Observarnos nos permite obtener información valiosa sobre nuestra salud y comprender que la mayoría de los síntomas que percibimos tiene la finalidad principal de ayudarnos a sobrevivir el mayor tiempo y de la mejor manera posibles. Todo ello es esencial a la hora de tomar decisiones para cuidarnos mejor.

El problema surge cuando no hacemos caso a nuestros síntomas o simplemente buscamos el alivio rápido, sin dar tiempo a ver cuál es la mejor manera de actuar.

Síntomas como la fiebre, el dolor, la tos, los estornudos, los vómitos, la diarrea, la inflamación o la ansiedad, entre otros, funcionan como mecanismos de defensa y de recuperación del organismo. En cambio, se ha generalizado la idea de que, como merman nuestra capacidad para seguir con nuestras rutinas y nuestros planes, nos conviene ignorarlos o eliminarlos lo antes posible.

Muchos síntomas forman parte de la curación

El problema es que esta actitud nos impide ver que estos síntomas son la clave, la señal que utiliza nuestro cuerpo, no solo para comunicarnos que algo anda mal, sino a la vez para poner en marcha otros sistemas de autorregulación con la finalidad de mejorarnos. Ignorarlos o intentar suprimirlos a veces no solo agrava la situación, sino que nos desconecta de nuestro cuerpo. No aprendemos a escucharlo ni a confiar en él.

Atendiendo a nuestros síntomas, podremos comprender los mecanismos de curación que pone en marcha nuestro cuerpo y centrarnos en favorecerlos, o al menos en no entorpecerlos.

Muchas veces la recuperación de la salud va a depender de cómo tratemos estos síntomas. Si los ignoramos, no podremos abordar sus causas; si nos limitamos a suprimirlos, el organismo podría verse obligado a tomar otro camino para resolver el problema.

Qué hacer ante los principales síntomas de enfermedad

Para comprender bien un síntoma y poder abordarlo de forma constructiva, debemos fijarnos en el por qué, el cómo y el para qué se produce. Aquí nos centraremos en algunos de esos signos con los que el cuerpo intenta comunicarnos su forma ideal de adaptarse a la situación o de recuperar el equilibrio.

Cansancio o baja forma

Sentirse muy cansado o en baja forma puede ser señal de que el sistema nervioso está agotado por llevar demasiado tiempo sobreactivado, o bien hay algún desequilibrio subyacente como una anemia o un problema de tiroides.

Aparte de abordar estas posibles causas, es importante respetar el cansancio y descansar, pues el cuerpo está expresando una necesidad. A su vez, hay que ser conscientes de dónde están nuestros límites ahora, de dónde partimos, y plantear un entrenamiento adecuado a nuestras condiciones para recuperar la forma física.

En la condición física intervienen todos los sistemas fisiológicos del organismo, pero hay que hacer hincapié en las estructuras que facilitan el movimiento: los sistemas nervioso, cardiovascular, respiratorio y músculo-esquelético. Conviene trabajar la velocidad, la coordinación, el equilibrio, la resistencia cardiorespiratoria, la fuerza y la flexibilidad.

Si nos movemos poco, la degeneración de los aparatos cardiovascular y respiratorio comienza antes, pero se puede frenar considerablemente si se realiza ejercicio aeróbico de forma regular.

Malas digestiones

Las digestiones pesadas y molestias como los gases o el ardor, deben llevar a preguntarse qué comemos, cómo lo comemos y cuándo. ¿Comemos con hambre o solo por capricho? ¿Olemos, saboreamos y masticamos e insalivamos bien la comida? ¿Son alimentos de calidad, frescos y naturales, o abusamos de los enlatados? Un problema digestivo no se va a solucionar con una pastilla si no se modifica la alimentación.

Vómitos y diarreas son otros de los síntomas digestivos más molestos. Respetar esa reacción del cuerpo, que intenta expulsar así algo que no le es útil o que lo pone en peligro, es tan importante como rehidratarse y repoblar la microbiota tomando probióticos.

De todos modos, hay que ser prudente y valorar si realmente es algo puntual que nos está ayudando, o si el cuerpo no está logrando su objetivo y el problema se está complicando: si la diarrea o los vómitos se prolongan más de tres días, si aparecen signos de deshidratación, sed, sequedad de piel, hipotensión, disminución de conciencia, de la diuresis... es importante acudir al médico.

Fiebre

La fiebre da cansancio y quita el hambre: nos pide reposo y ayuno, que ayudan a recuperarse. Sin embargo, no solo ayuda a combatir la infección o resolver el problema de origen. Está también para decirnos que hay que estar atentos, nosotros y los demás. De hecho, la mayoría de veces necesitamos ayuda. Por eso, el mismo calor de la fiebre creará tensión en quienes nos rodean, incitándoles a quedarse, preguntarnos y ayudarnos

La fiebre persistirá mientras el cuerpo no tenga controlada la infección. Si la suprimimos con antitérmicos, nos tranquilizaremos, pero será una falsa tranquilidad. En cambio, se puede aliviar el malestar con compresas o baños a la vez que nos aseguramos de hidratarnos bien tomando agua, zumos, caldos... Los demás pueden crear un clima de confianza, que sepamos que están atentos a nuestro dolor.

En general, ante temperaturas de más de 39°C, sí nos pondremos en guardia para bajar la fiebre. También si se alarga días, si hay mucho malestar o decaimiento, o si aparecen convulsiones u otras reacciones graves, sabiendo que esta intervención, la mayoría de las veces, más que curativa será solo sintomática. Lo mejor, en cualquier caso, es usar medios higiénicos sencillos y sin contraindicaciones. Lo más habitual es el baño templado (30-35°C), que ayuda a bajar la temperatura, relaja y ejerce una benéfica acción de limpieza.

Hasta un simple catarro puede verse, como cualquier otro cuadro de síntomas, como una reacción de todo el organismo. En este caso, sería su forma de compensar deficiencias en las vías de eliminación o a veces, incluso, de pedir descanso mental. Nos pide reposo, oscuridad, hidratación y eliminar tóxicos.

Dolores

El dolor muscular o articular matinal nos avisa de que necesitamos estirarnos y masajear la musculatura y las fascias. El dolor nos indicará hasta dónde podemos llegar sin hacernos más daño en ese momento.

En general, ante un dolor muscular o articular es importante no ocultarlo, sino aprovechar los límites que nos está señalando para respetarlos; percibir el dolor, palparlo, sentirlo y controlar nuestros movimientos.

El dolor de una contractura o un esguince también nos ayuda a tratar la lesión; señala los puntos gatillo y las fascias que debemos masajear o tratar.

También podemos ayudar con aplicaciones de frío (crioterapia), o de calor y masajes. Si no hacemos caso, el dolor aumentará la contractura, nos obligará a adoptar malas posturas y una lesión llevará a otra, complicándose cada vez más.

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Olor corporal

El aviso viene cuando este cambia: en el aliento, las axilas, los pies, la zona genital... o de forma generalizada.

Un cambio de olor corporal nos avisa de que hay que revisar hábitos y reparar la microflora de la piel. Un exceso de higiene o lavados inadecuados, las prendas sintéticas, algunos fármacos (como los antibióticos), un calzado sin ventilación... pueden alterar la microflora de la piel, con lo que aparecen hongos u otras microfloras que modifican nuestro olor.

Con las emociones varía nuestro olor: con el miedo, la alegría... También con la atracción sexual, la dieta o el aumento de la glucosa sanguínea. Nuestras secreciones y grupos bacterianos nos van dando pistas de cómo estamos.

Gusto u olfato alterados

Gracias al olfato y al gusto podemos controlar en qué ambientes nos movemos y qué alimentos tomamos y así librarnos de intoxicaciones. Su alteración o pérdida temporal son más habituales de lo que creemos y pueden ser señal de que hemos saturado o confundido a nuestros sentidos y sistema digestivo con un exceso de olores y sabores artificiales.

Reposar nuestros sentidos es en estos casos lo más relevante, así como rechazar los alimentos demasiado salados, dulces o aromatizados de forma artificial. Conviene volver a lo natural y a la naturaleza, y estimular nuestro olfato y sabor con alimentos saludables y plantas.

Hay que confiar también en que las células sensoriales de las papilas gustativas se renuevan con rapidez, en solo 10 días, incluso tras quemarse la lengua tomando algo demasiado caliente.

Piel seca y apagada

La piel seca, junto con la pérdida de cabello y de brillo en general, también apunta a la dieta, a una falta de vitaminas presentes en alimentos naturales, como la C, o a una falta de sol y vitamina D. Es importante ampliar la variedad en la mesa e incluir alimentos y plantas silvestres o de sabores agrios y amargos, como ortiga, regaliz, alcachofa o encurtidos.

Sensibilidad al clima

Salir a la calle y sentir que el frío o el calor nos molestan es síntoma de una mala adaptación a los cambios de clima. Pasamos mucho tiempo en ambientes artificiales, en casa o la oficina, y nuestro cuerpo pierde esa capacidad que teníamos de niños de adaptarnos al tiempo exterior y disfrutar de él.

Percibir los colores, olores y sonidos de la naturaleza, estar en contacto con la tierra y respirar en espacios naturales contribuye a reforzar esos mecanismos de autorregulación. Es lo que se conoce como "biofilia", el contacto con la naturaleza como terapia para recuperar la salud. Al pasear por el bosque, por ejemplo, respiramos terpenos, unos compuestos que emiten las plantas y fortalecen nuestro sistema inmunitario. Alejarse de la naturaleza, sin embargo, nos enferma.

Malos hábitos, como la falta de ejercicio o el fumar, pueden afectar a la circulación periférica y aumentar la vulnerabilidad de nuestras extremidades, pies y manos, que se nos quedan fríos o se hinchan con el calor. Para favorecer la adaptación climática, es útil la terapia de Kneipp, con sus técnicas de hidroterapia. Podemos entrenarnos gradualmente con baños de contraste de frío y calor.

Ansiedad

En vez de taparla con ansiolíticos podemos ver qué está tratando de decirnos. De forma inconsciente, nuestro cuerpo ha captado una situación amenzante para nosotros y no sabe cómo salir de ella. Estar quietos, atentos a la propia ansiedad, puede ayudar a encontrar esa salida. La técnica mejor diseñada para ello es el mindfulness o entrenamiento de la atención plena.