia.

En el plano sentimental, eso sucede cuando dos personas se aventuran a vivir juntas o, en el polo opuesto, cuando eligen romper la pareja.

Otra situación de gran estrés emocional sería dejar un empleo estable, cambiar de ciudad o de estilo de vida; en suma, cualquier paso que nos saque de la zona de confort para llevarnos a un terreno desconocido, sin vuelta atrás.

Ese es el desafío que suponen las decisiones cruciales: son de tal calado que no podemos prever todas sus consecuencias. Nos instalan inevitablemente en el territorio de la incertidumbre.

Hay muchos libros y oradores que hablan del cambio, pero a menudo olvidan remarcar que la transformación tiene su precio y que no está exenta de dolor.

Puedo ponerme de ejemplo. Dentro de las decisiones cruciales que tomé en mi vida, una de las más duras fue renunciar a mi empleo de editor en un sello de autoayuda.

Había luchado mucho para alcanzar aquel puesto y, tras años de inestabilidad económica y laboral, por fin tenía un trabajo bien pagado con contrato indefinido. Pude incluso comprar un coche, algo impensable en mi anterior vida a salto de mata.

No profundizaré en las razones de mi dimisión, porque no es el tema de este artículo, pero sí recuerdo el abismo que sentí bajo mis pies al abandonar aquella oficina que hasta entonces había sido el centro de mi vida. Contaba con dinero para sobrevivir dos o tres meses, a lo sumo.

¿Qué sucedería después? ¿De qué viviría? No había manera de saberlo.

Tenía un plan indefinido de ejercer de freelance que no sabía cómo funcionaría.

¿Qué tiene que cambiar para que todo cambie?

En cierto sentido, tomar una decisión crucial equivale a empujar una puerta sin saber qué hay al otro lado. Peor aún, en muchas ocasiones esa puerta también se cierra a nuestras espaldas y nos impide dar marcha atrás, porque la decisión no es reversible.

Así como hay personas que se paralizan ante una decisión crucial, a muchas otras –tal vez, la mayoría– les fascina pensar "qué habría sucedido si…"

Podemos llamar a ese juego editar el pasado, ya que viajamos mentalmente a una encrucijada en la que tomamos una determinada decisión y tratamos de adivinar cuál habría sido nuestro destino de haber elegido otra opción.

Esta fantasía está detrás de la novela de Matt Haig La biblioteca de medianoche. Tal como la resumía en mi ensayo 20 preguntas existenciales, la protagonista es una joven desquiciada por todas las vidas que decidió no vivir: la carrera de nadadora olímpica que interrumpió para disgusto de su padre; la boda con su novio que nunca se celebró; la oportunidad de triunfar con una banda junto a su hermano, de la que se apeó justo en el momento en que les ofrecieron un contrato discográfico...

Cumpliendo una fantasía común a millones de personas, la torturada protagonista aparece en una biblioteca donde todos los libros son las vidas que podría haber tenido de haber tomado otras decisiones, y una eficiente bibliotecaria la ayuda a encontrarlos.

Cada vez que abre un libro va a parar a una existencia no vivida y se traslada a esa posibilidad para conocer, en carne y hueso, qué habría pasado si

Lo que la protagonista descubre es que todas sus vidas no vividas son igual de infelices, porque ella sigue siendo la misma en todas ellas.

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¡Si tu cambias, todo cambia!

Por lo tanto, no basta con tomar decisiones cruciales. También es necesaria la voluntad de transformarse para abandonar los viejos patrones.

Solo cuando el valor de decidir va unido al de renunciar a los viejos patrones, que actuarían como el micromanagement de nuestra desdicha, puede todo llegar a cambiar verdaderamente.

Según el psicólogo y escritor Antoni Bolinches, "estas decisiones cruciales son conductas de autoafirmación, y tienen mayor rango y trascendencia que las decisiones comunes, porque marcan un punto de inflexión en nuestra trayectoria. Contribuyen de manera significativa a nuestro proceso de maduración personal, y se expresan en forma de iniciativas de cambio o de responsabilidad".

Un ejemplo, citado por el terapeuta, sería el caso de una persona que decide cuidar de su padre o de su madre dependiente en casa, en lugar de ingresarlo en una residencia para mayores. La diferencia entre haber tomado un camino u otro impregnará cada aspecto de su día a día. Se trata de elecciones muy personales que tienen gran impacto en el tipo de vida que la persona va a llevar.

Cómo evitar bloquearse ante una decisión

Sin embargo, ¿qué sucede cuando no somos capaces de tomar una decisión importante, siendo conscientes de que es necesario hacerlo?

En su libro Decidiendo en tiempos de paz y de guerra, David Cabero, director general de la compañía BIC en Europa, afirma: "Decidir es escoger un camino y descartar otro (…). De esta forma, todas las decisiones implican directa o indirectamente saber decir no, o sea, descartar. Toda decisión lleva asociada ciertas repercusiones derivadas: decidiendo asumimos tanto la decisión como sus consecuencias."

Decidir de forma consciente es, por tanto, un acto de responsabilidad. Según apunta este autor, las personas más indecisas tienen aversión al riesgo. No toman decisiones cruciales porque temen las consecuencias que se derivan de ellas. Así llegan a aceptar situaciones que les perjudican o que son directamente inaceptables.

Aunque se calcula que tomamos de promedio unas 35.000 decisiones diarias, son las grandes decisiones las que nos pueden angustiar o incluso bloquear.

Para salir del atolladero, David Cabero ofrece en su libro algunas propuestas. La primera es tratar de destruir tu idea. ¿Cuáles son las razones para no tomar esa decisión? Si no encuentras ninguna, es muy probable que sea la respuesta más adecuada para solucionar ese problema.

También puedes generar más opciones. Tal vez la elección no sea entre A y B, sino entre muchas más. "A menudo son los planes alternativos los que nos llevan al camino del éxito", asegura el autor.

Y, por último, sé responsable de tu huerto. No dejes en manos de otros aquello que te corresponde a ti decidir. Hay cosas en la vida que no puedes delegar o desatender, porque tu futuro y tu felicidad van en ello.

4 claves para cambiar el rumbo de tu vida

ELIGE TU destino

Si no te gusta tu vida, cámbiala. Con esta sentencia tituló el aventurero Jesús Calleja su biografía. Quien fuera peluquero antes de escalador y estrella televisiva, plantea una cuestión clara: ¿por qué hay personas que se quejan de su vida en lugar de tomar decisiones para enderezarla?

Hazlo CON CORAZÓN

Antes de decidir, el chamán Carlos Castaneda aconseja, en Las enseñanzas de Don Juan, hacerse la siguiente pregunta: "¿Tiene corazón este camino? Si lo tiene, es bueno; si no, de nada sirve (...). Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita".

Ten EL VALOR DE ARRIESGARtE

Todas las decisiones, acertadas o erróneas, son productivas para las personas que tienen la actitud adecuada, afirma el empresario y escritor Robert Kiyosaki. Porque cuando las cosas no salen como deseábamos, la lección obtenida puede tener más valor que haber logrado lo que queríamos.

Aprovecha las OPORTUNIDADES

Seis o siete es el número de determinaciones que, según Antoni Bolinches, dan forma a nuestra existencia, y la mayoría de ellas las tomamos entre los 40 y los 50 años. Sin embargo, eso no significa que después seamos demasiado mayores para cambiar. Hasta nuestro último día de vida podemos modificar su rumbo.