La mayoría de los artículos que podemos encontrar en las redes sobre los vampiros emocionales, nos los presentan como personas tóxicas, con carencia de empatía, pero con un alto nivel de autoestima y un enorme poder de persuasión y de manipulación. Sin embargo, si excavamos un poco, descubriremos que, bajo esa apariencia amenazante, se encuentra una persona débil e insegura, de la que es factible escapar.

Ya sea en la infancia (familiares) o en la vida adulta (familia, pareja o amistades), estos vampiros emocionales se aprovechan de la buena voluntad y de la empatía de sus víctimas para pegarse a ellos y absorberles toda su energía vital.

Juegan con las emociones de sus parejas o de sus hijos para alimentar su ego, haciéndoles creer que ellos son los importantes, los que cuidan y mantienen al otro. Les convencen de que dependen de ellos y de que no podrían hacer nada en la vida si se van de su lado. Se encargan de cortar sus lazos emocionales de su víctima con el resto de sus contactos para tener el control absoluto y no dejarle ninguna vía de escape. Mientras tanto, la persona que se encuentra sometida bajo su yugo, encuentra cada vez menos salida y siente como su vida se le escapa... hasta que acude a terapia.

En este artículo veremos cómo trabajamos en terapia el caso de María, una persona sometida desde el principio de su vida por su madre y, posteriormente, por un jefe maltratador del que no podía escapar.

¿Te roban la energía?

Al comenzar su terapia, María me relató un sueño recurrente que tenía; más bien, era una pesadilla de la que siempre despertaba con una terrible sensación de angustia.

En su sueño, María se encontraba acostada en una antigua cama de hospital, muy débil y con apenas energía para mover los ojos y mirar a su alrededor. La habitación estaba en penumbra y podía oler vívidamente esa mezcla química de fuertes productos de limpieza y medicamentos típica de los centros médicos.

Al lado de su cama, en el sillón destinado al acompañante, se sentaba una figura alta, con sombrero y una capa que casi le ocultaba por completo. Solo podía ver su mano arrugada y sus largas uñas. El lugar donde debía encontrarse su cara era aún más oscuro que la penumbra de la habitación.

Además, este personaje siniestro se sentaba de un modo extraño, en cuclillas, con los pies encima del sillón y agarrándose las rodillas con los brazos.

En un primer momento, a María le daba la impresión de que este ser, de alguna manera, la estaba acompañando y cuidando. Sin embargo, a medida que lo observaba y se iba fijando en los detalles, se daba cuenta de lo que realmente estaba sucediendo.

En el sueño, María tenía una jeringuilla en su brazo, conectada a un tubo, por donde suponía que le administraban algún tipo de suero. Al seguir el recorrido, se percataba de que el tubo no se dirigía hacia ninguna bolsa de suero, sino hacia ese ser oscuro.

No era un suero por el que le daban alimento o medicación, lo que realmente sucedía es que este ser la estaba vampirizando, le robaba su energía vital para alimentarse de ella. Si ella trataba de moverse, el vampiro le decía “tranquila, no hagas nada, yo te cuido”, pero cada vez se sentía más y más débil. En este momento del sueño, María solía despertarse sudando y angustiada.

El verdadero perfil del vampiro emocional

Trabajando, en nuestras sesiones, la simbología de esta pesadilla, María identificó a este ser con varias personas de su vida que la habían tratado exactamente igual que este personaje. Pudo ver a su madre, a su antiguo jefe y a varias de sus parejas anteriores.

El patrón era muy parecido, le hacían sentir que ella era débil y necesitada, que ellos se preocupaban por ella y la cuidaban, cuando, en realidad, la mantenían débil y enferma para aprovecharse de ella y robarle su energía.

Todas estas personas la habían convencido de que ella no era válida y de que necesitaba a los demás para poder tener una vida plena.

Sin embargo, el detalle de que el vampiro se estuviera alimentando de ella, le dio la clave para comprender cómo funcionan estas personas. No era ella la débil, sino que los otros la hacían sentir débil para mantenerla bajo su control. En realidad, este ser era el que se sentía vacío y sin vida, por eso necesitaba la vitalidad de alguien para alimentarse.

Claro que estaba viejo y demacrado, pero no porque fuera un ser siniestro que quisiera dar miedo, sino porque era él quien estaba débil, a punto de morir, y necesitaba chuparle toda la energía a su víctima para mantenerse con vida.

Cómo protegerse del vampiro emocional

María fue dándose cuenta de todo lo que había hecho por los vampiros emocionales de su vida. Siempre era ella la que había arreglado los problemas de su jefe, evitándole a la empresa pérdidas millonarias; había ayudado a sus parejas para que progresaran en sus trabajos, mientras que ella se quedaba estancada; durante su infancia y adolescencia, había sido cocinera, limpiadora y cuidadora de su madre, descuidando sus propios estudios.

En definitiva, se percató de que ella era la que de verdad era válida y tenía capacidad de sobra para desarrollarse y tener una vida plena, mientras que los otros eran los débiles que la necesitaban para mantenerse.

Tras todo este trabajo, María me contó que había vuelto a soñar con su habitación de hospital, pero esta vez, el sueño había sido muy diferente.

Recordando lo que había visto en sus sesiones, María se repetía mentalmente “yo puedo, yo soy la válida”. Con un gran esfuerzo, logró mover su mano para pellizcar el tubo que le conectaba con el ser vampírico. En ese momento, su fluido vital dejó de llegar al monstruo y dejó de alimentarle. El vampiro se sacudió compulsivamente y cayó al suelo gritando.

María fue recuperando su energía y pudo levantarse de la cama. Se quitó el tubo que tenía enganchado en su brazo y se dirigió hacia la puerta. Vio que, en el exterior, había un jardín luminoso y lleno de flores. No era ella la que estaba limitada, sino el vampiro, que ni siquiera tenía fuerzas para salir de la habitación.

“Quédate ahí. No me vas a vampirizar nunca más” le dijo antes de marcharse de la habitación para entrar en el jardín.

Esta fue la última vez que María tuvo este tipo de sueño. No volvió a soñar nunca más con la habitación de hospital ni con el vampiro que le absorbía la vida.