Si no sirvieran para nada, si hubiera que ocultarlas, taparlas y no vivirlas, las emociones no existirían. Pero existen. ¿Por qué? Las emociones nos aportan información valiosa, de nuestro entorno y de nosotros mismos. Y con la rabia ocurre exactamente lo mismo.

¿Nos suena eso de lo esencial es invisible a los ojos? Pues eso. Las emociones nos proporcionan esa información esencial e invisible. Y, además, por si fuera poco, nos predisponen a la acción. De ahí e-movere, la raíz de emoción, que significa “desde donde nos movemos”. Está claro que, si vamos a una cena desde la emoción del miedo, de la alegría, del asco o de la sorpresa, nuestra disposición a esa cena, y la propia cena, será diferente.

¿Y qué nos dice la rabia?

¿De qué nos informa cuando estamos tan enfadados que queremos gritar, golpear, ofender… incluso castigar a quien consideramos causante de nuestra rabia? Empecemos fijándonos en la corporalidad que acompaña esta emoción.

¿Qué nos viene a la cabeza cuando pensamos en alguien que está experimentando rabia? Alguien enseñando los puños, con los brazos tensos, con la mandíbula apretada. Hay fuerza contenida. Hay energía que quiere salir. Una explosión. Queremos expandirnos, nos sentimos atrapados, queremos ensanchar los límites que nos aprisionan. Ahí tenemos dos palabras clave. Límites y prisión.

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Empecemos por los límites

Sentimos rabia porque consideramos que algún límite ha sido traspasado sin nuestro permiso y sin que hayamos sido capaces de evitarlo. De repente nuestro espacio vital es más pequeño. Nos sentimos aprisionados en la situación y eso es injusto. Aquí aparece la segunda palabra clave. Prisión.

Somos inocentes, víctimas de esa violación del espacio vital.

Y si nosotros somos víctimas, significa que alguien es culpable. Aquí nuestro juicio. Y todo juicio conlleva un castigo. Por eso hay tanta agresividad, energía y violencia, en la rabia. Para castigar al culpable y para volver a poner los límites en su sitio.

La rabia es una emoción que nos invita a la acción: nos ayuda a volver a poner los límites en su sitio

La rabia nos lleva a resituarnos. Esa es la información y ese es su poder: si sabemos qué es eso importante para nosotros, podremos volverlo a poner en su lugar.

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Usar la rabia a nuestro favor

Aceptar e identificar que estamos viviendo la emoción de la rabia es el primer paso. Ser conscientes de esa energía y tratar de vivirla sin hacernos daño ni hacer daño a los demás. Sin castigos. Podemos gritar, podemos escribir en una libreta todo lo que nos pasa por el corazón.

Podemos, incluso, hacer lo que hacen los esquimales, que salen a pasear por la nieve hasta que se les pasa el enfado (ellos miden sus enfados por metros). Entonces, aceptando nuestra rabia, podremos…

  • Identificar qué limite ha sido traspasado. Qué es aquello importante que no hemos sabido proteger o nos ha sido arrebatado sin más. ¿Es respeto? ¿Es sentirse cuidado? ¿Valorado? ¿De qué nos está hablándonos nuestra rabia?
  • Recolocar. Es el turno de recolocar los límites. De hablar con esa persona y explicar que esa situación no la aceptamos. No la queremos. Que hay unas fronteras que no queremos que se crucen. Y para ello será importante…
  • Usar otras emociones. Porque vamos a hacer una petición, una reclamación. Y será más productivo si no lo hacemos chillando o dando tortazos. Tendremos que usar el coraje de hablar, la empatía para comprender por qué ha actuado esa persona así con nosotros, la humildad de (por qué no) aceptar que hemos interpretado mal… Tendremos que poner en juego otras emociones para, al final, tal vez, la alegría de que los límites de nuestra vida están donde queremos que estén.