Cuando estamos muy cansados o de algún modo estamos poniendo en peligro nuestro cuerpo, este nos manda señales de auxilio a través del dolor. A nadie le gusta sentirlo, pero viene con nuestro kit de supervivencia para evitar males mayores, siempre que le prestemos la debida atención.

Podemos padecer dolor de cabeza, de espalda, rigidez en el cuello... o estar mareados, sentir que nos falta el aire... Todas estas señales son invitaciones a parar, a concedernos una pausa y a observar nuestro cuerpo para plantearnos un cambio por el bien de nuestra salud.

Cuando el cuerpo nos avisa de que algo no va bien, silenciamos la señal tomando analgésicos o buscamos cualquier otro medio de adormecerlo. Pero apagar artificialmente la alarma natural que llevamos incorporada es altamente peligroso, como veremos a continuación.

Sin duda, en la vida todos lo hacemos lo mejor que podemos, pero a veces las cosas salen peor de lo que quisiéramos. Sobre todo con nuestra salud.

Prestar atención al dolor como señal

Al igual que cuando un coche empieza a fallar o hace ruidos raros lo llevamos al taller, porque no queremos quedarnos tirados en la carretera, merece la pena escuchar los mensajes de dolor. El dolor es nuestro amigo, nuestro mejor aliado, ya que busca nuestra supervivencia, corregir lo que hacemos mal para prolongar la vida del organismo.

Lo que nos está sucediendo no es un castigo, aunque muchas veces lo vivamos como tal, sino un mensaje que no deseamos recibir. Estamos ante un maestro al que nadie quiere.

Silenciar su mensaje equivale a ignorar unas necesidades básicas que son imposibles de reconocer desde el neocórtex, la parte más nueva del cerebro, responsable de procesos cognitivos tales como tomar conciencia de lo que está pasando, decidir entre dos opciones, etc.

Para comprender lo que sucede en nuestro cuerpo, hemos de bajar del neocórtex y conectar con lo instintivo y emocional.

De hecho, la mayor parte de la población vive disociada de su cuerpo. Hemos olvidado cómo tocar, no prestamos atención a nuestras sensaciones corporales, y aun cuando somos conscientes de estas, muchas veces no queremos recibir el mensaje.

Cuando el dolor —no solo el físico, también el emocional— ya se vuelve insoportable, por fin le hacemos caso: solo entonces somos todo ojos y oídos, y queremos arreglar el desaguisado de la forma más rápida posible.

Ahora bien, ¿no sería mejor ir pasando la evaluación continua que nos procura el cuerpo, a través de señales más sutiles, en lugar de jugárnoslo todo a una carta en los exámenes finales?

Instinto y emoción para comprender el cuerpo

Según la psicología, hay dos tipos de personalidades: una siempre culpará a su entorno por sentirse mal, sin responsabilizarse de sus actos y actitudes, mientras que la otra es consciente de cómo estos afectan a su salud y a su bienestar. ¿Cuál de ellas es la tuya?

Modificar la postura aporta cambios profundos en tu vida.

Si aprendemos a sentir con el cuerpo, tendremos más conciencia de nuestras emociones y podremos gestionarlas mucho mejor, sin que estas nos manejen a nosotros. Al adquirir más responsabilidad sobre nuestras emociones, estados de ánimo y reacciones, ganamos autonomía y libertad.

Cuando vivimos desconectados del cuerpo, y por consiguiente también de las emociones, construimos una armadura para protegernos y evitar sentir otra vez el dolor, el miedo, la rabia que, de hecho, siguen controlando nuestra vida, aunque sea de forma oculta.

Cuanto más fuerte y más cerrada es nuestra armadura, más difícil resulta desplegar las infinitas posibilidades del ser humano. Muchas de las experiencias que vivimos no podemos cambiarlas, pero sí podemos decidir la manera en que interpretamos nuestra realidad, y si queremos apegarnos o no a cada emoción.

En la medida en que una persona aprende a expresar lo inexpresable a través de la expresión corporal o de la danza, a través del lenguaje universal de la música, de la pintura, del teatro, o de cualquier otra actividad artística, el proceso se vuelve mucho más suave. El arte es un gran catalizador del cambio.

Tomar consciencia del lenguaje no verbal

Uno de mis maestros, el psicólogo canadiense Frank Cardell, me enseñó que la clave del progreso es comprender y sentirnos comprendidos. Si podemos entender por qué nos sentimos de cierta manera, por qué reaccionamos así y no de otra forma, y por qué los demás hicieron esto y no aquello otro, ampliaremos nuestra perspectiva y eso nos ayudará a salir del drama.

Necesitas el cuerpo para vivir las experiencias que la vida te trae. Desde un punto de vista estrictamente espiritual, no somos el cuerpo, sino que este es el hogar de la conciencia del "Yo". Y el cuerpo es el vehículo, o un instrumento, de nuestra existencia.

En su presentación en TED Global en 2012, la psicóloga Amy Cuddy explicó que la postura del cuerpo, o, para ser más precisos, el lenguaje expresado por nuestro cuerpo, moldea y condiciona quiénes somos, es decir, influye en nuestra psicología.

Es un secreto a voces que las expresiones no verbales rigen lo que los demás piensan de nosotros y sienten por nosotros, pero Cuddy añade que también incide en cómo nos sentimos nosotros mismos. Por lo tanto, influye en cómo nos comportamos en situaciones importantes tales como una entrevista de trabajo o un examen oral, por ejemplo.

La postura de nuestro cuerpo no solo determina cómo nos ven, sino también —y más importante aún— cómo nos vemos. Por consiguiente, al tomar conciencia de nuestro lenguaje no verbal y modificarlo, podemos lograr cambios muy profundos en nuestra vida.

No solo existen posturas que expresan debilidad (por ejemplo: brazos cruzados, tocarnos el cuello, encoger el cuerpo) o poder (cuerpo relajado, manos en las caderas o hacia el cielo, posturas de expansión) de forma universal, sino que estas posturas también influyen en nuestro estado mental.

Reconectar con el cuerpo, aceptarlo y honrarlo es el cambio de paradigma más poderoso que puedes afrontar en tu vida. Atrévete a entregarte al proceso, con la ayuda de un terapeuta o por ti mismo, y confía en ti, en tu cuerpo, en tu inteligencia y capacidad para tomar tierra y enraizarte.

Cómo practicar la escucha vital

Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos más importantes del siglo XIX, afirmaba: "Nadie te puede construir el puente por el que tú, y solo tú, debes cruzar el río de la vida". La práctica de la escucha vital te ayuda a construir y a cruzar ese puente.

Para ello necesitarás desmontar lo que te pesa demasiado o ya no te sirve, para así construir, día a día, una vida mejor, estableciendo una nueva relación con tu cuerpo. El arte de estar completo y presente, centrado y sintonizado contigo mismo, se alcanza a través de una escucha benevolente que invita y acepta todo lo que ocurre dentro de ti, y te acompaña en todos tus procesos. Tu reto es cultivarlo en ti mismo y dejar que crezca desde dentro hacia fuera.

La expresión "cuerpo interno" viene de Eckhart Tolle, y se refiere a la sensación corporal interior que experimentamos. ¿Cómo podemos sentirla? En un momento de quietud, con la respiración y la atención podemos tomar conciencia y sentir cómo estamos por dentro.

Haz una prueba contigo mismo. Date tiempo para explorar cómo te sientes realmente, y deja que tu cuerpo, en lugar de tu mente, dé la respuesta; si esta viene de tu mente, llegará al cabo de un milisegundo y vendrá a ser algo así como: "Estoy bien, no siento nada especial". Se trata de empezar a sentir todo lo que está dentro de ti, tal como te propongo en el ejercicio de la siguiente página.

Todo está conectado. Somos un "inter-ser" de cuerpo, mente, emociones, conciencia y espíritu. Debajo de nuestra piel está todo conectado: pensamientos, acciones, sensaciones y emociones. Este es nuestro primer y más íntimo espacio: todo lo que se encuentra dentro de nosotros.

Cada ser humano es un mundo, un universo singular con muchas partes. Si das un paso hacia el exterior, el mundo fuera de tu piel es otro universo, o incluso otra galaxia, porque incluye a otras personas y objetos, a otros seres vivos, es decir, otros universos enteros. Parece que todo y todos estamos conectados.

No estamos solos. Y no lo digo yo, el genial Leonardo da Vinci escribió en el folio 459 de su Codex Atlanticus que "todo se conecta con todo lo demás de alguna manera".

En la medida que vayamos incorporando cada vez más la sensación de interconexión y el sentido de "inter-ser", nos daremos cuenta de que no estamos solos, de que todo el mundo está conectado con nosotros, tanto si es humano como si no (animales y la naturaleza, y también los objetos que proceden de ella). Así, nuestra perspectiva corporal y mental poco a poco nos regalará el sentido de formar parte de una comunidad en la que nuestra singularidad y autenticidad enriquecen la vida de los demás, del mismo modo que la vida de los demás nos proporciona regalos vitales para nuestro bienestar.

Ejercicio para tomar conciencia de tu cuerpo

¿Conoces bien tus manos? ¿Y tus pies? ¿Qué te cuentan tus codos? ¿Y tus rodillas? No siempre estamos conectados. Volver a conectar con el cuerpo significa sentirlo, y para ello debes estar presente en tu mente, la central receptora de señales, sin preocuparte de otras cosas.

Te propongo una práctica para reconocer las sensaciones físicas que nos envía el cuerpo. Puedes seguir los pasos que te indico a continuación durante siete días. Dedica 10 minutos cada mañana tras despertarte y 10 minutos antes de acostarte para reconectar con tu cuerpo.

Durante estos 10 minutos cada mañana y cada noche, te aconsejo que guardes el móvil, te acompañes solo de tu cuaderno y un boli y tomes conciencia de tu cuerpo. ¿Preparado para reconectar?

  1. Siéntate y haz una secuencia de respiraciones lentas y profundas, contando de 1 a 6 y luego de 6 a 1. Concéntrate en la respiración, sin forzarla. Siente cómo el aire acaricia las fosas nasales al entrar y al salir. Haz que cada inspiración dure unos seis segundos, y cada exhalación otros seis. Repite 7 veces.
  2. Frótate las manos, y cuando las notes calientes, tócate la cara, la cabeza, el cuello, los hombros, los codos, los antebrazos y las manos entre sí. Luego recorre con ellas tu tronco, tu espalda, tus caderas, tus glúteos, la parte superior de los muslos.
  3. A continuación baja por ambas piernas, primero una y luego la otra, contactando con tus muslos, rodillas, gemelos y pantorrillas, con los tobillos, con el pie, la planta y los dedos...
  4. Durante esta "toma de contacto con tu cuerpo", respirando lenta y serenamente, deja que el cuerpo te hable. El contacto debe ser suave y amoroso, como si tocases a un bebé amado.
  5. Anota en tu libreta cualquier sensación que hayas observado: tanto en tus manos como en las distintas partes que has tocado. ¿Qué mensajes te han llegado? Sin juzgar tus sensaciones, anótalo todo, tanto lo que te resultó placentero como lo que te incomodó.
  6. Aparte de las sensaciones físicas, ¿ha sucedido algo más? ¿Qué clase de pensamientos y emociones han aflorado? Otra vez te invito a que anotes todo, sin juzgar, sin filtrar: si lo has sentido, escríbelo. Se trata de llevar todo a la luz de tu conciencia, con una observación benevolente.
  7. Así, paso a paso, vas a conocer tu cuerpo, a tomar conciencia de él y a reconectar de nuevo. Durante los próximos 7 días, repite esta rutina al menos 10 minutos por la mañana y diez por la noche.