Cuando los bebés no se sienten deseados y queridos desde el principio de su vida, esta carencia de amor y apego deja una profunda huella en su personalidad. Estas personas arrastran de por vida una sensación permanente de soledad y también un sentimiento de ser intrusas, de estar viviendo una vida que no les corresponde.

Una de las necesidades básicas del ser humano es el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Durante nuestra evolución, hemos sobrevivido gracias al trabajo en equipo y al cuidado mutuo de todos los miembros de la tribu.

Antaño, cuando este apoyo compartido fallaba, la supervivencia de todos los miembros del grupo se veía en peligro. De hecho, hasta hace muy poco, uno de los peores castigos que se imponía a quienes se saltaban las normas del grupo era el destierro. Esto era casi el equivalente a una condena a muerte. Una persona sola tenía muchas menos probabilidades de sobrevivir que un equipo trabajando de forma conjunta.

En nuestros días, esta necesidad de pertenencia sigue muy presente en nuestra genética. Cuando somos bebés, necesitamos sentirnos protegidos para poder crecer y desarrollarnos plenamente. Si un recién nacido no se siente deseado y si, además, a medida que crece, esta idea de no ser querido es repetida y reforzada por su familia, el sentimiento de desamparo que desarrolla es absoluto.

Hoy he querido traer a este blog el dramático caso de Verónica, una chica a la que siempre le hicieron saber que no había sido deseada. ¿Cómo le afectó esto emocionalmente?

Cómo afecta ser un hijo no deseado

El motivo de consulta de Verónica no era un típico caso de ansiedad, depresión o una fobia. Ella buscaba terapia por un sentimiento general de insatisfacción y de falta de confianza. No podía definirlo claramente con palabras, pero sentía que le afectaba en todos los ámbitos de su vida: en su trabajo, con su familia y en las relaciones de pareja.

  • Trabajo: Aunque estaba muy bien valorada por sus jefes y compañeros, ella siempre se sentía una intrusa no merecedora de las alabanzas que recibía.
  • Relaciones de pareja: Las diferentes parejas que había tenido, la mayoría compañeros de estudios o de trabajo, se habían aprovechado de ella para avanzar en sus carreras profesionales y la habían abandonado cuando ya no podían sacar más beneficio de ella.
  • Familia: Con su familia siempre sentía una presión interna por demostrar que era válida. Había logrado mayor nivel profesional que cualquier otro de sus hermanos o primos, pero sentía que nunca era suficiente para que la miraran bien y la valoraran.

Cuando, en terapia, comenzamos a hablar sobre su historia personal, una de las ideas que aparecía repetida en todas las épocas de su vida era la de no haber sido una niña deseada. Ya fuera en tono jocoso o en el fragor de una discusión, sus padres siempre le hacían saber que su nacimiento no fue planeado ni deseado.

Sentirse como un intruso

Verónica era la menor de todos sus hermanos. Nació ocho años después de la hermana que le precedía, por culpa de un “descuido” de sus padres, según le repetían constantemente.

“Eres un error tonto, un descuido por culpa de unos cubatas” fue una de las frases que más escuchó verónica en su infancia.

Desde sus primeros recuerdos, Verónica me contaba que nunca se había sentido integrada en su familia. Siempre tenía que usar la ropa reutilizada de sus hermanos. Si ella comía más despacio que los demás, todos se marchaban cuando terminaban y la dejaban comiendo sola. Tampoco nadie se preocupaba por sus notas, por jugar con ella o por si tenía algún problema en el colegio.

Su sensación general durante toda su infancia fue la de ser una intrusa. Creció con la idea de no ser merecedora de todo lo que tenía y de que, además, debía estar agradecida por las migajas que recibía.

Cómo afrontar el dolor de ser un hijo no deseado

En terapia, Verónica fue dándose cuenta de cómo le seguía afectando, en su presente, esta losa de no pertenencia al grupo. Siempre trataba de encajar, era todo lo amable y complaciente que podía para que los demás no se enfadasen, pero nada de esto le funcionaba. Todo el mundo terminaba aprovechándose de su buena voluntad y, al final, nunca se sentía integrada en ningún sitio.

En sus sesiones, fuimos trabajando este sentimiento tan arraigado que arrastraba de estar en deuda con los demás y de tener que luchar por ganarse un espacio dentro del grupo.

El objetivo final era que Verónica dejara de poner el foco en el exterior y en las expectativas que los demás podían tener sobre ella, para centrarse más en sí misma y en lo que ella deseaba.

Una clave importante para Verónica fue convencerse de que ya no necesitaba los cuidados y las atenciones de su familia. Nunca habían estado en su vida y nunca iban a estar. Además, en el presente, ella misma tenía los recursos suficientes para pagar su casa y su alimento. No necesitaba a su familia, ni tampoco necesitaba a cualquier pareja para sobrevivir.

Verónica comenzó a mirarse y a valorar todas sus capacidades para, desde ahí, construir un nuevo discurso sobre sí misma. Ya no era la niña no deseada que tenía que conformarse con la poca atención que quisieran darle. Ahora era una adulta válida e independiente que podía tomar la sartén por el mango para decidir qué era lo que deseaba hacer con su vida.