Contra el impulso inconsciente de acumular, de tener más y mejor, los sibaritas de la felicidad aseguran que esta se encuentra por el camino contrario: ser capaces de disfrutar con poco, como quien prueba un delicioso bocado tras un largo ayuno. ¿Puedes hacer de este momento y lugar tu propio paraíso?

Felicidad frugal o cómo disfrutar de las cosas

En la autobiografía de Oliver Stone, Chasing the Light, el cineasta americano empieza echando esta mirada atrás sobre su pasado: «No creo que nunca haya sentido más excitación o adrenalina que cuando no tenía dinero. Un amigo inglés de procedencia obrera una vez me dijo: ‘La única cosa que el dinero no puede comprar es la pobreza’. Quizás lo que él quería decir era ‘la felicidad’ (…) Sin dinero te vuelves, te guste o no, más humano. De algún modo es como ser de nuevo un soldado con una mirada básica sobre el mundo, donde cualquier cosa, como una ducha caliente o una comida caliente, se aprecia de forma exagerada».

Es una buena mirada sobre la frugalidad, especialmente para quien acumula más cosas que las que necesita o se endeuda en compras por un impulso, guiado por la insatisfacción personal, que luego le pasa factura. Todos vivimos con emoción aquella cena en un restaurante pagada con el primer sueldo, o viajar en un coche de segunda mano, recién estrenado el carnet. Más adelante, cuando nos acostumbramos a tener cosas, dejan de estar bañadas por lo extraordinario. El placer que nos producen es menor y se extingue más pronto en el recuerdo. ¿Cómo podemos volver a la felicidad frugal?

 

un cuento para entender la felicidad frugal

Un relato tradicional, titulado El manjar más delicioso, cuenta que un rey que iba a caballo por el bosque se acabó perdiendo. Mientras trataba de encontrar el camino de regreso, estuvo vagando por la espesura durante tres días sin encontrar aldea alguna.

Agotado y muerto de hambre, cuando al fin vio la luz encendida de una cabaña, dio gracias a los cielos y fue a llamar a la puerta. Un anciano ermitaño le invitó a pasar para calentarse y le preparó una humilde sopa de ajo para que recuperara fuerzas. Al probar el caldo, el rey exclamó:

–¡Esto es el manjar más delicioso que he probado en mi vida!

Con el estómago reconfortado, el monarca descansó por la noche en la choza del ermitaño, que a la mañana siguiente le indicó el camino para regresar a la capital de reino. Nada más llegar a palacio, el rey pidió al cocinero real que le preparara una sopa de ajo igual que la que había cenado. Al sentarse frente al plato humeante, nada más probarla, protestó:

–¡Esto es repugnante! ¡No tiene nada que ver con la sopa del ermitaño!

Tras reprender a su cocinero, pidió a muchos otros de la capital que vinieran a preparar una sopa de ajo, pero ninguna era como la que había probado. Indignado con toda aquella incompetencia, ordenó a dos caballeros de la corte que fueran en busca del ermitaño y lo trajeran a palacio.

Necesitaron varias jornadas para encontrarlo, pero finalmente regresaron con el asustado anciano, que fue llevado de inmediato a la cocina real para que preparara aquel delicioso manjar. Al sentarse a tomar la sopa de ajo, el rey dudó un par de cucharadas, pero finalmente dijo:

–No sabe igual. ¿Por qué no has preparado el delicioso caldo que me diste, ermitaño?

–La sopa es la misma –repuso, paciente, el viejo–. Lo que pasa es que, tras varios días de fatiga y hambre, cualquier cosa que le hubiera dado le parecería el manjar más delicioso del mundo.

cómo recuperar la felicidad frugal

Volviendo a la pregunta de cómo podemos recuperar la felicidad frugal –y así disfrutar de nuevo de la sopa de ajo– quizás el primer paso sería darnos cuenta de todo lo que acumulamos sin necesitarlo.

Según un cálculo realizado por Joshua Fields y Ryan Nicodemus, dos jóvenes conocidos como «los minimalistas» a partir de un documental y dos libros, en el hogar medio de Estados Unidos se almacenan más de 300.000 artículos. ¿Cuántos de ellos llegan a usarse para justificar su compra? Tal vez no más del uno por ciento.

Esta acumulación, además de impedirnos disfrutar, se paga con tiempo. Se calcula que el estadounidense medio trabaja 47 horas por semana y muchos no se toman ni dos semanas de vacaciones.

Para reparar este sinsentido hay que poner conciencia allí donde reina la oscuridad. De otro modo corremos el riesgo de ser una de esas personas que «consumen la vida haciendo cosas que detestan para comprar cosas que no necesitan para impresionar a gente que no les cae bien». No está clara la autoría de la cita, pero apunta a una verdad reveladora.

Si nos ajustamos a lo que necesitamos y nos hace feliz, no solo dejaremos de acumular cosas y deudas. También liberaremos tiempo, puesto que lo vendemos a cambio de dinero, y recuperaremos así el placer de las cosas frugales.

Felicidad frugal: disfrutar de los pequeños placeres

En 1997, Philippe Delerm deleitó a los lectores con su libro El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, donde explicaba con gran belleza los placeres baratos, a veces casi insignificantes, que constituyen la sal de la vida. El autor francés plasma 34 placeres mínimos, como ir a buscar cruasanes recién hechos una mañana de invierno, viajar en un viejo tren, leer en la playa o el que da título al libro. Así es como describe ese primer trago de cerveza: «Es el único que vale la pena. Los siguientes, cada vez más largos, más anodinos, solo te dejan una sensación de pastosidad tibia, de abundancia despilfarradora. Tal vez en el último resurge, con la desilusión de terminar, una apariencia de nervio... ¡En cambio, el primer trago! Este empieza mucho antes de la garganta. En los labios aflora ya ese oro burbujeante, frescor amplificado por la espuma, y lentamente en el paladar un placer tamizado de amargor. ¡Qué largo parece el primer trago!». Quizás ahí radique el secreto de la felicidad frugal: quedarnos con el primer trago de las cosas sin empacharnos más ni despilfarrar.

En mi biografía (Los lobos cambian el río, Ed. Obelisco) mencioné el extraño gozo que sentí al llegar a Alemania como estudiante. En la habitación de la residencia, tras poner la ropa en el armario y cuatro enseres en el baño, me tumbé en la cama a leer el único libro que traía. Acostumbrado a vivir en una casa con miles de libros –mi padre era coleccionista–, tener solo uno en aquella habitación casi vacía me procuró un sentimiento de intimidad y concentración que no recordaba haber vivido antes. Éramos yo, el libro y el cielo gris de una ciudad que no conocía.

En París era una fiesta, que se publicó póstumamente en 1964, Ernest Hemingway (1889-1961) rememora cómo era su vida en un tiempo y lugar donde «uno recibía siempre algo a cambio de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices». Tal vez no sea necesario vivir a salto de mata para apreciar el valor de las pequeñas cosas. Basta con tener una actitud frugal.

¿QUé es lo que de verdad tiene valor? 

Basta con tomar la parte por el todo y hacer de cada momento el último del universo.

  • Trabajar y celebrar: La verdadera felicidad radica en trabajar duro y vivir frugalmente, decía el reconocido escritor George Orwell. A eso, Bert Hellinger, el creador de las constelaciones familiares, añade un tercer ingrediente: celebrar los logros.
  • Cuando ‘menos es más’: Este célebre lema fue formulado por Mies van der Rohe, arquitecto célebre, a principios de los 60, para reivindicar el minimalismo: el arte de reducir cualquier cosa a lo esencial, despojándola de todo lo innecesario que, según van der Rohe, sobra.
  • Filosofía Kamprad: Ingvar Kamprad, fundador de IKEA y unas de las personas más ricas del mundo, según la revista Forbes, conducía un coche viejo y se alojaba en hoteles baratos. Su filosofía del ahorro era: «Lo que sobra, lo necesitamos como reserva».
  • Lo que no tiene precio: Hay placeres que no cuestan un céntimo, pero lo que nos hacen sentir tiene un enorme valor: respirar el aire de la montaña o el mar, recordar anécdotas con viejos amigos, reír a carcajadas, saborear una taza de buen té o dormir tras un día exigente.
  • No es cuestión de cantidad: Decía Lao Tsé que quien no es feliz con poco, tampoco lo será con mucho. Por lo tanto, la práctica de la felicidad se hace con lo que tenemos momento a momento, con las pequeñas cosas del día a día, aquí y ahora, sin esperar más.
  • El valor de nuestro tiempo: La verdadera riqueza es tener tiempo. El dinero que se gasta o pierde cabe la posibilidad de reponerlo, pero las horas entregadas no admiten devolución. Por eso, el bien más preciado es nuestro propio tiempo.