Existe mucho debate sobre los peligros de la inteligencia artificial (IA), aunque poca gente comprende qué es y cómo funciona en realidad. Más allá del uso que podamos hacer de esta herramienta creada por y para personas, la verdadera pregunta en los tiempos de la IA sería: ¿Qué significa ser humano?

La irrupción de la inteligencia artificial

La inteligencia artificial ha estado en la fantasía de nuestra especie desde las primeras narraciones de ciencia ficción. Por lo tanto, su desarrollo ha sido más lento y progresivo de lo que podría parecer desde la irrupción del ChatGPT a finales del 2022.

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Ciertamente, el impacto de esta herramienta, que en apenas un mes tenía ya un millón de usuarios, ha sido más rápido y masivo que ninguna otra innovación que hayamos conocido antes. Y, tal como sucedió con otros avances tecnológicos importantes, han saltado las alarmas y en infinidad de foros se discute qué será de la humanidad cuando la IA sea más inteligente que todos nosotros, entre otras cuestiones. De hecho, es mucho más que el ChatGPT y está presente en numerosos dispositivos con tecnología avanzada.

La IA plantea cuestiones éticas (y comete muchos errores)

Una de las cuestiones que frenan la implantación de la IA tiene que ver con razones éticas. Si un automóvil pilotado por la IA se encontrara en una situación límite, en la que debe decidir si atropella a un niño o a un anciano, ¿hacia dónde debería girar? Se trata de lo que los programadores denominan modelo de lenguaje, que se rige por la estadística y la probabilidad. Al plantearle una pregunta, el sistema explorará los miles o millones de entradas sobre ese tema para dar la respuesta más probable, lo cual no quiere decir que sea cierta ni ética.

Esto explica por qué obtendremos una respuesta mucho más precisa si hacemos a OpenAI cualquier pregunta sobre Stephen King o Bobbie Millie Brown, que tienen millones de entradas en la red, que sobre alguien menos popular y, por lo tanto, con un menor volumen de datos.

Quien escribe estas líneas, que no es un robot, hizo la prueba de preguntar qué obras tiene publicadas en español Guillaume Musso, un novelista francés no tan conocido en nuestro país. De las diez obras publicadas en español, solo encontró cinco y no acertó en la mayoría de los títulos. Al preguntarle por las editoriales que los publicaban, dio la misma para los cinco, cosa que tampoco era cierta.

En todo caso, el gran avance de la «inteligencia artificial generativa» es que aprende. De haberle corregido yo esos datos incorrectos, cosa que no hice, además de disculparse, habría dado una respuesta mucho más precisa al próximo usuario con esa pregunta. ¿Es eso bueno o supone un peligro? Vayamos ahora con esa cuestión.

Riesgos de la inteligencia artificial para el ser humano

Hay dos riesgos para la cultura humana que deseo comentar, más allá de los miles de artículos y opiniones que existen sobre esta cuestión:

  1. Vampirización de nuestro conocimiento. La inteligencia artificial rastrea todas las creaciones de la humanidad que encuentra en Internet y fabrica réplicas o combinaciones sin autorización de sus autores. Un ejemplo es la versión de Johnny Cash, muerto hace dos décadas, que empezó a circular de «Barbie Girl», perfectamente entonada por su voz. Una canción que este icono del country nunca habría cantado. ¿Es aceptable este experimento? Según la combativa Naomi Klein, no. En un artículo publicado en The Guardian decía que estos sistemas «se adueñan unilateralmente de todo el conocimiento humano (…) y lo encierran dentro de unos productos patentados, que, en muchos casos, atacarán de forma directa a los seres humanos cuyo trabajo de toda una vida ha servido para entrenar a las máquinas, sin que ellos hayan dado su permiso ni su consentimiento». Por si acaso, The New York Times ha bloqueado su web para chatbots de OpenAI.
  2. Pereza intelectual. Si los estudiantes o cualquier persona interesada en un tema se limitan a poner su pregunta en el chatbot y se conforman con el resultado, su aportación se verá reducida a la ley del mínimo esfuerzo. Podrán encontrar ese conocimiento (probablemente equivocado) en la máquina, pero no dentro de sí mismos, con lo cual, cuando no tengan la asistencia de la IA, serán ignorantes y vulnerables. Beber solo de esa fuente, además, nos limita a una percepción estereotipada, ya que, como hemos visto, se basa en la estadística.

Hay otros peligros que se debaten, como el de una superinteligencia artificial que supere de manera significativa la nuestra hasta volverse ingobernable y pueda atacar a la humanidad, como en la última película de Misión Imposible. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de un invento humano y que no podemos hablar aún de una conciencia propiamente dicha. Sobre esto, el optimista Isaac Asimov declaraba en uno de sus cuentos que el cometido de las máquinas que creamos es liberarnos de tareas tediosas para liberar tiempo y energía hasta que, finalmente, podamos vivir un nuevo Renacimiento.

Lo que nos hace humanos (y la IA no tiene o no puede hacer)

Además de poseer autoconciencia, todavía hay muchas cosas que solo las personas podemos hacer. Esa es nuestra ventaja competitiva frente a los dispositivos que ahora provocan tanta controversia. Veamos tres poderes que pertenecen solo a los seres humanos:

  • Empatía. La humana capacidad de ponerse en el lugar del otro, sintiendo su dolor, sus miedos e ilusiones, no está todavía al alcance de la máquina. Esto hace que las profesiones relacionadas con el mundo terapéutico y espiritual sigan siendo necesarias.
  • Intuición. El pensamiento lateral es otra prerrogativa humana. Cuando no nos guiamos exclusivamente por coordenadas racionales, surge la sorpresa, el cisne negro del que hablaba Nassim Taleb. La capacidad de intuir o inventar lo que aún no ha sido imaginado está fuera del programa.
  • Amor. Otro don exclusivo de los animales superiores, a los que en teoría pertenecemos. Aún no existen robots con capacidad de enamorarse, o que decidan ir más allá de sí mismos para cuidar o salvar a alguien. Un dispositivo hace aquello para lo que está programado, y el amor muchas veces destruye la rutina y nos saca de nuestra zona de confort. Nos lleva a una locura que no puede ser más humana.

La primera ley de la robótica: no dañar a un ser humano

En 1941, Isaac Asimov presentaba en su relato Círculo vicioso tres leyes de la robótica, la primera de las cuales es: «Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño».

Detrás de toda la tecnología hay personas, así que la bondad de una máquina depende de las intenciones de quienes la diseñaron.

La película Her, protagonizada por Joaquín Phoenix y Scarlett Johanson, que da voz a una inteligencia artificial que intima con su usuario, se adelantó una década a lo que estamos viviendo. Tras un encendido romance con el sistema, el protagonista termina más solo que antes. ¿Será que solo es nutritivo el amor analógico?

La IA, un camino de conocimiento

Elon Musk, cofundador de OpenAI, ha hecho su evolución. En 2014 afirmaba: «Debemos tener mucho cuidado con la IA. Potencialmente es más peligrosa que las armas nucleares». En cambio, hace poco dijo que ayudará a «comprender la verdadera naturaleza del Universo». Nuestro destino está ligado al uso que demos de los prodigios que creamos.

Marie Lu, seudónimo de la autora de la saga juvenil Legend, escribía: «Sin emoción, ¿cuál es el sentido de ser humano?». Como especie, la capacidad de emocionarnos nos distingue de la frialdad de las máquinas. Sentir, aunque no siempre sea placentero, es un recordatorio del privilegio de ser humanos. Emocionarnos nos hace humanos.