Desde los temblorosos albores del mundo los seres humanos hemos garantizado nuestra supervivencia aprendiendo a defendernos de los depredadores o de aquello que amenazaba a nuestra especie.

Pero hay algo que nos resulta especialmente inquietante y perturbador y que nos despierta un terror íntimo, y es cuando la violencia, el daño o el horror resulta inesperado, sorprendente y es provocado por la acción de otro de ser humano. ¿Qué puede hacer que una persona llegue a tener esta conducta? ¿Es algo innato o adquirido?

La explicación de la conducta criminal es compleja y exhibe muchas aristas. Aquí exponemos sólo algunas aproximaciones a los interrogantes que la humanidad ha ido desentrañando sobre la violencia.

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¿Existe un tipo de personalidad criminal?

Desde el momento del nacimiento en el abrazo primigenio de aquel que nos cuidó y nos sostuvo con amor, se da una confianza básica, que es el magma fundacional donde se gesta el vínculo afectivo que moldea nuestro psiquismo a través de los aprendizajes e identificaciones que suceden en él.

Ya en su día el filósofo Aristóteles definió al hombre como un “animal Social”. Cualquier persona víctima de violencia en cualquiera de sus expresiones experimenta la quiebra de ese sentimiento de confianza básica hacia los demás, crucial en tanto en cuanto los seres humanos, a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo devenimos en tales, merced al grupo familiar y extenso en el que nos criamos.

La violencia en nuestra especie abre el interrogante acerca de cómo se canalizan en el hombre los impulsos agresivos y destructivos presentes ya en la infancia y cómo logramos autorregularlos para poder convivir en sociedad y hacerla avanzar.

El profesor Jordan Peterson de la Universidad de Toronto, dice que su existencia nos devuelve a todos una pregunta perturbadora: ¿podría dado el caso comportarme yo así? ¿qué me diferencia respecto a otras personas?

Debemos ser conscientes que el empeño en desvelar los entresijos del alma de una personalidad criminal es complejo. No caben explicaciones simplistas. El célebre Psicólogo Forense Enrique Echeburúa afirma que pese a la existencia de abundante literatura científica resultan vanos e infructuosos los intentos por encontrar una “Personalidad criminal” unitaria, válida y diferencial desde una perspectiva global.

conducta criminal: qué se sabe desde la psicología

El crimen o el delito sólo se comprenden si incluimos en su formulación original la combinación entre características personales junto con variables situacionales, dada la enorme heterogeneidad entre los delincuentes y por la diversidad de los delitos en los que se ven implicados.

La conducta criminal y delictiva se entiende desde un punto de vista multifactorial. No se explica sólo en base a la herencia genética ni a la existencia alteraciones del cerebro, o en base a un determinismo ambiental, o a la existencia de la “oportunidad” de cometer un delito como proclaman las teorías sociológicas porque solo un pequeño grupo de personas resuelven las “oportunidades” de una manera criminal.

Los distintos modelos explicativos ponen el foco en un aspecto más que en otros, pero todos aportarán un peso o una valencia diferencial en el desarrollo de la conducta criminal en cada persona e interaccionarán entre ellos.

¿se puede identificar a un criminal por su aspecto o personalidad?

¿El mal queda inscrito en el rostro? ¿Existe algún prototipo físico que nos permita identificar de forma instantánea y a vuela pluma si delante de nosotros tenemos a un peligroso criminal que pueda dar al traste con nuestro bienestar o la valiosa vida?

Lo que los estudios actuales concluyen es que la apariencia física no es fiable. Los delincuentes pueden tener todo tipo de rasgos físicos, les hay altos y bajos, rubios y morenos, blancos, etc. Un hombre de rasgos rudos, nariz torcida de boxeador y frente prominente puede albergar en su interior el corazón tierno de un gorrión mientras que otro de rasgos más refinados y modales alambicados puede camuflar a un hombre frío, calculador, un asesino sin piedad o un depredador sexual. Sin embargo, no siempre se ha pensado así.

Hace la friolera de más de 400 años, el laureado autor teatral inglés Shakespeare puso en boca de Julio César estas palabras:

“Dejadme tener cerca de mí a hombres gordos,

Hombres de cabezas rapadas y que duerman toda la noche.

Ese Casius tiene un aspecto hambriento y delgado;

Piensa demasiado: Tales hombres son peligrosos." (Acto 1, escena II)

Esta afirmación aglutina una larga tradición que inauguró Cesare Lombrosso en 1832, un médico y antropólogo italiano quien, influenciado por las teorías evolucionistas de Darwin, estudió a los presidiarios de su época y afirmaba que sólo leyendo las características corporales podías averiguar si era o no un peligroso delincuente.

Subrayó el determinismo biológico. Y, describió toda una detallada tipología delincuencial basándose en que presentaban anomalías corporales y cerebrales fácilmente reconocibles. ¿Cuáles eran los rasgos físicos delincuenciales?:

  • Cráneo pequeño
  • Gran órbita ocular
  • Frente hundida
  • Abultamiento de la parte inferior en la zona posterior de la cabeza

Lombrosso  afirmó también que en un delincuente nos encontraríamos con una persona:

  • Insensible moralmente
  • Vanidosa
  • De comportamiento imprevisible
  • Incorregible
  • Y, que muestre temprana precocidad antisocial.

Estas teorías biologicistas sustentadas en adivinar la personalidad de los demás y sus inclinaciones criminales basándonos en su aspecto físico tuvieron un enorme predicamento en la primera mitad del siglo XX. Por aquel entonces, triunfaban en los corrillos intelectuales las teorías del médico y doctor en filosofía Willian H. Sheldon que defendía que había una relación estrecha entre la estructura corporal o somatotipo y la forma de ser.

Este doctor llegó a describir tres tipos de constitución física y los relaciona con algunos tipos de delitos:

  • Endomorfo: Persona de gran peso y con los huesos y músculos pobremente desarrollados. Delincuencia ocasional: fraudes o estafas.
  • Mesomorfo: Aquellos fuertes, de apariencia atlética y musculosa. Delincuencia habitual desde robos a homicidios.
  • Ectomorfo: Los delgados y frágiles. Inclinados a hurtos y robos.

Y, después los relacionó con ciertos rasgos de la personalidad:

  • Viscerotonia: Amante del bienestar, orientado a la comida, sociable y relajado
  • Somatotonía: Agresivo, amante de la aventura y con ganas de correr riesgos
  • Cerebrotonía: Retraído, autoconsciente e introvertido

Sin embargo, cuando otros investigadores lo estudiaron en profundidad encontraron correlaciones más bajas entre los rasgos físicos y la personalidad o bien que podía haber cierta relación, pero en mucho menor grado de lo que su autor proclamaba. Actualmente, como decíamos, los estudios han demostrado que la apariencia física no es fiable para identificar a una persona criminal. 

¿es distinto el cerebro de una persona criminal?

En menos de 100 años se ha abierto nuevas vías de la investigación sobre funcionamiento interno del cerebro. Pasamos de los azarosos inicios con la Frenología, una seudociencia sin base científica alguna que inauguró el gusto por trazar curiosos mapas cerebrales buscando localizar en qué zonas del cerebro se ubicaban ciertas funciones y rasgos de la personalidad, a potentísimos scáneres que nos permitían obtener imágenes tridimensionales a todo color del interior de nuestro cerebro y a penetrar en la cámara de sus secretos, uno de los más apasionantes retos científicos de nuestra era.

Pues bien, las personalidades criminales presentan cerebros con ciertas particularidades en su funcionamiento, que implican desde estructuras básicas y primitivas que compartimos con otros animales hasta “el último control” de nuestra conducta que proviene de la zona del cortex cerebral y en especial de la corteza prefrontal que curiosamente es la que nos diferencia del resto de las especies. Se sabe que un sano y correcto funcionamiento de esta zona cerebral facilita el control de los impulsos. 

En las personalidades criminales aparecen algunas alteraciones cerebrales específicas, en áreas relacionadas entre otras con:

1. La amígdala

La amígdala es una diminuta parte del cerebro involucrada en el condicionamiento del miedo, la agresión y las interacciones sociales.

  • Cuando ésta era más pequeña de lo habitual se triplicaba la posibilidad de que aparecieran conductas agresivas, violentas y la emergencia de rasgos psicopáticos. 

2. La corteza cingulada anterior

Esta parte del cerebro desempeña un papel importante en la regulación del comportamiento y la impulsividad

  •  Cuando tiene una menor actividad se incrementa la posibilidad de reincidencia ante un delito (PNNA, 2013)

Adrian Raine, profesor de la Universidad de Oxford y autor del libro “Anatomía de la violencia” (2015) acerca de la predisposición biológica de las personas a la agresión, concluye en un famosísimo estudio sobre asesinos en el que constató la existencia de anomalías cerebrales que, pese a ellas debemos leer estos datos con suma prudencia, y dice:

  1. No se puede afirmar que la violencia sea puramente biológica. Los factores situacionales y sociales, como la cultura y la educación también influyen.
  2. No se puede demostrar si las causas de estos déficits cerebrales son desde el nacimiento o si los adquirieron más tarde.
  3. La estructura cerebral sólo nos ofrece una predisposición a actuar de cierta manera: La elección sigue siendo nuestra.

¿Se puede prevenir la conducta criminal?

Es verdad que están apareciendo ciertos marcadores biológicos que ofrecen pistas sobre dónde incidir para ayudar a prevenir el desarrollo de una conducta criminal. Algunos estudios muestran que “intervenciones simples” pueden marcar la diferencia. Exponemos algunos curiosos:

  • La infancia puede ser la clave. En la Revista de Salud Mental Infantil en el año 2006, David Olds, de la Universidad de Colorado demostró que las madres embarazadas de bajos ingresos que fueron visitadas con regularidad por enfermeras que les hablaban sobre salud, educación y paternidad tenían menos probabilidad de tener hijos arrestados por conductas delictivas a los 15 años. Me pregunto qué papel jugó también para estas madres jóvenes el haberse sentido apoyadas en la crianza.
  •  La alimentación podría influir. Grupos de prisioneros que recibieron ciertos suplementos alimenticios consistentes en vitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales cometieron un promedio de 26,3 % menos delitos que aquellos que recibieron un placebo (Brithis Journal of Psychiatry, 2023)

Crianza, apego y desarrollo cerebral

Enlazándolo con lo arriba expuesto y dada la complejidad del desarrollo del cerebro, un descubrimiento fascinante fue el hecho por el Psicoanalista Peter Fonagy acerca de cómo los vínculos tempranos en la infancia influyen en la maduración de ciertas áreas cerebrales.

Por un lado, demostró que la falta de consideración de “intencionalidad del infante” por parte de las figuras cuidadoras influye en el desarrollo neuronal del cerebro del niño y anotó dramáticas consecuencias en la función mentalizadora. Esto es importantísimo porque observó cómo quedaba completamente deteriorada. Pues bien, la función simbólica prefrontal es clave y está relacionada con la autorregulación emocional y el control de impulsos.

También demostró que cuando en los vínculos tempranos aparece un apego desorganizado se produce un déficit de mentalización y este se da tanto en delincuentes como en personas con trastornos bordeline de la personalidad.

Prevención y tratamientos: presente y futuro

Todas estas investigaciones son fundamentales e influyen en la elaboración de programas de prevención primaria especialmente en aquellas etapas críticas del desarrollo humano donde podamos conseguir un gran impacto para romper las cadenas de sufrimiento en el futuro del hombre, incidiendo en:

  • Marcadores biológicos
  • Aspectos vinculares tempranos: empatía, sentimiento de preocupación por el otro, etc
  • Habilidades cognitivas y desarrollo del pensamiento
  • Regulación emocional y control de la ira
  • Valores educacionales, éticos y morales.
  • Condiciones sociales, etc.

La posibilidad de intervención también se puede en distintos momentos temporales de la carrera delictiva y se puede realizar en colaboración con distintas disciplinas. Y, aunque sabemos que lamentablemente no siempre el cambio es posible, pongamos al menos los recursos para crear la posibilidad de que éste se dé.

Esto fue lo que viví en primera persona como una joven Psicoterapeuta que empezaba a trabajar en la cárcel de Carabanchel, en la Unidad de Atención a Drogodependientes para hombres Madrid-I. Participaba por aquel entonces en un programa excepcional que incluía un tratamiento psicoterapéutico intensivo individual y grupal. Sabíamos que era muy difícil, de hecho, el porcentaje de éxito era de un pírrico 2%, lo que refleja la dificultad de la tarea, pero si bien es verdad que estaban los que no cambiaron, algunos de ellos solo estaban esperando el apoyo sincero y constante para darse a sí mismos la oportunidad de poder hacerlo. Y, no olvidemos que dársela a ellos es por ende dárnosla a nosotros mismos como sociedad.